Samanta Schweblin
Seix Barral, 2025
201 páginas
19,90 euros
A estas alturas resulta una perogrullada decir que Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) es una narradora excepcional. Lo atestiguan una decena de premios y nominaciones desde que apareció, en 2008, su primer libro, Pájaros en la boca y otros cuentos; la película su novela Distancia de rescate (2014); la cantidad de idiomas en los que pueden leerse sus obras; la publicación de sus relatos en las principales revistas literarias del mundo —de Granta a The Paris Review o el New Yorker— o el entusiasmo que sienten por ella escritores como Enrique Vila-Matas o Siri Hustvedt. Lo bueno de la buena literatura radica en que, por mucho que esté recontrarrecomendada, ningún crítico exime del placer del descubrimiento. La llegada esta temporada de El buen mal ofrece una oportunidad de subirnos a un tren en marcha que promete destinos inciertos y trayectos memorables.
Schweblin se parece más a Highsmith que a Enríquez. No son cuentos de terror —ni resulta sencillo adscribirlos a un género—, sino más bien thrillers donde lo prosaico se vuelve amenazante y lo bizarro, verosímil. Uno se queda rumiando por qué el vecino sabe lo del salto al agua, si las niñas realmente existieron o quién diantres llama por las noches al fijo de casa. La crítica ha señalado la precisión quirúrgica de sus frases, que marcan a la vez un ritmo staccato y una atmósfera, y lo difícil que es dejar de leer. Sin sacrificar la profundidad. Sus finales, en la línea de la mejor O’Connor, abren a la vez que cierran: iluminan sin aclarar del todo y piden relectura, seguramente lo mejor que puede decirse de un texto. Sorprende la construcción de personajes, tan distintos todos, tan vivos. Por supuesto, Schweblin tiene sus temas —la ausencia del padre, el suicidio no consumado, la mirada femenina, el divorcio siempre al fondo del paisaje—, pero logra no repetirse. Refresca esa capacidad para lo nuevo, que se sustenta en una brillante observación de los detalles y en un gran respeto por la inteligencia del lector.
Los seis cuentos que componen este volumen se graban en la memoria. El arranque de «Bienvenida a la comunidad» marca el tono del libro: una mujer se lanza al agua atada a un yunque, pero no logra ahogarse y debe volver a su vida. «Un animal fabuloso» logra un universo de décadas a través de una llamada telefónica. «El ojo en la garganta» se revela quizás como el mayor prodigio de la colección. El bebé se traga una pila y sufre unas lesiones irreversibles que llevan a practicarle una traqueotomía. Schweblin consigue escribir esa historia desde la voz del niño. Absurdo, y sin embargo creíble, este relato adrenalítico habla, en realidad, de las frustraciones masculinas y la incomunicación con el progenitor. Al cuento más largo, «La mujer de Atlántida», no le sobra ni una línea. Ahí uno no sabe si atenerse a los hechos —durante sus vacaciones en la playa, dos niñas cuidan por las noches de una poeta sobrepasada por su vida hasta el trágico desenlace— o si optar por la lectura simbólica, no menos estimulante, pero no evidente.
El buen mal demuestra que Schweblin tiene aún mucho que decir. Estamos ante una autora con oficio y recorrido, elegante y respetuosa, que huye de los recursos efectistas y se la juega en cada texto, al menos en este volumen. Merece la pena seguirle la pista.