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Demoler la pirámide, levantar una torre

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¿Y si, en lugar de un sistema al borde del colapso por el envejecimiento demográfico, estuviéramos ante uno de los mayores triunfos de la humanidad? La científica titular del CSIC María Dolores Puga va más allá del alarmismo sobre la estructura poblacional y plantea una reflexión de fondo sobre cómo repensar el envejecimiento en el contexto social actual, desde una perspectiva más justa, realista y abierta al cambio.También la profesora Ana Marta González, directora de la cátedra IDEA de nuevas longevidades, quien invitó a la doctora Puga a la Universidad, propone transformar nuestra mirada cultural sobre el envejecimiento: no como un declive inevitable, sino como una etapa fértil y abierta a nuevas formas de participación, en la que cada persona, desde su trayectoria, puede seguir construyendo vínculos, reafirmar su dignidad y aportar valor social.
A la doctora María Dolores Puga, demógrafa y científica titular del CSIC, se la conoce sobre todo por sus estudios sobre el envejecimiento. Sube al estrado del Cima Universidad de Navarra el 7 de febrero con la seguridad de quien domina su campo. La conferencia, organizada por la Cátedra IDEA de nuevas longevidades que dirige la catedrática Ana Marta González en el Instituto Cultura y Sociedad, reunió a un público interesado en una temática que hoy suscita amplio debate.
Mientras la sociedad enfrenta una creciente controversia en torno al envejecimiento demográfico, ella lo afronta sin temor, con una claridad y un entusiasmo capaces de desarmar prejuicios. Entre ellos, la idea de que las personas mayores son obsoletas, improductivas o una carga económica para el sistema. En un contexto como este, la mirada de Puga resulta relevante: lejos de fomentar visiones catastrofistas, propone entender el fenómeno desde una perspectiva integral, que articule el análisis demográfico con un compromiso ético y social.
Frente a ella, la audiencia —compuesta por varias decenas de personas, en su mayoría adultos de la tercera edad— escucha con atención. Toman notas, asienten y, de vez en cuando, esbozan sonrisas cómplices ante las reflexiones de la doctora. No son espectadores pasivos, sino protagonistas de un debate que los involucra.
La experta advierte de que la narrativa promovida por muchos medios de comunicación tiende a exacerbar la percepción negativa del envejecimiento demográfico al presentarlo como una crisis inminente y una carga social y económica difícil de sostener. Un ejemplo ilustrativo es un artículo de la BBC en 2017: «Qué es el “tsunami plateado” que amenaza millones de empleos en Estados Unidos, América Latina y el resto del mundo». Gracias al progreso científico, a la mejora en la nutrición y a una mayor conciencia sobre la importancia de los cuidados médicos y sociales, la longevidad ha aumentado significativamente. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en 1980 la esperanza de vida en España era de 75,44 años, con una diferencia notable entre hombres (72,36 años) y mujeres (78,41 años). Para 2023 —el último dato de la serie—, esta cifra ascendió a 83,77 años (81,11 años para los hombres y 86,34 años para las mujeres).
Este avance ha transformado la forma en que se representan gráficamente las dinámicas demográficas, sobre todo en el mundo occidental. Lo que antes era una base ancha y una cima estrecha, reflejo de altas tasas de natalidad y mortalidad, ha evolucionado hacia una silueta más homogénea, consecuencia del envejecimiento y la reducción de la natalidad. No obstante, la demógrafa aclara que, aunque a menudo se considera imprescindible recuperar la pirámide original, en realidad, este modelo dista mucho de ser ideal. «La pirámide demográfica tradicional implicaría regresar a tiempos de altas tasas de mortalidad, un escenario impensable desde la perspectiva del bienestar humano», explica.
El caso de España ilustra con claridad este cambio. En las últimas tres décadas, la proporción de personas mayores de 65 años en el país ha experimentado un notable incremento. Según datos del INE, en 1993 este grupo representaba aproximadamente el 14,4 % de la población total. Para 2023, la cifra ascendió al 20,2 %. En términos absolutos, la población mayor de 65 años pasó de alrededor de 5,5 millones en 1993 a más de 9,7 millones en 2023.
Aunque aún no se ha alcanzado una forma completamente uniforme, la pirámide demográfica ha perdido su contorno clásico: su base se estrecha y su silueta se asemeja cada vez más a un bulbo. Este cambio admite una doble lectura. Por un lado, es una buena noticia que cada vez más personas lleguen a edades avanzadas —o, en palabras de la doctora Puga, que «sean más iguales ante la muerte»—; por otro, preocupa la caída sostenida de la natalidad, que compromete el relevo generacional.
Ante este dilema, Puga es contundente al dejar claro que aumentar los nacimientos, por sí solo, no soluciona mágicamente el nuevo contexto: «Si alguien dice que al incrementar la natalidad se arregla el envejecimiento demográfico, miente». Subraya que se trata de un fenómeno complejo que no puede abordarse con medidas simplistas ni unidimensionales. En su visión, el envejecimiento poblacional requiere un enfoque integral que articule políticas sociales, económicas, laborales y culturales capaces de adaptarse a una transformación ya en curso.
En este contexto, la doctora invita a no ver el cambio como una amenaza, sino como «una prueba del éxito de los avances médicos y tecnológicos». De hecho, considera que es de esperar que, con el tiempo, la pirámide evolucione hacia una figura más parecida a una torre, que refleje la consolidación de una sociedad longeva y más equitativa en términos de mortalidad.
De esta forma, Puga expone que envejecer es una oportunidad, un logro interdisciplinario que nos permite vivir más y de mejor manera, pero que requiere una adaptación significativa. Sociedad, tecnología y sistema sanitario están evolucionando para que, en lugar de concebir la vejez como un declive inevitable, podamos vivirla como un periodo de plenitud, con participación social, autonomía y la posibilidad de seguir aprendiendo.
El reto del envejecimiento poblacional exige transformaciones profundas en nuestra manera de entenderlo: evolucionar desde la óptica de la custodia a la del derecho a vivir una vida digna a cualquier edad; desde las intervenciones puntuales a las trayectorias de cuidado; desde el cuidador principal a la red de cuidados; desde el individuo a la comunidad; desde la sustitución a la complementariedad; y desde la igualdad formal a la equidad real. Estas transiciones, señaladas por la Cátedra IDEA en la presentación de la conferencia de María Dolores Puga, subyacen en las reflexiones de Puga y Ana Marta González al abordar las experiencias de pérdida que caracterizan el envejecimiento.
En conversación con Nuestro Tiempo, la titular del CSIC define el envejecimiento como «un incesante desfile de ausencias», y se refiere específicamente a cuatro tipos de pérdidas. No se trata solo de la pérdida de seres queridos, sino también de roles sociales e identidades que han dado sentido a la trayectoria personal, el «sentido de pertenencia a ciertos entornos y comunidades» y, por último, la pérdida de autonomía.
La experta invita a imaginar cómo, incluso en el mismo barrio, el entorno se transforma: vecinos que desaparecen, comercios de proximidad reemplazados por establecimientos impersonales y espacios familiares convertidos en lugares extraños, en especial en zonas gentrificadas. Esta desconexión con el entorno se agrava cuando los mayores deben trasladarse a zonas que han pasado de ser periurbanas o rurales a anillos metropolitanos diseñados para el coche, lo que implica «la pérdida de un tejido social que durante décadas brindó sentido de pertenencia y apoyo». «Aunque las condiciones de vivienda sean adecuadas, la ausencia de un vecindario activo intensifica la sensación de aislamiento», afirma Puga. La soledad no deseada surge, así, tanto de la pérdida de vínculos afectivos —viudez, «nido vacío»— como de la desconexión con los espacios de arraigo y seguridad.
La catedrática de Filosofía Ana Marta González dirige la Cátedra IDEA de nuevas longevidades de la Universidad de Navarra, un espacio que promueve una mirada preventiva del envejecimiento, basada en el autocuidado y en estilos de vida que favorecen la salud física, emocional y relacional. Desde esta perspectiva, se plantea cómo acompañar los cambios asociados a una población cada vez más longeva.
Una de las cuestiones que los investigadores de la cátedra abordan con frecuencia es cómo las ciudades y sus infraestructuras deben responder a las necesidades de quienes se encuentran en etapas avanzadas de la vida y que, en horario laboral, constituyen la mayoría de usuarios de los espacios públicos. González plantea: «¿Quién visita museos, recorre parques o asiste a conferencias un martes por la mañana?». La respuesta, en muchos casos, es: las personas mayores. Aspectos prácticos —como la cantidad y orientación de los bancos, la disponibilidad de baños públicos cercanos y limpios, la iluminación adecuada y los tiempos de los semáforos— pueden marcar una gran diferencia para este colectivo. La catedrática enfatiza que «adaptar el entorno urbano a sus principales usuarios no solo fomenta una vejez más activa y segura, sino que también enriquece la vida cultural de la ciudad». Además, iniciativas intergeneracionales, como el mentoring, facilitan el diálogo entre distintas edades y previenen el distanciamiento entre grupos etarios, lo que permite que jóvenes y mayores se apoyen mutuamente, ya sea en el desarrollo de experiencia profesional o en la adopción de nuevas tecnologías.
La doctora Puga señala la jubilación como otro posible punto de ruptura en la identidad personal. Tras dedicar décadas a una ocupación que define gran parte de quiénes somos, su cese abrupto plantea interrogantes sobre el propósito vital. En un contexto de creciente longevidad, cabe cuestionarse si mantener una edad fija de retiro sigue siendo apropiado.
En su conferencia en el Cima, la doctora subrayó que resulta imposible establecer un momento único para un colectivo tan diverso, con trayectorias laborales y condiciones físicas distintas. Por ello, sostiene que el concepto de jubilación debe ser flexible, considerando que ciertas profesiones exigen mayor esfuerzo físico que otras. Mientras algunos cuentan los días para retirarse, otros alcanzan los setenta años sin sentir la necesidad de hacerlo y continúan con entusiasmo su actividad profesional. «Como el caso de numerosos catedráticos que, pese a su edad, siguen desempeñando sus funciones con plena dedicación y vocación», amplió.
Para Ana Marta González, el temor a la vejez resulta casi absurdo, pues quien llega a la madurez es, en esencia, la misma persona que antes fue joven. Desde esta perspectiva, el recorrido vital no implica perder la identidad, sino construirla y profundizar en ella. Así lo expresa en su ensayo Hacia un envejecimiento significativo, publicado en Nuestro Tiempo, donde se pregunta: «¿Acaso se jubila uno de su vocación profesional por el hecho de haber abandonado el mercado laboral? ¿Se jubila de responsabilidades familiares o de intereses culturales?». Para la catedrática, la preparación para la vejez comienza mucho antes de alcanzarla: «Consiste en preguntarnos, a lo largo de las distintas etapas de nuestra existencia, qué permanece de todo lo que estamos experimentando, qué momentos nos enriquecen, qué facetas de nuestro carácter y de nuestra competencia profesional siguen vigentes, cómo evolucionan nuestras relaciones y hasta qué punto mantenemos nuestro interés por el mundo».
Dentro de esta cadena de desprendimientos, hay uno que dificulta la experiencia del envejecimiento: la pérdida de autonomía. Esta situación se hace más evidente cuando las personas mayores ingresan a instituciones diseñadas para su cuidado, ya que en muchos casos estas estructuras tienden a limitar la capacidad de tomar decisiones sobre aspectos cotidianos de su día a día. En ese punto, señala que «las residencias de mayores deben dejar de verse como espacios de custodia para convertirse en lugares que promuevan la independencia, la intimidad y el mantenimiento de los vínculos afectivos». En su visión, es fundamental que estos entornos se adapten a las necesidades y potencialidades de cada persona, transformándose en módulos o pequeños apartamentos donde cada individuo pueda adaptar su espacio con objetos, fotografías o muebles que remitan a su hogar y a su identidad. Un ejemplo de este nuevo enfoque es el Proyecto Etxekide, una iniciativa cooperativa que se desarrollará en Pamplona y que propone un modelo de alojamiento colaborativo para este colectivo, basado en viviendas individuales con zonas compartidas que fomentan la vida comunitaria, el apoyo mutuo y la independencia.
Además, la doctora subraya el valor de fomentar actividades que reafirmen las capacidades y aficiones de los mayores. Pueden, por ejemplo, participar en la cocina o en iniciativas culturales. Este modelo, que rompe con la homogeneidad de los centros geriátricos tradicionales, no solo contribuye a preservar la salud y el bienestar emocional, sino que también favorece la integración en sociedad, donde la ausencia se convierte en una oportunidad para construir nuevos vínculos. Para Puga, «la clave radica en construir espacios que valoren y acojan la vejez como una etapa activa, enriquecedora y llena de significado».
Sin embargo, y a pesar de todos los avances, lo normal es que en la vejez acabe por llegar, en mayor o menor medida, una etapa de dependencia. Según la Estrategia europea de cuidados, para 2050 en Europa serán necesarios más de ocho millones de profesionales adicionales en este ámbito: personal de enfermería, auxiliares de atención domiciliaria, cuidadores de larga duración, fisioterapeutas y terapeutas ocupacionales. Sin embargo, estos puestos resultan poco atractivos debido al escaso reconocimiento económico y social del trabajo de cuidado. Ante este desafío, las expertas concuerdan en que capacitar y ofrecer una trayectoria clara son claves para consolidar una auténtica carrera en este ámbito. Esto no solo mejoraría la calidad del servicio, sino que también elevaría el estatus laboral de quienes lo desempeñan, según explica la doctora Puga.
Lejos de ser un fenómeno pasajero, el cambio demográfico exige una preparación profunda en todos los niveles. Como afirma la catedrática González, «pensar colectivamente el envejecimiento demográfico significa estar listos como sociedad, cultura y economía para afrontarlo». En esta línea, sostiene que se debería reconsiderar la asignación de recursos, planteando «la posibilidad de aumentar la inversión en el desarrollo de un modelo social capaz de responder a las necesidades de una población envejecida».
Comprender el envejecimiento demográfico implica, como señala la doctora Puga, «reconocer que las trayectorias de vida ya no son las del futuro, sino las del presente». Con esta afirmación, la demógrafa subraya que el envejecimiento poblacional no es un fenómeno lejano ni hipotético, sino una realidad que ya estamos experimentando y que exige respuestas desde ahora. De ahí que tanto Puga como González coincidan en que el desafío no es envejecer, sino cómo hacerlo: si con resignación o con dignidad; si desde la pérdida o desde la reconstrucción de sentido.
La gentrificación es un proceso de cambio urbano en el que un barrio se revaloriza, lo que atrae a residentes con mayor poder adquisitivo. Esto eleva los costos de vida y vivienda, y la zona se vuelve más exclusiva.
Aunque impulsa mejoras en infraestructuras y servicios, también ocasiona el desplazamiento de los habitantes originales, quienes no pueden afrontar el alza en los precios. Este fenómeno ha generado debate, pues mientras algunos lo ven como progreso, otros lo consideran una forma de segregación socioeconómica.
El mentoring es un proceso de aprendizaje basado en la transmisión de conocimientos y experiencias entre miembros de diferentes rangos etarios. Su objetivo es fomentar el desarrollo individual y profesional mediante el intercambio de saberes, promoviendo el aprendizaje mutuo y la colaboración. Un ejemplo destacado de este enfoque es el Proyecto impulso, de la Fundación Accelerating Youth Opportunities (AYO) en colaboración con la Red solidaria intergeneracional. Este programa establece relaciones de mentoría entre adultos mayores (mentores) y jóvenes estudiantes que enfrentan dificultades académicas o personales. Los mentores ofrecen apoyo compartiendo su experiencia, conocimientos y, sobre todo, su tiempo y dedicación. Estas iniciativas fomentan una sociedad más cohesionada, donde jóvenes y mayores pueden aprender unos de otros y prestarse ayuda mutuamente en distintos ámbitos de la vida.
La Estrategia Europea de cuidados es una propuesta de la Unión Europea que busca mejorar el acceso, la calidad y la sostenibilidad de los servicios de cuidado, tanto para quienes los reciben como para quienes los prestan. Reconoce el valor económico y social del trabajo de cuidados y su vínculo directo con el bienestar de los individuos, la equidad de género y la cohesión social. Este enfoque abarca desde el cuidado infantil hasta los cuidados de larga duración para personas mayores o dependientes, promoviendo la dignidad, la autonomía y la inclusión.
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