Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Alicia, los espejos y los números

Texto Joseluís González [Fil 82] es profesor y crítico literario@dosvecescuento

Alicia en el país de las maravillas cumple 150 años sin perder una gota de encanto y hondura psicológica.


De la felicidad de los veranos. De las riquezas de ser niños siempre. De ese patrimonio que se hereda por tener imaginación para ver mundos nuevos y descubrir en la propia realidad novedades y luces que otros no aciertan a encender. De enredar las palabras para jugar con el ingenio. De temas como esos se llena la Literatura.


Por ejemplo, ese principio de luz brincó el viernes 4 de julio de 1862 por la tarde. Un treintañero, Charles Lutwidge Dodgson, profesor de Matemáticas en Christ Church College de la Universidad de Oxford, con su amigo el también joven reverendo y profesor Robinson Duckworth, y con tres hijas del decano, las hermanas Liddell Edith, de ocho años; Alice, de diez; y Lorina, de trece—, recorrieron en barca, a remo, unos tres kilómetros de paseo por el Támesis. Querían llegar a Godstow y tomar el té a la orilla, entre la hierba. En esas plácidas excursiones fluviales Dogson solía improvisar, medio tartamudeando, un cuento. Encadenaba episodios disparatados, para provocar humor, enzarzaba juegos de palabras, convertía en personajes delirantes a los pasajeros y amigos.


Duckworth no lo tenía difícil con su apellido: se transformó en Duck, el Pato, miembro del tribunal que juzga a una de las cartas acusada de robar tartas. La seguna hija del decano, Alice, protagonizó aquellas aventuras maravillosas. Volvieron de la excursión pasadas las ocho. En su residencia de la universidad, Dodgson mostró a las niñas una colección de un arte pionero en el que se había iniciado ocho años atrás: la Fotografía. Poco antes de las nueve, las hermanas Liddell estaban en el decanato, con sus padres —el capellán anglicano y catedrático de Griego Henry George Liddell, y su joven esposa, Lorina Reeve— y sus otros tres hermanos. El propio Dogdson, que llevaba un diario meticuloso de sus fotos y vivencias, lo anotó. Y parece ser que esa misma noche en vela, o durante las jornadas siguientes, puso por escrito las fabulaciones que se le habían ocurrido aquella tarde.


Aunque la acabó en febrero, nueve meses más tarde, la rehízo y le añadió dibujos suyos. En noviembre de 1864 Dodgson adelantó el regalo de Navidad a Alicia Liddell: un manuscrito que se titulaba Alice’s Adventures Under Ground —es decir, Las aventuras subterráneas de Alicia— que se cerraba con la fotografía de un retrato ovalado de la niña a los siete años.


Con ilustraciones imperecederas de John Tenniel, aquel manuscrito, mejorado, salió impreso en libro con el título de Alice’s Adventures in Wonderland, justo el 4 de julio de 1865, con el pseudónimo en que se refugiaba literariamente aquel diácono anglicano profesor de Matemáticas y Lógica simbólica: Lewis Carroll. El año 2015 conmemora el sesquicentenario de su publicación. La mejor edición la preparó Martin Gardner bajo el marbete de The Annotated Alice: The Definitive Edition, editada en España por Akal. En español son muy interesantes la de Cátedra, elaborada por Manuel Garrido con una traducción valiente de Ramón Buckley de los dos libros (A través del espejo y Lo que Alicia encontró allí), y la de Vicens Vives a cargo de Luis Maristany.


¿Qué hace interesante la obra de Lewis Carroll ciento cincuenta años después? Primero, su plurisignificación. Las alusiones, los intrincados juegos de palabras, la reflexión filosófica, el toma y daca y el humor. No es solo Literatura infantil. Es más: capítulos como el que encarna la Oruga con sus consejos y sus interrogaciones de altura metafísica parecen ahondar más allá de las profundidades de la fantasía. Los niños, que no salen, salvo Alicia, en la narración, no lo captan. La sátira al inmovilismo de cierta sociedad está aún presente en nuestra época. El Conejo Blanco, el Gato de Cheshire, el Sombrerero Loco, personajes memorables como Tweedledum y Tweedledee, Humpty Dumpty y su genial poema «Jabberwocky». Cruzar el espejo, traspasar puertas, caer por la madriguera, adentrarse en otros territorios subyugó a escritores como W. H. Auden, James Joyce o el filósofo Wittgenstein. Testimonios que autorizan a releer los dos tomos y pensar en mundos de más cromatismo que el simple color azul Disney. «I see what I eat… I eat what I see». Enigmático.


Libros NT 686



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