
Ioana Pârvulescu
Armaenia, 2024
462 páginas
24 euros
Este libro no tiene prólogo, sino una advertencia. Avisa a un público joven y digital de que está a punto de caer por la madriguera del Conejo Blanco, de que va a situarse, en lo que tarde en pasar la página, en la Rumanía de mediados del siglo XX. Los artilugios, la gente, la mirada de entonces eran propias de otro mundo. La autora ejemplifica este sentimiento con la descripción minuciosa de un teléfono de disco. «Cualquier aparato del pasado —advierte en su única anotación a pie de página— es, a su modo, un aparato de ciencia ficción».
Ioana Pârvulescu, profesora, traductora, editora y escritora rumana, nos presenta con Los inocentes un diario de memorias. Son los recuerdos de la calle Vladimir Mayakovski (Rumanía) —antigua calle San Juan—. Sobre ella desfilan la guerra, el fascismo, la emigración, el olvido y la dictadura comunista de Ceaușescu. En concreto, son las memorias de la casa de la pequeña Ana y una reflexión bellísima sobre la infancia.
Una de las mayores hazañas de este relato es la voz doble que esgrimen la protagonista adulta y la niña que fue. Ana habla como mujer que recuerda, pero a veces deja que su yo infante se desprenda de sí misma y explique y mire y llore por su cuenta. Las reflexiones de la personita se mezclan con las de la narradora, ya experimentada y nostálgica: «Me intentaron hacer entender que el amor es ciego. Yo creo justamente lo contrario, que el amor tiene sus mejores ojos».
Durante la obra se nos descubren las penas y glorias de tres generaciones que conviven en el corazón de la transilvana Braşov. Esto nos lleva al encuentro con personajes entrañables y la lectura de gestas notables, pequeñas y hasta casi invisibles. La mayoría de los conflictos, las anécdotas y las risas las protagonizan los ancianos —«padres grandes»— y los nietos. Los adultos están más perdidos. Aún no entienden. La obra es sin duda un regreso, es el desvelo de una infancia tan única y nueva como cualquier otra. «Tal vez haya escrito todo esto para poder regresar por un tiempo a mi antigua casa», confiesa la narradora en las últimas páginas.
La prosa es ágil, elegante y con una clara intención poética. Pârvulescu demuestra su habilidad a la hora de no infantilizar los diálogos entre niños y de que sus reflexiones resulten inusualmente maduras. Lo complejo, lo inabarcable, se vuelve sencillo en las aceras de la remota calle San Juan.