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La Navidad es un misterio, un regalo y una invitación, y Chesterton supo desentrañar estas dimensiones con el entusiasmo de un niño y con la agudeza de un sabio. En sus textos, la Navidad cobra vida como una fiesta cargada de sentido, que une lo divino y lo humano en el pesebre nevado de Belén y nos desafía a vivir su alegría con profundidad y asombro.
«Me he comprometido un poco precipitadamente a escribir sobre el espíritu de la Navidad», dijo Chesterton, describiendo con toda exactitud profética mi estado presente; pero mi precipitación conoce un respiro. Vengo a hablar sobre el espíritu de la Navidad en Chesterton, que habló muchísimo (precipitadamente o no, ya da lo mismo) de la Navidad.
Además, el mensaje central —que es lo difícil— me lo han dado hecho. Me dijo el director de Nuestro Tiempo que tenía la ilusión de que el artículo sobre la Navidad y Chesterton fuese, de alguna manera, un regalo de Navidad que la revista hacía a sus lectores. ¡Ah, ahí está! Chesterton es un regalo de Navidad infalible. «¡Un regalo enorme!», precisaría él con humildad, y un guiño. Te lo esperas y aun así te sorprende. Además, no conozco a nadie al que la Navidad le gustase más y la explicase mejor. Si regalamos a Chesterton por Navidad es —juego de espejos— porque Chesterton nos regala la Navidad.
Como ha notado el poeta José Julio Cabanillas: «Chesterton se crece cuando habla de la Navidad». Él clamaría: «¿Cómo que “me crezco”? ¿¡Todavía más!?». «Al resto las navidades nos engordan —le explicaría yo—, pero a usted, querido Gilbert, le expanden en un sentido metafórico, esto es, literario». «Ah», suspiraría, convencido a medias, pero aliviado.
«UNA MAYORÍA DE LA GENTE SEGUIRÁ OBSERVANDO COSTUMBRES QUE NO PUEDEN EXPLICAR Y CELEBRARÁ LA NAVIDAD Y MANTENDRÁ LOS REGALOS Y LAS BENDICIONES DEL DÍA DE NAVIDAD. Y ALGÚN DÍA SE DESPERTARÁN Y DESCUBRIRÁN POR QUÉ»
G. K. Chesterton
La Navidad le encaja como un guante: la entiende a la perfección, aplaude su tiempo y su espacio, la disfruta como nadie, lo hace disparando a diestro y siniestro, como le gusta, y, por último, nos invita a nuestra propia Navidad. Analicemos, dedo a dedo, poco a poco, cada uno de estos puntos de su guante. Aprovecharemos sus propias ideas, colgando sus citas como si fuesen bolas (de tan redondas que son) del árbol de Navidad que es el propio autor.
CHESTERTON NOS EXPLICA QUÉ ES LA NAVIDAD
G. K. escribió un artículo sobre «El espíritu de la Navidad», que ha dado título a una festiva recopilación de textos navideños en un volumen publicado por la editorial Renacimiento, traducido por Aurora Rice. Sin embargo, a pesar de tanto espiritismo, Chesterton no se pierde en vaguedades ni en fantasías ni en felices fiestas ni en coloridos deseos bienintencionados ni designa «algo que decididamente es el espíritu, no de la Navidad, sino una cosa que combina tal vez el optimismo infundado del ateo americano con el pacifismo del dulce hindú». Lo importante —recalca— es la encarnación: nació un niño de carne y hueso que era Dios.
Nuestro autor brinda con todos, por supuesto, pero no se mueve un ápice del dogma, porque sabe que la felicidad desparramada, los deseítos por doquier y los brindis mismos dependen de ese Niño en el pesebre. Avisa: «Una mayoría de la gente seguirá observando costumbres que no pueden explicar y celebrará la Navidad y mantendrá los regalos y las bendiciones del día de Navidad. Y algún día se despertarán y descubrirán por qué». Por Quién.
En cambio, le vale el acercamiento más devocional de los pastores o el más intelectual de los Reyes: «Contentémonos con decir que la mitología vino con los pastores y la filosofía con los Reyes». En un hermoso villancico, Eugenio d’Ors se resignaba a su papel de sabio: «Para calar pronto / si viene el Señor, / cuídate ser Mago / si no eres Pastor». Chesterton, en cambio, era capaz de ser pastorcillo y Majestad de Oriente (y un poco buey, aunque no mudo, añadiría él con una carcajada angélica).
CHESTERTON APLAUDE EL INVIERNO
Tras arrodillarse, que es lo primero, ante el Niño, Chesterton se pone a disfrutar las circunstancias, empezando por el frío, que le parece de perlas: «Que el Hijo de Dios naciese en diciembre significa algo: que Cristo no es meramente el sol de verano de los prósperos sino la hoguera del invierno de los desafortunados». Esto le permite gozarse en un sinfín de paradojas, como «que el nacimiento de un Niño sin hogar se celebre en cada hogar» o que «el hombre elija para estar más alegre el momento preciso en que todo el universo material está más triste. Este contraste, este desafío místico es lo que da su cualidad de virilidad y realidad […] Incluso el acebo pincha». Se regodea en la suerte: «No somos meros adoradores de la naturaleza; el hombre sabe sonreír cuando la naturaleza frunce el ceño».
El frío cumple una función esencial: apiña a la familia en torno al hogar. E invita a invitar al pobre y al desvalido. El invierno es una llamada a la caridad. Casa y caridad, fuego y juego, Chesterton no puede aplaudir más.
En su visita a Tierra Santa, tuvo la suerte de ver nevar en Belén. «Cada rumor de realismo, cada forma indirecta de racionalismo, cada opinión científica de tercera mano, aceptada por su autoridad, me habían llevado a ver el país donde nació Cristo como un lugar semitropical, sin otra cosa que palmeras y parasoles. Fue al mirarlo yo cuando resultó que era exactamente igual que una felicitación de Navidad». Esta coincidencia de la imagen estereotipada con la realidad in situ le llenó de gozo y le llevaría a hacer, acerca del mito que es verdad, reflexiones muy similares a las que luego Tolkien compartiría con C. S. Lewis, y que culminarían en la conversión de este. Todas las historias antiguas del dios que nace entre los hombres cuajaron en el Niño que nace en Belén, sí, y entre la nieve. De entre los mitos, uno fue real, el más mítico.
CHESTERTON SE EMBALA
El autor inglés no es un Papá Noel bonachón limitándose a unos estentóreos «Ho, ho, ho!». Su interés por el bien común y por la política era constante y no dejaba de sacar corolarios combativos de sus planteamientos vitales y teológicos. Con la Navidad, no hizo una excepción. Como sostiene el obispo Munilla, Chesterton es el patrón de la batalla cultural que no calla ni bajo agua.
Primero coge carrerilla en la memoria histórica. La Navidad en Inglaterra tenía un inequívoco aire medievalizante e implicaba una evocación a la Merry England. Según Chesterton, «que Shakespeare, Dickens y Walter Scott escribieran sobre la Navidad nos parece muy natural». Él, claro, se apunta a ese póker de ases.
Hay trazas reaccionarias en la celebración y él las recalca: «La Navidad no encaja en absoluto con ese gran futuro que se abre ante nosotros. La Navidad no está fundada sobre el gran concepto comunitario que sólo halla su expresión definitiva en el comunismo. La Navidad no ayuda realmente a la expansión más elevada, sana y vigorosa del capitalismo. No se puede esperar que la Navidad encaje con las esperanzas modernas de un gran futuro social. La Navidad contradice al pensamiento moderno. Es un obstáculo para el progreso. Arraiga en el pasado, en el pasado remoto…».
«NO SOMOS MEROS ADORADORES DE LA NATURALEZA; EL HOMBRE SABE SONREÍR CUANDO LA NATURALEZA FRUNCE EL CEÑO»
G. K. Chesterton
La Navidad es una protección también de la familia, de la conciliación (aunque Chesterton no usa esa palabra), de la tradición y, muy concretamente de la casa. Es la gran fiesta del distributista, como explica: «Y uno de los pilares y primeros principios de la domesticidad, como señala Belloc con razón, es la institución de la propiedad privada. El pudin de Navidad representa el misterio maduro de la propiedad: eso se demuestra comiéndolo».
Entre las cosas que han de volver está la religión, y la Navidad habrá hecho de puente sobre el paganismo de los tiempos modernos: «Personalmente no dudo de que volverá (no sé cómo) un credo inspirador y atrayente a nuestra nación. La religión es auténticamente imprescindible, como el fuego en invierno: donde no hay visión, el pueblo perece, y perece de frío. La nación que carece de dioses no sólo muere, sino que además muere de aburrimiento. Pero si algún día vuelve a fundarse firmemente una fe, será interesante cuando menos ver esas pocas cosas que han hecho de puente sobre el abismo, que se mantuvieron firmes cuando se perdió la fe, que seguían de pie cuando se volvió a encontrar. Entre estas cosas realmente interesantes, una de ellas será probablemente la celebración inglesa de la Navidad».
CHESTERTON DISFRUTA LA NAVIDAD
El puente sobre el río de la posmodernidad será, por tanto, la celebración. Esto es, que hay que festejar por todo lo alto que Dios se haya avenido a venir a las bajuras de una cueva en Belén. GKC nos da un grandísimo ejemplo en todo lo referente a celebrarlo: «Entonces, tal vez sea porque soy un insensato, pero me parece que ahora me gusta más la Navidad (en comparación con el resto del año) que cuando era niño». Hay que disfrutarlo todo. Siempre perspicaz, se dio cuenta de que «los puritanos de antes atacaban la Navidad en su totalidad; los nuevos puritanos la atacan en detalle, poco a poco». Antes querían discutir o la veracidad de la historia o la verdad del misterio, ahora quieren robarnos la alegría a pellizcos con reparos dietéticos, con quejas anti consumistas o con supuestas tristezas o síndromes psicológicos.
Chesterton apuesta por los regalos a la vez que arremete contra el consumismo. La clave de la no contradicción de la paradoja estriba en que lo importante no es comprar nada, sino darlo. El acento está en la entrega, no en la adquisición. «El propio Cristo es un regalo de Navidad», nos recuerda para zanjar los remilgos.
Lo de la dietética le resbala: «La Navidad y la salud suelen ser antagónicas, y yo desde luego me pongo de parte de la Navidad». Y, aunque no lo dijo él, puestos a unir lo mundano con lo litúrgico: para hacer dietas son maravillosos el Adviento y la Cuaresma, además de los viernes, en general. No caigamos ahora en la báscula, digo, en la trampa.
Tampoco tiene mucha paciencia con los que se ponen quisquillosos con las diversiones simples: «Están aquellos a los que no les gusta hacer el tonto; prefieren desempeñar ese mismo papel pero más en serio». «La hilaridad implica humildad», recuerda. Uno tiene que servir a los demás a menudo sirviendo de motivo de su risa, sobre todo de los niños.
Es lógico: «Religión y alboroto van de la mano, como demuestra la historia. El alboroto es propio del bribón, y la religión significa saber que eres un bribón. Alguien dijo, y muchas veces se ha citado: “Sé bueno y serás feliz, pero no te divertirás”. Es ingenioso, pero se equivoca profundamente en su cálculo de la naturaleza humana. Me inclino a decir que la verdad es justamente lo contrario. Sé bueno y te divertirás, pero no serás feliz. Si tienes un buen corazón, siempre serás ligero de corazón; siempre tendrás el poder de disfrutar de las fiestas especiales de la humanidad y de las buenas noticias de la humanidad. Pero el corazón que está ahí para aligerarse también está ahí para dolerse; realmente, si lo único que deseas es ser feliz compensaría no tener corazón en absoluto. Afortunadamente, sin embargo, ser feliz no es tan importante como divertirse, mantener vivo en uno mismo el poder inmortal del asombro y la risa, y una especie de reverencia juvenil».
CHESTERTON NOS INVITA A NUESTRA NAVIDAD
Ya tenemos casi listo este tarjetón de Navidad que nos envía Chesterton precipitadamente a los lectores de Nuestro Tiempo, pero nos falta traérnoslo corriendo a casa y ponerlo sobre la repisa de la chimenea. Él nos da un último consejo: «Fingimos ser antiguos personajes de Dickens, cuando deberíamos ser personajes nuevos de Dickens en la realidad». Esto es, no tenemos tanto que imitar a los personajes de Chesterton, como ser chestertónicos en nuestra actitud y talante, en nuestro propio hogar y con nuestras tradiciones. Aurora Rice, su espléndida e incansable traductora ya citada, me escribía: «Si Chesterton hubiera conocido la Navidad española, ¡cómo la habría disfrutado! Habría escrito artículos sobre la zambomba, el aguardiente y su botella, los villancicos… ¡y el belén! Siempre el belén. Me imagino a Chesterton como un niño entusiasmado, montando un inmenso belén que invadiera toda la casa, para desesperación de Frances…».
Lo bonito es que Aurora Rice no se equivoca. Chesterton conoció la Navidad española y la vivió con entusiasmo. La historiadora Belén Rincón ha documentado la visita que Chesterton hizo a España en 1926 para dar una conferencia en la Residencia de Estudiantes. Vivió con la familia del director, Alberto Jiménez Fraud, e hizo, como era de esperar, una gran amistad con la hija más pequeña. Pasaba largas horas jugando con el belén que tenían puesto en la casa. Y escribió estas líneas preclaras: «Los españoles aún poseen más costumbres que modas, y sus costumbres les son naturales. [La fiesta de los Reyes Magos es] un magnífico ejemplo de cómo unas gentes que conservan ese instinto popular son capaces de poner en acción un poema. […] Imaginan a los Reyes acercándose más cada día, y si hay imágenes de esas figuras sagradas, se las hace avanzar un poco cada noche. Esto resulta ya extrañamente impresionante, bien se considere como un juego de niños o como una meditación mística sobre los misterios del tiempo y el espacio».
Juego y meditación, tradición propia y dogma universal, seamos chestertonianos de los pies a la cabeza, y no nos dejemos nada por celebrar. ¡Muchísimas felicidades!