
FOTO PRINCIPAL: John Brealey posa en la sala 85 del Museo del Prado en mayo de 1984. © Archivo ABC/José García
Al poco de prometer ante el rey su cargo de ministro de Cultura, Javier Solana supo que debía tomar una de esas decisiones que, si salen mal, te persiguen toda la vida. Un grueso muro de barnices enranciados sepultaba a Las meninas y, como se documenta en el tomo 5 del Boletín del Museo del Prado, hacía imposible «distinguir la infinita variedad de matices» de Velázquez. El cuadro agonizaba; sin embargo, nadie se atrevía a tocar esta obra cumbre.
Solana, que preside en la actualidad el Real Patronato del Museo, inauguró su mandato con un nombramiento decisivo. En los años ochenta, el Prado dependía de la Dirección General de Bellas Artes y el ministro puso al frente de la pinacoteca al catedrático de Historia del Arte Alfonso Emilio Pérez Sánchez (1935-2010), subdirector entre 1971 y 1981. Desde que tomó posesión el 22 de febrero de 1983, la salud de Las meninas acaparó sus conversaciones. Juntos concluyeron que era el momento de rescatar los colores que habían conmovido a la humanidad.
Tenían entre manos una cuestión de Estado. Cuando Solana le comunicó al entonces presidente del Ejecutivo que se iba a impulsar la limpieza del cuadro, Felipe González le previno: «Javier, los Gobiernos pueden caer por muchas cosas, pero, si no hacemos bien la restauración de Las meninas, nos vamos a casa. Así que haz lo que debas, pero hazlo con la seguridad de que va a salir bien».
Por amor al arte
John Brealey, jefe del departamento de Restauración del Metropolitan Museum de Nueva York, no recibió dinero por la limpieza de Las meninas. «A nadie tienen que pagarle —dijo— si va al paraíso». Una donante alemana, agradecida a España por la ayuda que recibió durante la II Guerra Mundial, costeó el viaje y la estancia del conservador en el hotel Ritz.
© Museo del Prado. Las meninas, antes y después de la restauración.
Faltaba decidir quién podía acometer el delicado encargo. Durante una de sus charlas con el ministro, Pérez Sánchez dijo algo que desencadenó su reflexión: «Si yo estuviera enfermo grave, quisiera que me curara el mejor médico del mundo». Así fue como, en febrero de 1984, el Real Patronato del Prado propuso el trabajo al británico John Brealey (1925-2002), que hacía una década que encabezaba el departamento de Conservación de Pinturas del Museo Metropolitano de Nueva York.
Su primera visita a Madrid ocurrió unos meses antes de conocerse la noticia. En noviembre, junto con otros catorce especialistas, formó parte del comité internacional que durante cuatro días debatió los criterios de actuación en Las hilanderas de Velázquez y las pinturas negras de Goya. Tras esta reunión, Brealey regresó al Prado el 14 de mayo de 1984, lunes, para comenzar el tratamiento.
El lugar elegido fue la sala 85, en la segunda planta. El bastidor se apoyó sobre la pared donde ahora cuelga El verano de Goya, y el restaurador se ayudaba de una escalera para alcanzar las zonas más altas de la obra, que supera los tres metros. La estancia tenía dos accesos: uno conectaba con los antiguos despachos de la dirección y el otro daba a la Escalera de Murillo.
Brealey era consciente de la expectación que suscitaba. Como señaló, cuando una obra maestra de la pintura universal se admira en el mundo entero, «deja de ser obra de arte para convertirse en símbolo; y a nadie le gusta ver cambiar un símbolo». Pero nunca imaginó que los ánimos se encenderían tanto. Una crónica publicada en el periódico El País relató cómo estuvo a punto de abandonar una semana después de su llegada.
Al otro lado de una de las entradas, se escucharon gritos. Un grupo de universitarios reclamaba ver el cuadro. Afirmaban que en los hisopos empleados para la limpieza había restos de color y querían impedir ese «atentado». El restaurador, al que ese día acompañaba el joven Enrique Quintana, se asustó. Pensó que venían a lincharle y huyeron por la segunda puerta.
Las meninas, en sus manos
Dos de las tres jóvenes restauradoras del Prado a las que Brealey confió la reintegración con color de Las meninas recibieron los aplausos que cerraron el acto conmemorativo celebrado en mayo. Las hermanas Rocío y Maite Dávila estuvieron acompañadas por Enrique Quintana —hoy coordinador jefe de Restauración y Documentación Técnica del Museo—, que elaboró el informe final. En su recuerdo, Clara Quintanilla (primera por la izquierda), fallecida en 2016.
© Museo del Prado
Esta anécdota, que el propio Quintana, hoy coordinador jefe de Restauración y Documentación Técnica del Museo del Prado, compartió en el coloquio organizado con motivo del cuarenta aniversario de la restauración, no consiguió alterar la templanza de Brealey. Aunque se criticó su nacionalidad y su procedimiento, las alarmas enmudecieron la tarde del 6 de junio. Después de veintitrés días, completó su labor. «He trabajado mucho, pero estoy satisfecho —explicó en una entrevista—; el cuadro estaba sofocado por el barniz y la suciedad y he conseguido que pueda respirar».
Los primeros en reencontrarse con la hija de Velázquez, por deseo del ministro, fueron un poeta y un dramaturgo. Cuando Alberti y Buero Vallejo salieron, «no les llegaba la voz a la garganta», recuerda Solana, que, al ver sus lágrimas, recobró el aliento. «¡Estas son Las meninas!», exclamaron. La calidad de la restauración, como subraya Quintana, puede juzgarse hoy igual que entonces. La obra se ha mudado a la sala 12; sin embargo, el paso del tiempo no ha erosionado su capacidad expresiva. Solo tres minutos bastan para comprobar que cada centímetro cuadrado alberga todavía el universo mágico que despertó en el siglo XVII.
Más cerca que Velázquez
Las visitas virtuales gratuitas que el Museo del Prado estrenó a mediados de abril permiten explorar su colección como nunca antes. Además de perderse por los diez recorridos temáticos propuestos, el público puede escudriñar catorce obras maestras con un nivel de precisión sorprendente. Gracias a este proyecto digital, que combina la ultra alta definición del formato Gigapixel, el superzoom de la aplicación Second Canvas y la visión rayos X, el ojo humano se adentra en los detalles más recónditos de las pinturas con más claridad que su propio autor. Como la mejilla derecha de la infanta Margarita, el único retoque antiguo de Las meninas que John Brealey decidió no levantar durante la limpieza realizada en 1984: una zona delicada bajo la que no existían pigmentos originales de Velázquez.
Redescubre Las meninas con herramientas tecnológicas de última generación.