Firma invitada
Empleo y futuro: es el momento de desaprender
El entorno está cambiando. Siempre lo ha hecho. La diferencia está en que se transforma a una velocidad imparable y nos exige una actualización constante. El aprendizaje a lo largo de la vida es prácticamente la única forma de ser «empleables», por cuenta ajena o por cuenta propia.
A merced de las nuevas tecnologías, además de las compañías GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon), han emergido modelos de negocio que hace pocos años parecían solo emprendimientos de jóvenes extravagantes. Las nuevas tecnologías y las nuevas empresas están generando nuevos empleos, y hacen desaparecer otros. Este fenómeno supone un gran reto social y político que se debe abordar con urgencia.
Para desenvolvernos en este contexto necesitaremos, junto con conocimientos técnicos, habilidades como las anunciadas por el Foro Económico Mundial (World Economic Forum, WEF): resolución de problemas complejos, pensamiento crítico, creatividad, inteligencia emocional, análisis y toma de decisiones, orientación al servicio, negociación, flexibilidad cognitiva…
La empleabilidad requiere, por tanto, que esas competencias se desarrollen en el ámbito educativo reglado —en España, el 65 por ciento de los niños que hoy comienzan Primaria trabajará en puestos que no existen, según el WEF— y en la formación continua.
Sabemos que siguen naciendo neuronas y que son capaces de generar nuevas conexiones hasta más allá de los ochenta años: luego podemos aprender aunque no seamos muy jóvenes. Lo complicado será cambiar nuestros hábitos para adaptarnos a los cambios que ya están aquí y que, nos guste o no, van a continuar produciéndose a un ritmo vertiginoso.
La digitalización transforma el comercio, el turismo, la prensa, la música, la banca, la industria, la Administración… La robotización provoca pérdidas de puestos de trabajo y no solo en las fábricas. La inteligencia artificial de la plataforma Watson revoluciona el mundo jurídico, y el software predictivo Vital ocupa ya un «puesto» en comités de dirección. Pero la realidad demuestra que en los países más robotizados, como Alemania, es donde menos desempleo existe y hay mayor competitividad.
La tecnología crea más empleo del que destruye. La empresa china Foxconn robotizó cincuenta mil puestos de trabajo y cualificó a su personal para que pudiesen fabricar robots. Algo similar hace Whirlpool en sus plantas estadounidenses.
Profesiones que no existían hace diez años hoy se demandan cada vez más: desarrolladores de apps, gestores de redes sociales, conductores de Uber, ingenieros de vehículos autónomos, especialistas en computación en la nube o en ciberseguridad, analistas de datos, gestores medioambientales, creadores de contenidos para Youtube, operadores de drones, blogueros, especialistas en fabricación aditiva y escáner, diseñadores de entornos virtuales y de realidad aumentada, expertos en nanotecnología y abogados y profesores online.
Accedemos, además, a nuevas vías de ingresos al compartir casa (Airbnb, por ejemplo), coche (Bla Bla car), tiempo o habilidades, gracias a plataformas que conectan la oferta de «capacidades» con el mundo (Eyeka, para diseñadores y publicistas). En pocos años, la economía colaborativa va a mover 570 000 millones de euros solo en Europa, según la Comisión Europea, y el 85 por ciento se repartirá entre quienes comparten sus recursos con otras personas.
Nuestras estructuras administrativas, políticas y legales se crearon para tiempos ya superados. La desintermediación, la inmediatez, la conectividad y la personalización nos obligan a estar al día de los cambios y a trabajar en adaptarnos o reconvertirnos. Muchos profesores ya trabajan con el aprendizaje basado en retos, las inteligencias múltiples y las tecnologías para desarrollar nuevas capacidades. ¿Seremos capaces de desaprender quienes somos menos jóvenes?
María Beúnza es socia de Happeninn y profesora asociada en el Máster en Dirección de Personas en las Organizaciones de la Universidad de Navarra.