Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

Charlot. Un Quijote del siglo XX

Texto Fernando Serrano [Com 14]

«A picture with a smile, and perhaps a tear». Así comienza El chico (The Kid), película de Charles Chaplin estrenada en 1921. Así podrían definirse también la mayoría de las historias de Charlot, personaje creado en 1914. Llegó al mundo como Adán y Eva: adulto y sin mancha alguna de maldad. Un personaje que sufre en una realidad ajena, un hombre siempre desubicado... Un icono que ha hecho reír a media humanidad.


Charlot, el vagabundo más famoso de la historia del cine, nació de la casualidad y del ingenio de Charles Chaplin, un actor y director inglés que procedía del teatro. Desde niño vivió en un ambiente donde divertir al espectador constituía el máximo premio. Tal vez por eso le costó poco tiempo crear el personaje de Charlot.

Charles -Charlie Spencer Chaplin Jr. nació en Londres en 1889 en una familia muy humilde de artistas de variedades. Hijo de Charles Chaplin y Hanna Hill, su padre era cantante de music-hall, pero apenas lo conoció, ya que había abandonado el hogar familiar durante los primeros años de matrimonio. Desde ese momento, su madre —que padecía esquizofrenia— se encargó de mantener a Charles y Sydney, su hermano mayor, que viajaron de escenario en escenario.

Chaplin actuó por primera vez a los cinco años, cuando tuvo que reemplazar a su madre en una obra. Su interpretación resultó tan exitosa que, desde esa noche, ella se retiró para que él ocupase su puesto. Chaplin ya no volvería a esperar entre bambalinas. Más adelante, el cine —una técnica que al principio no despertó su interés— le haría inmortal.

El actor británico comenzó su carrera cinematográfica en Estados Unidos en 1910. Antes, en Inglaterra, había formado parte de diferentes compañías de teatro y variedades, pero su rápido ascenso al estrellato se lo brindó el cine. En Hollywood descubrió la potencia de la imagen en movimiento y su conformación como espectáculo de masas. Chaplin estaba fascinando por esa nueva forma de entretenimiento, y se entregó a ella. Al principio, en cortometrajes, de los que pronto se cansó: las historias no le convencían, así que buscó un personaje que le permitiera desplegar toda su fuerza cómica.

La revelación llegó un día de 1914, sin preverlo. Como narra el actor en su autobiografía, sucedió durante un rodaje. Allí le pidieron que se cambiase de ropa porque faltaban unos números cómicos. Chaplin, aburrido, fue al vestuario: «Pensé que podía ponerme unos pantalones holgados, unos zapatones, y añadir al conjunto un bastón y un sombrero de hongo. Quería que todo pareciera contradictorio: los pantalones, grandes; la chaqueta, estrecha; el sombrero, pequeño y los zapatos, enormes. Dudaba si parecer viejo o joven; pero recordé que Mack Sennet [el gran actor de comedias que le llevó a Hollywood] creyó que era demasiado mayor, así que me puse un bigotito que me añadiría edad sin ocultar mi expresión». Había nacido The Tramp (el vagabundo), rebautizado por el distribuidor francés en 1915 como Charlot, diminutivo de Charles. Con ese nombre -—desconocido en el mundo anglosajón— pasó a España, Italia y Portugal.

En el ensayo de la escena, Chaplin arrancó las carcajadas de todos los presentes en el plató, y congregó a un buen número de personas detrás de las cámaras. Entre otros, los cómicos Fatty Arbuckle y Ford Sterling, que estaban rodando en un decorado contiguo. Este último, con cierta envidia, describió así la actuación: «El tipo tiene los pies planos y el aspecto de golfo desharrapado más miserable que se haya visto nunca; hace unos gestos cortados, como si tuviera cangrejos bajo los brazos... pero tiene gracia». Charlot, el vagabundo con ecos de Dickens. Un tipo con sombrero y bastón, como los burgueses; bigote, como los galanes; y frac, como los dandis.

Poco tiempo antes, Chaplin había ensayado su figura en otros cortometrajes, como en La carrera de coches para niños (Kid Auto Races at Venice, 1914), donde su personaje realiza todo tipo de piruetas y se permite la «herejía» de mirar a la cámara, es decir, al público, para buscar su empatía.

En la época del cine mudo, los recursos escénicos se limitaban a la mímica y a la sobreactuación, técnicas que elevó a la categoría de arte. De hecho, incluso prometió en ese tiempo que el vagabundo sería mudo para siempre. Años más tarde llegó el cine sonoro —en 1927 se estrenó The Jazz Singer—, un avance que Chaplin desdeñó: «Los diálogos restringen la libertad de un arte que ya ha alcanzado su cima expresiva». Sin embargo, terminó por rendirse a esa realidad imparable, y en El gran dictador (The Great Dictator, 1940), Chaplin habló para interpretar el doble papel Adenoid Hynkel —álter ego de Adolf Hitler— y de un barbero judío —al que confunden con el dictador alemán—, personaje muy parecido al legendario Charlot.

cine mudo, blanco y negro. Se puede pensar que Chaplin tenía una forma sencilla de narrar y actuar, sobre todo con Charlot, pero lo cierto es que edificó su cinematografía sobre guiones minuciosos y actuaciones con poco espacio a la improvisación. Su forma de vestir, el mundo que le rodea o cualquier objeto que aparece en la pantalla, tienen un sentido. Nada resulta accesorio.

Su chocante vestuario configura a un personaje a medio camino entre la elegancia y el absurdo. Un hombre que, aparentemente, viste de etiqueta, pero que sin duda es un vagabundo. En el fondo, su carácter trasciende a las apariencias: «Si vistiera como un caballero o como un obrero, Charlot sería el burgués desgraciado o el obrero desgraciado. Charlot “es” el hombre desgraciado», afirmó en una ocasión.

El personaje representa la desdicha humana, no porque él quiera ser desgraciado, sino como consecuencia de un entorno hostil. La mayoría de sus películas muestran dos realidades paralelas y contrapuestas: los arrabales miserables y la opulencia de la clase alta. Sin embargo, los guiones no se limitan a un enfrentamiento de clases: Charlot intenta abandonar la marginalidad, pero, cuando lo logra, tampoco encaja en el mundo de los ricos. Por tanto, se convierte en un personaje discriminado, una especie de quijote moderno.

 

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