Una caricia

2 de septiembre de 2025 3 minutos

Paco Sánchez Biografía

Paco Sánchez es columnista — además de en Nuestro Tiempo, publica sus textos en La Voz de Galicia— y profesor titular en la Universidade da Coruña. Estudió Periodismo en la Universidad de Navarra, y en 1987 defendió una tesis sobre Miguel Delibes, de quien acabó siendo amigo. Entre 1989 y 1991 fue director de NT, donde entró «como un paracaidista que salta sobre una tierra que conoce solo por los mapas». Desde 1993 escribe la última página de la revista, el «Vagón-bar», motivo por el que muchos lectores empiezan la revista por el final.


«Después de un examen concienzudo mientras esperaba el turno, encontré un pecado que no sabía cómo contar y, además, me daba vergüenza»

Lo que mejor recuerdo de la primera comunión es la primera confesión. En aquellos tiempos, al menos en mi parroquia, las hacíamos a los siete años, edad en la que se suponía que alcanzamos el uso de razón y, por tanto, disponíamos de entendederas suficientes para discernir la diferencia entre el pan corriente y el eucarístico. En la fiesta del Corpus Christi, preparados por un periodo de catecismo dominical, recibíamos con ilusión indisimulada la sagrada forma y sabíamos perfectamente el abismo que la alejaba de las otras sin consagrar que nos habían dado en los ensayos o que habíamos distraído, quizá, en la sacristía.

La víspera por la tarde, fuimos a la iglesia para confesar nuestros pecados. Era una iglesia feúcha, oscura y provisional, incapaz ya de acoger a toda la feligresía. Estaban construyendo cerca una nueva y muy moderna, en un monte que da nombre al barrio. La provisional se convirtió en un gran taller de automóviles y me daba mucha pena pasar por delante, así que lo evitaba. No recuerdo ahora qué sacerdote me tocó, me parece que fue don José, el párroco. Y no lo recuerdo, quizá, porque, después de un examen concienzudo mientras esperaba el turno, me preocupaba más otro problema: encontré un pecado que no sabía cómo contar y, además, me daba vergüenza. En el catecismo nadie se había referido a él, nadie nos lo había explicado. Y en las clases de Religión de mi colegio nacional tampoco había merecido atención alguna.

Me recuerdo en el banco, delante del confesonario. Iban quedando menos niños en la fila, pronto me alcanzaría la vez y seguía sin saber cómo explicarlo. Hubiera sido muy sencillo si se tratara de un robo, como el primer pecado de Francisco Umbral, que se quedó con las vueltas de un encargo que le hizo su tía. Pero el mío parecía más bien un bulto sin nombre del que mi conciencia de niño me acusaba de repente, aunque ni sabía decir por qué ni acertaba, por tanto, a traducirlo a palabras. Pero, en el último momento, justo antes de que me tocara, llegó una inspiración maravillosa: una solución, digamos, retórica. Entendía que estaba mal, no sabía por qué, pero sí que mis padres nunca lo habrían autorizado. Así que se trataba de una desobediencia en toda regla y ahí la encuadré a la hora de recitar mis maldades, en un «desobedecer a mis padres» o fórmula similar que el cura podría entender y que me pareció muy segura y verdadera.

Salí del confesonario saltando de alegría y corriendo. No esperé a ninguno de mis amigos —mis padres me dejaban ya muy suelto— y corrí desde la calle Forcarei hasta la de Monte Alto, cuesta arriba, como si me hubieran salido alas, ingrávido, riéndome solo y borracho de contento. Nunca sentí la necesidad de preguntarle a nadie cómo funciona la conciencia.

Del día siguiente recuerdo el traje de marinero, de segunda mano, al que quizá mi madre o una de mis tías tuvieron que cogerle una sisa o subirle las mangas, y que sirvió dos años más tarde también para mi hermano José Luis. Alargaron la mesa de casa con tableros para que cupieran mis abuelos y algunos primos. Mi madre hizo churros y los comimos con chocolate después de misa. Solo recibí regalos en efectivo, con la excepción de un anillo de oro con un rubí que trajeron mis tíos Lola y Pepe. Pero yo no estaba en eso: todavía flotaba en aquella alegría de la víspera, íntima, suave y salvaje a la vez.

Mañana vuelve el Corpus como una caricia de la memoria.


Más artículos de este autor

¿Quieres escribir en nt?

Siempre estamos buscando buenos colaboradores para la revista. Si tienes una buena historia, queremos escucharte.

Newsletter