Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

La receta de la esperanza llega a Sierra Leona

Texto Blanca María de la Puente  [Fia 14 Com 14] Fotografía Pequeña Nowina

Sierra Leona es el quinto país más pobre del mundo. Allí una persona debe subsistir con menos de un euro al día. No hay agua potable ni electricidad. La higiene escasea y los sistemas de salud y educación son alarmantemente precarios. Otro de los graves problemas de aquellas latitudes, la discriminación de la mujer, activó en 2015 la sensibilidad de Cristina Martínez Caballero [Com 97 PDD IESE 12] para fundar la ONGD Pequeña Nowina y poner en marcha varios proyectos en Sierra Leona para dignificarla y empoderarla. El más reciente, una escuela de cocina en un centro de acogida y formación de las Misioneras Clarisas. 


Tras concluir sus estudios de Publicidad y Relaciones Públicas en la Facultad de Comunicación y haber ocupado puestos de dirección en empresas de EE. UU., Europa y América Latina, Cristina Martínez Caballero [Com 97 PDD IESE 12] viajó en 2012 a la Sierra Leona más profunda con la ONGD Coopera para sacar adelante el  proyecto educativo «Escuelas de Wara Wara». «Consciente de lo afortunada que era por el hecho de haber nacido en España y en una familia relativamente acomodada, mi intención —cuenta Cristina— era cambiarle un poco la vida a la gente que no ha tenido esa suerte. Pero lo cierto es que al final te cambian ellos a ti». Allí conoció a las Misioneras Clarisas y al padre José Radilla Torres, más conocido como Padre Pepe, quienes la acogieron desde el principio y se convirtieron en su familia: «Ellos son el ejemplo del evangelio hecho vida, el verdadero cristianismo puesto en acción». 

Construyeron cinco escuelas en zonas muy remotas, donde hasta entonces ni el Gobierno ni las ONG habían llegado, y enrolaron a cincuenta y cinco profesores en la Universidad a Distancia de Makeni. Más de cuatro mil niños se beneficiaron de aquella iniciativa: «Un granito de arena en un inmenso océano, pero la única manera de que una sociedad pueda tener un futuro», asegura Cristina, que considera que «sin educación, sin referencias, no hay progreso». Durante los dos años que vivió allí, hasta su salida forzada el 8 de agosto de 2014 tras decretarse el estado de emergencia a causa del ébola, quedó conmovida de lo feliz y generosa que es la gente pese a la dureza de sus vidas. También le impresionó la enorme labor que llevan a cabo los misioneros, al tiempo que le horrorizó la tremenda discriminación que allí sufren las mujeres y que experimentó en su propia piel: «En el momento en que teníamos que negociar algo, si había otra persona de la asociación y era un hombre, yo ya no existía: desaparecía», relata Cristina. A las niñas se les niega la educación porque, según piensan algunos, es «tirar el dinero», las mujeres caminan distancias extraordinarias para recoger agua o se ocupan de los trabajos más duros cargando piedras y troncos mientras sus maridos observan; ignoran que les corresponden derechos porque nadie se lo ha enseñado y muchas de ellas mueren al dar a luz. Por eso, Cristina no dudó en hacer lo que estuviera en su mano por ayudar a esas niñas y mujeres tan vulnerables. Y creó Pequeña Nowina. 

 

Las heridas del ébola

 Cuando irrumpió la peor epidemia de la historia del ébola, Cristina se encontraba construyendo escuelas en lugares recónditos de difícil acceso cerca de Guinea, donde empezó el brote. El contagio se produce a través de los fluidos corporales (sudor, saliva, sangre, etcétera) y para prevenirlo hay que evitar el contacto físico, algo muy difícil en una sociedad donde la gente —especialmente los niños— es muy cercana en el trato, y lo comparten todo: comen varias personas de un mismo plato, en una cama pueden llegar a dormir cinco niños juntos y en los transportes públicos van hacinados. «Luchar contra el ébola en estos países es luchar contra uno mismo, contra las propias costumbres y tradiciones», afirma Cristina. Desde allí los políticos y las ONG pidieron ayuda a la Organización Mundial de Salud sabiendo que iba a fallecer mucha gente, pero la respuesta, cuenta ella, fue mirar hacia otro lado. La muerte del hermano Manuel, el entonces director médico del hospital San Juan de Dios de Lunsar, en Sierra Leona, fue el punto de inflexión que hizo que la comunidad internacional cobrara conciencia de la sangría que se estaba expandiendo y de la incapacidad de los líderes locales para afrontar una situación tan compleja. «Aunque vivíamos en ciudades distintas, tuve la posibilidad de conocerlo e incluso de que me atendiese en su consulta. Era un médico extraordinario, amable, entregado en cuerpo y alma a los pobres desde hacía más de cuarenta años. Dicen que se contagió en un quirófano. Su muerte fue dolorosísima para todos», recuerda Cristina.

Durante la crisis del ébola, junto con Médicos del Mundo y con la ONGD Coopera, Cristina ayudó en las labores de sensibilización donando cloro para la desinfección y dando charlas sobre cómo actuar para evitar el contagio. Entre algunas de las medidas que adoptaron estuvo el “saludo del ébola”. «Lo planteamos prácticamente como un juego —relata la cooperante— que consistía en juntar las manos e inclinar la cabeza con mucho respeto». A consecuencia de la epidemia murieron más de once mil personas y las secuelas todavía pueden verse. Cuando se vio obligada a dejar el país, Cristina prometió a las Misioneras Clarisas que las iba a apoyar. 

 

Ensanchando horizontes

 A su regreso a España empezó a dar sesiones para concienciar sobre lo que estaba ocurriendo en Sierra Leona al tiempo que mandaba dinero  y contenedores de comida para que las clarisas y el Padre Pepe pudiesen ayudar a las personas en cuarentena. Y un año después, asesorada por David Chimeno, director de Coopera, a principios de 2015, Cristina fundó la ONG para el Desarrollo Pequeña Nowina, que preside desde entonces: una organización sin ánimo de lucro compuesta por cientos de voluntarios que, con generosidad y dedicación, contribuyen al desarrollo de este proyecto.  

Detrás de Pequeña Nowina está la historia de Mabinti, una niña descalza y semidesnuda de familia muy pobre que Cristina conoció en uno de sus proyectos que decía que comía carne cuando en realidad lo que se llevaba a la boca eran saltamontes, su única fuente de proteínas. Una imagen que Cristina rememora cada vez que habla de la ONGD, como la de tantas otras pequeñas nowinas que viven en la misma situación. «Si les das la oportunidad son capaces de grandes cosas», asegura Cristina: «Tienen que ser protagonistas y ayudar a cambiar el mundo».

Con base en El Puerto de Santa María (Cádiz), su misión es cooperar con la mujer y especialmente con las niñas en situación de debilidad y marginación en África, América Latina y España, proporcionando herramientas para que sean independientes, libres y autosuficientes. Pequeña Nowina se creó también con el deseo de construir puentes entre los países desarrollados y los llamados del tercer mundo, de manera que se genere un aprendizaje mutuo. «Mi cabeza está aquí pero mi corazón —dice Cristina— está en Sierra Leona», donde, además de con las Misioneras Clarisas, también colabora con los Misioneros de Cristo y los Misioneros Javerianos en tareas de enseñanza, empoderamiento, sanidad, incidencia política, educación en valores y asistencia humanitaria. 

Durante los cuatro años de actividad, han emprendido diferentes proyectos: la construcción de una casa para voluntarios médicos y de una maternidad con una incubadora y material sanitario que ha disminuido el número de mujeres que mueren desangradas durante el parto o a consecuencia de mutilaciones; el reparto mensual de un saco de 25 kilos de arroz y la dotación de material escolar, bicicletas y becas han hecho que muchas jóvenes continúen sus estudios hasta  la universidad, evitando la prostitución. Y distribuyen lámparas solares con el leitmotiv «Luz para Nowina», lo que ha cambiado la vida de familias enteras. Uno de los últimos hitos ha sido la nueva escuela de cocina. 

El 26 de noviembre se inauguró en la localidad de Lunsar la nueva cocina de la Escuela Vocacional de María Inés. Un proyecto liderado por Pequeña Nowina y la empresa Ybarra, junto con las Misioneras Clarisas, que ha transformado la vida de las más de trescientas mujeres que actualmente se forman en ella. Tras construir y equipar el nuevo centro, los siguientes pasos eran conseguir agua potable e iluminación. Después de dos años de intenso trabajo, cuenta ya con dieciséis paneles solares donados por Fotowatio Renewable Ventures que proporcionan una fuente sostenible y segura de electricidad. Tener energía durante todo el día es algo a lo que en Sierra Leona no están acostumbrados y que les ha ensanchado horizontes distintos. «Cuando uno se dedica a un proyecto, siempre pone el alma y el corazón en las personas. La mirada, la ilusión y el brillo de los ojos de esas niñas me devolvió a ese momento inicial en el que decidí crear Pequeña Nowina para mejorar la vida de esas mujeres», cuenta Cristina sonriente y contenta por el esfuerzo realizado. «Les estamos enseñando a fabricar sueños, creer en ellos y a hacerlos posibles». 

 

Una vocación temprana

 Con tan solo tres años, Cristina Martínez acudía todos los sábados con sus padres y hermanos a un asilo de ancianos para ayudar a atenderles y hacerles compañía. «Recuerdo a mi madre dedicándose siempre a los demás. El voluntariado es algo que ni siquiera he tenido que pensar; venía en mi ADN. Y, sin yo saberlo, fui formándome con los años para fundar Pequeña Nowina». Trabajó varios años en EE. UU. en ARCOR, la mayor productora mundial de caramelos, lo que le hizo viajar por todo el mundo; completó un programa de desarrollo directivo en el IESE Business School de la Universidad y estudió en Boston marketing internacional. Todo ello le proporcionó los conocimientos y la capacidad para poner en marcha la ONGD. 

Cuando decidió liderar la organización, Cristina se encontraba en Medjugorje, un santuario católico en el municipio de Citluk en Bosnia Herzegovina: «Le dije a la Virgen: si tú quieres que yo haga esto, me pongo debajo de tu manto y tú me llevas, porque para mí sola es imposible». Desde entonces reconoce que han sido muchas las personas que han pasado por su vida, que la han ayudado y para las que no le faltan agradecimientos. Entre ellas, su madre; la hermana Elisa, superiora regional de las Misioneras Clarisas, que le abrió las puertas de la misión y le dio sus primeros proyectos; la hermana Mariluz Roa, durante muchos años subdirectora en el colegio mayor Santa Clara de Pamplona y que ahora dirige la Escuela Vocacional para Mujeres María Inés; María Teresa y María Paula Río Frío [Com 98], que le dieron el empujón para sacar adelante Pequeña Nowina; Solete Hidalgo, voluntaria comprometida con la ONGD; David Chimeno, director de Coopera, y tantas otras personas sin las que no hubiera sido posible Pequeña Nowina. Entre ellas, también se encuentra María José Mercado Vargas [Ing 02], la primera voluntaria de Pequeña Nowina. María José había colaborado previamente en Sierra Leona con las clarisas. Al ver una publicación de Cristina en Facebook tras su salida del país por el ébola, se puso en contacto con ella porque quería seguir ayudando. Aunque vive en Granada, la tecnología le permite colaborar sin problemas y de manera eficaz. «María José es una trabajadora incansable, metódica, profesional y detallista. Desde el principio ha llevado el área de Proyectos. Lo más importante es que siempre, siempre, está ahí», afirma Cristina sobre la antigua alumna de Tecnun.

«La Universidad de Navarra ha tenido un papel muy importante en mi formación», asegura Cristina, que cuenta cómo nada más pisar el campus vivió una experiencia que le enseñó una gran lección. En 1993 no había pistas de pádel. Apasionada de este deporte, decidió recoger firmas junto con su amiga Maruli Pérez de Eunate. Para su sorpresa, la respuesta del director del servicio de Deportes, Javier Trigo, fue nombrarla primera delegada oficial de pádel de la Universidad. «Aprendí que las ideas no sirven para nada si no sabes cómo ejecutarlas», reconoce Cristina. Empezaron organizando campeonatos en el Señorío de Zuasti y clubes de los alrededores y, en el tercer año de carrera, se construyeron las pistas. Recuerda también con mucha gratitud las palabras de Quino Molina, el entonces director de Comunicación: «Tú no te preocupes solo por los resultados académicos; vive la universidad. No quiero que pases por la universidad, quiero que la universidad pase por ti». 

 

La vida de misión, un alimento para el alma

 Pequeña Nowina empezó en Sierra Leona, pero están dispuestos a ayudar a reconstruir vidas donde haga falta y a recibir con agradecimiento a todo aquel que quiera colaborar. Hacerlo es un regalo para ellos y para uno mismo. «Me ha cambiado todo;  soy otra. Yo era una chica dura a la que no se le ponía por delante nada que impidiese lograr sus objetivos. Pero el ébola, la muerte del hermano Manuel, enfermar de malaria… Para mí fue un baño de humildad. Te crees que puedes con todo y no es así», confiesa Cristina, a quien Sierra Leona le ha dado una visión más real del mundo y le ha permitido entender qué es la verdadera pobreza y la oportunidad de conocer a personas maravillosas entre las que se encuentran dos misioneras antiguas alumnas de la Universidad: la hermana Clara, que cursó Teología, y la hermana Patricia, que estudió Medicina y ahora es doctora en la clínica Milla 91 en Sierra Leona. «Tengo la certeza de que estoy haciendo lo que debo hacer, lo que Dios quiere que haga, sin duda alguna. Estoy muy contenta. Tengo todos mis talentos puestos al servicio de los demás y me considero una mujer afortunada», reconoce Cristina con total sinceridad.