Búhos a Atenas
En plena canícula, estío —¡que no hastío!—, en mitad del siempre maravilloso verano, muchos habrán tomado partido entre la dicotomía definitiva de la estación, que no es playa o montaña sino ensayo o novela. Don Alejandro Llano, exrector de la Universidad de Navarra y catedrático de Metafísica, siempre lo ha tenido claro: ¡novela! Tuve el privilegio inmerecido de ser la última de sus muchos doctorandos. Una de las lecciones más útiles que aprendí junto a él fue la de valorar la buena literatura tanto como la filosofía. No es esta una actitud que suela encontrar entre mis compañeros columnistas, a excepción de algunos como Juan Carlos Girauta o Fernando Bonete. Hace ya más de una década, don Alejandro me regaló una lista de títulos imprescindibles que debería leer en algún momento de mi vida. De entre ellos, el último que escogí fue Los demonios, de Dostoievski. El escritor ruso es uno de mis autores favoritos, y el hecho de conocer la buena opinión que de esta obra tienen Bonete y Girauta me reafirmó.
Nunca podré agradecerles lo suficiente a los tres el haberme descubierto esta novela. En ella se anticipan muchos de los grandes males que nos aquejan, fruto de la filosofía moderna y sus intentos de imaginar en abstracto cómo deberíamos ser las personas. En estado de naturaleza carecemos de maldad, nos venden Rousseau y su teoría del buen salvaje, mientras que Hobbes nos cuenta que el hombre es un lobo para el hombre (y la mujer una víbora para la mujer, añaden algunos entre risas). Desde este prisma, la consecuencia lógica se concreta en el anhelo de resetear la sociedad, inventarla desde cero y como Dios manda. El «Quita, déjame a mí, que tú no sabes» hecho obsesión filosófica.
He llegado a carcajearme en plena noche con la ridiculización que hace Dostoievski de las disputas entre revolucionarios, un Frente Popular de Judea de los Monty Python en versión decimonónica. Risas como un oasis en mitad de la angustia que provocan su pormenorizado análisis del problema y las consecuencias del nihilismo, la destrucción de Dios y de la familia; de las piruetas intelectuales que acaban por convertir la libertad en la igualdad que equipara desde lo más bajo y que precisa de la esclavitud y brutalidad de muchos en manos de unos pocos. Dostoievski llega a ironizar con la idea de que quizá lo más adecuado sería destruir al 90 por ciento de la población. ¿Qué pensaría si supiera que las políticas antinatalistas cobran cada vez más fuerza en Occidente?
Si usted, querido lector, ha alcanzado este párrafo, puede que le parezca interesante este esbozo de Los demonios. Sin embargo, es agosto. Lo más recomendable en términos de salud mental, lo más inteligente, es decantarse por una lectura ágil y entretenida. O no escoger ninguna. Es aquí donde confieso que he tardado seis meses en acabar la novela. Podría excusarme diciendo que es un tocho de mil páginas. Que me dedico a leer y escribir, y así se vuelve complicado leer por gusto. Que tengo dos niños pequeños y una salud un tanto precaria. Que la literatura rusa resulta inasible porque sus personajes pueden denominarse bajo tres formas completamente distintas. Pero lo cierto es que yo, como muchos, estoy enganchada a la dopamina fácil que generan las redes sociales, WhatsApp y HBO. Si los filósofos modernos se equivocaron al tratar de resetear la sociedad desde cero, mi mal consiste en no saber resetear mi relación con las pantallas. Este verano llevaré a cabo mi propio experimento: desconexión total y absoluta, vuelta a lo analógico. En la próxima columna les contaré qué tal ha resultado.
LA PREGUNTA DE LA AUTORA ¿Somos conscientes de que los grandes cambios empiezan por uno mismo? |
Mariona Gúmpert [PhD Fia 16] es columnista de opinión y cultura en ABC y Vózpopuli.