Diego S. Garrocho
EN DEBATE, 2025
107 páginas
12,90 euros
Frente a quienes señalan que la moderación es un vicio característico de temerosos y pusilánimes, Diego S. Garrocho sale en la defensa de esta virtud hermana, ni más ni menos, que de la valentía política. El empobrecimiento del discurso público causado, en parte, por ese imparable polarizarse de los distintos espectros ideológicos, tiene un remedio que apunta al carácter de sus participantes. El miedo es la pasión que nos divide y nos encierra en nuestro credo y nuestra tribu; es lo que causa que concibamos a quien piensa distinto como nuestro enemigo. La política que se radicaliza, más que un signo de fortaleza, es una muestra de debilidad. Ante esta encrucijada el filósofo español propone luchar contra la cobardía por medio de la capacidad de disentir civilizadamente, tanto de nuestros contrarios como de nuestros aliados, y promover un sano escepticismo en el ámbito de la política, donde las opiniones no tienen, por lo general, un carácter metafísico.
La moderación no es tibieza ni equidistancia. No consiste en un temor de salir al frente en defensa de nuestras convicciones. Por el contrario, consiste, justamente, en tener la valentía de propiciar sanos desacuerdos y resistirse a convertir ideologías políticas en credos religiosos. Se manifiesta como una nobleza cívica y comunicativa: concebir la posibilidad de que mi interlocutor pueda tener la razón y, además, de que sostiene sus posturas porque considera que son correctas. Implica cultivar una sana ingenuidad. Por eso, la llamada a la moderación es una afrenta contra el emotivismo: un toque de trompeta para un espíritu magnánimo que está dispuesto a quedarse solo. Es una lucha en defensa de un debate social cada vez más erosionado y que amenaza con claudicar y morir. La solución de Garrocho es clara: recuperar la valentía y la libertad por medio de la moderación bien entendida. La verdadera tibieza habita en las antípodas. Esto concluye el columnista: «Siempre hay una última dignidad en el hecho de seguir defendiendo una causa que alguien considera justa, aunque esté perdida».