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A pesar del reciente atentado en Nueva York y de la guerra de Afganistán, es un misterio reconocer si estamos de lleno en el siglo XXI o navegamos por las sobras del siglo XX. Los cambios nunca han sido bruscos, y menos hoy día. Por eso, para continuar la tradición, el hipotético inicio del nuevo siglo puede resultar una buena oportunidad para hacer balance de la novela española en los últimos veinticinco años. En eso están algunos críticos e historiadores de la literatura para delimitar didácticamente los periodos y hacer, también, una primera criba de escritores; por ejemplo, el último suplemento de Historia y crítica de la literatura española, dirigida por Francisco Rico, dedicado a Los nuevos nombres: 1975-2000 y preparado por Jordi Gracia. Además, se están publicando más intentos, y habrá que esperar al segundo volumen de la Historia de la novela española (1936-2000), de Ignacio Soldevilla, para ver cómo el canon de la novela última todavía vive enfrascado en todo tipo de polémicas.
El análisis de la literatura que se hace en España abarca, en este artículo, sólo la novela, el género más difundido y también el más sometido a la actualidad y a los imperativos comerciales. Esto no significa minusvalorar el teatro ni la poesía, dos géneros bastante más minoritarios y que reciben una menor atención de los medios de comunicación generalistas. Mientras que es más o menos habitual que un novelista se convierta en famoso, no lo tienen tan fácil, salvo excepciones, los dramaturgos y los poetas. También, por motivos simplificadores y de espacio, se atiende sólo a la literatura en castellano, aunque una visión completa debería incluir también a aquellos autores que escriben en cada uno de los idiomas del Estado español.
De manera acelerada y un tanto epidérmica, se apuntan algunas características de la sociedad cultural española, para dar forma a una radiografía que explique algunos de los rasgos de la novela última española.
1975, la fecha del cambio
La muerte de Franco en 1975 persiste como la fecha consensuada para delimitar los acontecimientos culturales de los últimos veintiséis años. A partir de ahí, en todos los órdenes, se inicia un acelerado proceso de cambio y transformación, lleno de entusiasmos y papanatismos, que acerca a España a la realidad cultural y política de Europa y que culmina con el ingreso formal en la Unión Europea en 1986.
En el terreno cultural, a los avances en muchos aspectos se agravan algunos puntos que ya venían de la época franquista, y eso que la educación —con la aprobación en 1985 de la LODE y de la LOGSE en 1990— trajo consigo un importante incremento presupuestario, de plazas escolares y de centros educativos que no se ha traducido, con el paso de los años, en descenso del fracaso escolar y en aumento de la calidad de enseñanza. En algunos aspectos la situación apenas ha cambiado: los índices de lectura de prensa no están a la altura de los del resto de los países europeos, aunque España destaca, con diferencia, por la lectura de prensa deportiva (el diario Marca se codea con El País en número de ventas) y del corazón (con doce millones de consumidores habituales). Otro dato: casi el 50% de la población española no lee ningún libro al año.
ESPAÑA DESTACA POR LA LECTURA DE PRENSA DEPORTIVA Y DEL CORAZÓN (CON DOCE MILLONES DE CONSUMIDORES HABITUALES)
Los grandes grupos de comunicación extienden sus negocios más allá del ámbito periodístico. La etapa socialista consagró el poder del grupo PRISA, superior en influencia y en volumen de negocio al del resto de los grupos de comunicación, aunque editorialmente el más potente continúa siendo Planeta, que no para de crecer (la última adquisición ha sido la editorial argentina Emecé).
Escribe el crítico Miguel García-Posada: «La novela española ha sufrido en este último cuarto de siglo cambios que han afectado tanto a sus modos de producción como a las modalidades de escritura» (El País, 5-V-2001). Los cambios económicos han afectado de lleno a la industria editorial, como ha señalado de manera muy acertada el crítico norteamericano André Schiffrin en su ensayo La edición sin editores, (Destino, 2000) lo que ha provocado una progresiva concentración empresarial que ha impuesto uniformes estrategias comerciales. Como escribe Jordi Gracia, «la irrupción del dinero en la cultura española es hoy mismo ya objeto de discusión específica en medios profesionales o intelectuales» por el daño que ha podido ocasionar a la exigencia literaria o a la trayectoria de algunos escritores. En este sentido, para Gracia «ha aumentado el recelo o la sospecha de que el incentivo económico de un premio, la contratación ventajosa de un título o la búsqueda de un público masivo están acercando el talante del escritor a criterios de eficacia mercantil antes que de vocación estética». A esto ha contribuido la consolidación de la figura de la agente literaria, con un papel cada vez mayor, «también porque los dineros son cada vez más diversos y dispersos» y el escritor español ha decidido poner «en manos de profesionales la mejor explotación posible de su trabajo».
Auge del best-seller
LA EDICIÓN DE LIBROS FORMA PARTE DE LA INDUSTRIA DEL OCIO, VOLCADA A LOS CRITERIOS DE MÁXIMA AUDIENCIA Y RENTABILIDAD
La edición de libros forma así parte de una más amplia industria del ocio, interrelacionada con otros medios y volcada por lo tanto a los criterios de máxima audiencia y rentabilidad (para García-Posada: «el hecho es que nuestro mundo editorial ha dado un salto gigantesco en este cuarto de siglo, se ha profesionalizado y se ha lanzado abiertamente a las grandes tiradas»). Esto ha ocasionado en el panorama literario la consolidación y el auge de una literatura de marcado carácter popular que tiene a los best-sellers, nacionales e internacionales, como máximos exponentes. Como ha afirmado en diferentes ocasiones el escritor Pérez-Reverte: «Es compatible competir en el mercado con una obra literaria y que al mismo tiempo satisfaga a los lectores. El que diga que el mercado no le importa miente como un bellaco».
Sin embargo, a pesar de su predominio, la crítica literaria «apenas ha abordado la reflexión de fondo sobre el coste literario o el significado estético de la incorporación del escritor a públicos masivos» (Gracia). Aunque ahora este fenómeno ha adquirido dimensiones económicas y literarias mucho más sólidas y perdurables, es un asunto reiterativo y cíclico en la historia de la literatura, a veces no muy bien aceptado por los autores más vendidos (por ejemplo, la tirante y conflictiva relación que mantienen con la crítica autores como Arturo Pérez-Reverte, Antonio Gala y Terenci Moix). Lo cual no significa que la crítica literaria sea en España una actividad libre de prejuicios y de intereses; muchas veces, al contrario, es un ejercicio sociológico de ataques interesados, aplausos comprados y gratificaciones por lo que pueda pasar. Para Fernando Valls, «en estos momentos de confusión, en los que todo parece valer lo mismo, en los que la literatura se mide más por la cuenta de resultados económicos que por su valor literario, la crítica está desaprovechando una oportunidad inmejorable para dignificarse y poner un cierto orden en tan turbio panorama, pero hoy no se dan en España las condiciones adecuadas, ni existen espacios de libertad suficiente para que el crítico pueda desempeñar con independencia su trabajo de análisis y valoración de las obras literarias». Para Ignacio Echevarría, la crítica ha asumido el papel de compañera de viaje «en el gran despegue comercial de la narrativa española, a la que ha servido fundamentalmente de publicista».
Aunque la crítica literaria, por lo general, preste poca atención a este tipo de literatura, también en España, como en tantos otros países (es un fenómeno global y millonario), tienen una buena aceptación una serie de best-sellers, novelistas traducidos del inglés y que suelen estar conectados con la industria cinematográfica.
La manipulación de los premios
La mayoría de los premios literarios más conocidos (Planeta, Nadal, Alfaguara Internacional, Primavera, Fernando Lara...), como ya se habló en estas páginas (Nuestro Tiempo, junio de 2001) han perdido su razón de ser y han contribuido «a una proliferación de marcas y nombres de escritores de poca entidad» (Gracia). Desde una perspectiva comercial, el éxito de esta estrategia está garantizado, pues dispara de manera increíble las ventas. Pero un análisis más literario del asunto señala «la dependencia implícita de una prospección de mercado y ventas para muchos de ellos, la renuncia a la búsqueda de nuevos autores literarios (más allá de su valor de síntoma sociológico de temporada), y hasta quizá el descrédito en que han vivido algunos de ellos con ganadores casi siempre conocidos con antelación a través de la prensa» (Gracia). A los premios de menor entidad es adonde suelen enviar sus primeros trabajos la gran cantidad de nuevos escritores que han aparecido en los últimos años, muchos de ellos procedentes de las numerosas escuelas de letras y talleres literarios que han proliferado por toda la geografía española. Con el paso de los años, la atomización de la vida política y cultural está trasladando los mismos defectos, a otra escala pero con parecidos resultados, a las Comunidades Autónomas.
Predominio de lectores jóvenes
Los lectores españoles son, por lo general, menores de cuarenta años, «y entre ellos predominan notoriamente las mujeres sobre los hombres». Estos lectores, y de manera especial los más jóvenes, son «muy sensibles a las campañas de promoción (premios literarios, anuncios televisivos, mesas redondas, firmas de libros por el autor), que han dado al curso de la literatura española de hoy un aire notoriamente frívolo».
LOS LECTORES JÓVENES SON MUY SENSIBLES A LAS CAMPAÑAS DE PROMOCIÓN QUE HAN DADO AL CURSO DE LA LITERATURA ESPAÑOLA DE HOY UN AIRE FRÍVOLO
En este sentido, sorprende, y mucho, la estrecha relación que se da últimamente entre la literatura y el cine y la televisión, arrastrándose mutuamente, como es el caso emblemático de la novela de Torrente Ballester Los gozos y las sombras (hasta su versión televisiva, Torrente era un escritor minoritario) y de Los santos inocentes, de Miguel Delibes.
Esta popularidad se ha contagiado de los tics del periodismo (de donde proceden muchos novelistas), dándose un continuo trasvase de nombres y estrategias, lo que demuestra que «la dimensión mercantil de la literatura concentra sus efectos más dañinos en la novela» (Gracia). Esto, como se ha repetido ya en otras ocasiones, determina la valoración crítica de muchas de las novelas. Parece como si la «tensión de la actualidad» condicionara unas apresuradas valoraciones, y la crítica funcionara a golpe de novedades, confundiendo la inmediatez del presente con la calidad literaria. Eso sí, lo que nadie discute es «la conexión que el narrador español ha logrado con el público» (como se demuestra, por ejemplo, en las ferias del libro, especialmente en la de Madrid).
Que la mitad de los españoles no lee ningún libro al año es un dato que avalan todas las estadísticas. Las librerías continúan siendo el lugar preferido para la adquisición de libros. En ellas se vende el 40% de los ejemplares; el 6% en las grandes librerías y menos de un 1% a través de internet. El tradicional quiosco mantiene su peso específico en la difusión de la cultura, con importantes y exitosas campañas de clásicos y de novelas contemporáneas, como las de RBA. Están aún por publicarse informes o estudios serios sobre la incidencia del Círculo de Lectores y empresas similares en las ventas, en los gustos y en los índices de lectura.
Las editoriales y revistas independientes
Las grandes editoriales, con sus estrategias, premios y autores marcan la pauta editorial, aunque conviene destacar algunos síntomas de lo que Jordi Gracia define como «corrección del mercado». Es la importante labor, aún minoritaria, de editores pequeños que «son un indicio de la búsqueda de un espacio propio fuera de las grandes editoriales y las promociones publicitarias más llamativas». Por ejemplo, los libros que aparecen en Pre-Textos, Península, Valdemar, Pamiela, El Acantilado, Siruela, Lengua de Trapo y, más recientemente, en Minúscula, Numa, Metáfora, Opera Prima... (aunque no todo en estas editoriales es una entusiasta manera de apostar por los jóvenes y la literatura de calidad, pues muchas veces recogen las sobras de lo que rechazan las grandes editoriales).
Lo mismo podría decirse del surtido de revistas de cultura y de literatura, que, por lo general, acogen en sus páginas ejemplos de una literatura menos comercial: Revista de Libros, Saber/Leer, La Balsa de la Medusa, Archipiélago, Anthropos, El Basilisco, Litoral, RevistAtlántica, Hélice, Hora de Poesía, Rosa Cúbica, Lateral, Renacimiento, Clarín, Bitzoc, Leer y un producto no tan literario y más periodístico como Qué leer.
El progresivo prestigio social del novelista
Durante los últimos veinticinco años se ha incrementado el prestigio de la novela como género de masas, en detrimento, como apuntaba antes, de la poesía (que se publica, y mucho, en ediciones minoritarias). Este incremento del peso de la novela ha provocado que los novelistas tengan hoy día una fama que los equipara a otras figuras públicas.
Apoteosis del individualismo
En líneas generales, la novela última ha mostrado, «voluntaria o involuntariamente, la maduración democrática de una sociedad moderna». (Gracia)
En la novela se han reflejado de una manera más acertada los cambios que se han dado en la sociedad española en los últimos años, aunque la forma de abordar estas cuestiones ha sido, siempre, desde una perspectiva muy individual. Esta es, de entrada, una de las críticas que se hacen a la novela española escrita durante la democracia: «su fiabilidad como reflejo de los comportamientos individuales es muy alta, y a menudo indica mejor las ventajas y el favor del presente que las raíces de la angustia o la adversidad colectiva». Esta minusvaloración de la misión redentora de la literatura y de los escritores —el peso del marxismo puede casi decirse que es nulo, aunque sigue apreciándose una cosmovisión existencialista cercana a los parámetros ideológicos de la izquierda— ha provocado que la novela se deje arrastrar por el recurso de la «perspectiva sentimental o la atracción de la privacidad». Para Ignacio Echevarría, «a lo que se ha asistido principalmente es a la consagración de lo privado como territorio narrativo. Pero de lo privado entendido como categoría que se opone a lo público en un sentido comercial y no político».
Subjetividad, intimidad y un ensayado desasosiego
De manera un tanto más detallada, algunos de los temas recurrentes de la novela española de ahora, y tomando como pauta el análisis que realiza Jordi Gracia, podrían ser los siguientes:
1. «Atracción centrípeta por la intimidad», que suele derivar normalmente en un narcisismo narrativo, muy en consonancia con el espíritu posmoderno.
2. «La inmersión en un pasado que se desvela para aleccionar a través de la historia». Por eso abundan las novelas que recuperan la posguerra como «un poderoso nutritivo no de la nostalgia, sino del equilibrio emocional, intelectual y moral». Aunque, muchas veces, esta evocación del pasado histórico es un recurso facilón, pues mientras algunos novelistas recurren a la historia reciente con una clara intención estética, otros lo hacen como una fuente fácil de argumentos y de ambientación, dotando a sus novelas de una manoseada aureola épica, maniquea y sesgada, que convierte la historia en una simple excusa literaria (en este sentido, ahí están, por ejemplo, las últimas novelas de Ángeles Caso y Dulce Chacón, Un largo silencio y Cielos de barro). También podría citarse aquí esa frase, válida también para otros sectores de la cultura y de la política: «Contra Franco vivíamos mejor».
3. «El sondeo de conciencias con tribulaciones sentimentales y morales como moradas de desasosiego y perplejidad irresoluta». La relación de los protagonistas con la realidad suele ser conflictiva y muy literaria, y abundan los mecanismos de choque, evasión, hastío y hartazgo, que imitan posturas ya adoptadas por otros autores extranjeros (Kafka, Carver, Saramago, Ford, Auster, Bukowski, entre otros). Muchas veces, la autocompasión suena a pose.
4. «La asepsia escéptica como coartada contra cualquier militancia». Sólo se acepta, como norma general, lo «políticamente correcto». En lo demás —tendencias, escuelas, estilos— se intenta ir por libre, sin maestros ni líneas recurrentes, de ahí la dificultad de agrupar a los escritores por criterios estéticos. Aunque esta es otra manera de alcanzar la uniformidad.
5. «El abuso del sentimiento como solución literaria», sin frenos morales ni sexuales (incluso, a estas alturas, se considera un valor estético añadido o un ingrediente imprescindible de la modernidad).
6. En los últimos años, se aprecia un cierto cansancio de la ficción pura. No escasean las novelas híbridas que experimentan con los géneros literarios, como han hecho Muñoz Molina en Sefarad, Vila-Matas en Bartleby y compañía y Javier Cercas con Soldados de Salamina.
NO ESCASEAN LAS NOVELAS HÍBRIDAS QUE EXPERIMENTAN CON LOS GÉNEROS LITERARIOS COMO SEFARAD, BARTLEBY Y COMPAÑÍA Y SOLDADOS DE SALAMINA
7. Una falta de visión testimonial, crítica y problemática de la realidad, lo que lleva a que las grandes cuestiones actuales, fuera de casos anecdóticos, no hayan sido noveladas.
8. La incorporación de la mujer a la vida laboral y cultural ha traído consigo un espectacular aumento del número de mujeres lectoras y escritoras, lo que no ha pasado inadvertido a la industria del libro.
Estos mismos rasgos, aunque con sus propios recursos y técnicas, se repiten también en el cuento literario, género que ha ganado en prestigio y que frecuentan los mismos novelistas. Salvo excepciones (Medardo Fraile, Gonzalo Calcedo, Antonio Pereira, Juan Eduardo Zúñiga, Esteban Padrós de Palacios...), la mayoría de los prosistas alternan relatos y novelas, aunque hay mucha diferencia en los resultados estéticos.
Este sustrato temático e ideológico presente en la novela, y también en los cuentos, se disfraza, con palabras del crítico Constantino Bértolo que se citan en esta Historia..., en «banalidad pseudopsicoanalítica», «metaliteratura lúdica y vacía», «la ocurrencia como argumento», «el pastiche y el cliché como recursos continuos», «la estructura como mero rompecabezas» y «el pesimismo como recurso estético y como comodidad tramposa».
Mezcla de generaciones
No abundan los grandes maestros de la novela contemporánea, escritores que por sí solos podían dar sentido a una historia de la literatura, pero esta carencia responde a un fenómeno de raíces más internacionales. Sin embargo, sí existe una larguísima lista de novelistas que «pueden mirar al siglo XXI sin aprensión comparativa por los nombres y las obras que ya pueblan los manuales del medio siglo».
Los más consagrados proceden de los años del franquismo, y mantienen una presencia más o menos activa en las letras contemporáneas. Tanto Camilo José Cela como Miguel Delibes están a la cabeza, aunque sus últimas obras (Madera de boj y El hereje, respectivamente) no han respondido a las expectativas que habían levantado, especialmente Cela. Luego están Carmen Martín Gaite y Torrente Ballester (ya fallecidos los dos), Francisco Umbral, Francisco Ayala, Juan Marsé (con su última novela, Rabos de lagartija, ha obtenido el Premio Nacional de Literatura y el de la Crítica), José Jiménez Lozano, los hermanos Goytisolo y Ana María Matute, aunque todos ellos, y los cada día más valorados —Miguel Espinosa, Juan García Hortelano, Max Aub, Ignacio Aldecoa y Juan Benet—, siguen estando muy por debajo de lo que todavía representan los grandes autores hispanoamericanos del boom y post-boom: Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, Guillermo Cabrera Infante, Bryce Echenique y Gabriel García Márquez, todos ellos muy leídos e imitados por las generaciones actuales de escritores.
Los más vendidos
Los escritores más leídos no suelen ser los mejores valorados por la crítica, aunque en sus novelas (reflejo de la diversificación en estratos de los lectores) se aúnen las estrategias más comerciales con la búsqueda de la calidad literaria. Para Jordi Gracia, Arturo Pérez-Reverte es «algo más que una atractiva y competente literatura de consumo»; Antonio Gala es «el escritor predilecto para malhablar de los lectores sin criterio estético y sin ninguna exigencia literaria»; Terenci Moix combina el exotismo histórico con el desparpajo erótico. También habría que destacar aquí a un grupo de autores, algunos de ellos procedentes de un premio editorial, que deambulan entre estas tendencias, como Rosa Montero, Manuel Vázquez Montalbán, Maruja Torres, Fernando Delgado, Fernando Schwartz, Ángeles Caso...
El buen resultado en número de ventas de la mayoría de estos novelistas ha llevado a las editoriales a apostar por los que, de alguna manera, puedan asumir su relevo estético. Salvo excepciones, las editoriales apenas confían en valores —sean jóvenes o no— que supongan un riesgo llamativo o que todavía crean en las vanguardias, casi finiquitadas del panorama literario español, con un caso aislado, el de Julián Ríos, autor de Larva.
Consagrados en los noventa
Desde que publicara en 1975 La verdad sobre el caso Savolta, nadie discute el magisterio de Eduardo Mendoza, autor de libros que parodian los géneros literarios, especialmente la literatura policiaca y de ciencia ficción, y de obras escritas, las más destacadas, bajo la estela de un realismo de altos vuelos, como La ciudad de los prodigios y Una comedia ligera.
Autores que han conseguido consagrarse en la década de los noventa, y que forman parte de lo que algunos denominan «Nueva Narrativa Española», son Javier Marías, Antonio Muñoz Molina, Álvaro Pombo, Enrique Vila-Matas y Miguel Sánchez-Ostiz. Tanto Álvaro Pombo como Javier Marías «confirman la perspectiva según la cual el pensamiento puede ser legítimo material narrativo, nada impertinente e incluso necesario». Su influencia es evidente en algunos jóvenes autores como Belén Gopegui, Menchu Gutiérrez, Eloy Tizón y Luis Magrinyá.
Antonio Muñoz Molina, sobre todo en su segunda etapa, a partir de El jinete polaco, suele ser «más comprometido y terso, mucho más conmovido por su propia historia personal y colectiva, y nada aséptico en materia de dolores humanos o relaciones torcidas y dañinas». Las novelas de Sánchez-Ostiz «tienden visiblemente a la expresión lírica y a menudo colérica de la inadaptación», con bastante presencia crítica de la realidad contemporánea, como en su última novela, El corazón de la niebla. Por su parte, Vila-Matas se está especializando en «fábulas muy nutridas de literatura y casos atípicos, sucesos extraños y a veces fantásticos». Una atrayente visión lúdica y fantástica de la novela también está presente en Juan José Millás y José Carlos Somoza.
Las novelas de Félix de Azúa y de Rafael Argullol, autores que también destaca Jordi Gracia, suelen ser «tramas cargadas de valores simbólicos y alegóricos», que convierten la novela en «una herramienta de reflexión que trasciende la función narrativa». Lo mismo podría decirse de José María Guelbenzu, con la excepción de su última novela, No acosen al asesino, en la órbita de la literatura policiaca.
A esta relación habría que añadir un grupo de escritores consagrados con una trayectoria ya bien elaborada, aunque todavía incompleta: Julio Llamazares, Rafael Chirbes, Justo Navarro, Manuel de Lope, Pedro Zarraluki, Antonio Soler, Juan José Armas Marcelo, Manuel Vicent, Isaac Montero, Andrés Trapiello, Jesús Ferrero, Alejandro Gándara, Adelaida García Morales, Felipe Benítez, Esther Tusquets, Josefina R. Aldecoa, Paloma Díaz-Mas, Javier García Sánchez, Gustavo Martín Garzo, Luciano G. Egido, Javier Tomeo, Cristina Fernández Cubas, Almudena Grandes, Soledad Puértolas, Clara Sánchez, Juan Miñana, Ignacio Vidal-Folch y Luis Landero... También podrían citarse aquí a escritores que, procedentes del ámbito autonómico, han conseguido que sus obras sean valoradas en todo el territorio nacional: Bernardo Atxaga, Manuel Rivas, Suso de Toro, Quim Monzó, Sergi Pàmies... Con palabras de Fernando Valls, si algo caracteriza a este grupo de escritores es su vuelta al cultivo de una narrativa más legible, producto quizá del respeto por un lector familiarizado con la ficción que desea disfrutar con lo que lee. Creo que es también en la obra de estos autores donde hallamos con mayor naturalidad la asimilación de las aportaciones técnicas y estilísticas de la novela estructural y del lenguaje poético. Pero también la asunción plena de la propia tradición narrativa...».
El gallinero de los escritores jóvenes
Entre los escritores jóvenes hay que destacar los que se convirtieron en un fenómeno mediático —de la «generación X»— y aquellos que gozan de un mayor crédito literario, aunque todavía falta perspectiva para valorar suficientemente a alguno de ellos, y otros están presentes por su indudable gancho mediático. La nómina de estos últimos es larga, pero contiene nombres interesantes: Fernando Aramburu, Juan Manuel de Prada, Francisco Casavella, Agustín Cerezales, Andrés Ibáñez, José A. González Sainz, Javier Cercas, Marta Sanz, Manuel Talens, Olga Guirao, Espido Freire, Pedro Ugarte, Antonio Orejudo, Ignacio Martínez de Pisón, Juan Bonilla...
LOS JÓVENES NO HAN TRAÍDO UNA RUPTURA ESTÉTICA O POÉTICA QUE ABRA UN TRAMO DE HISTORIA LITERARIA DISTINTO O QUE RESPONDA A LOS «MAESTROS»
Otros fueron «conejillos de indias» de una orquestada campaña editorial de ensalzamiento de lo joven urbano y marginal como estandarte literario de una nueva época; la moda, menos mal, ha remitido bastante en los últimos años, y algunos no han vuelto ni a aparecer. Los emblemáticos continúan siendo Ray Loriga, José Ángel Mañas, Benjamín Prado, Pedro Maestre, Ismael Grasa, Félix Romeo y la ubicua y mediática Lucía Etxebarría. Son autores de raíces cinematográficas, empapados de cultura extranjera, más volcados hacia lo inmediato y que manifiestan una radical «indiferencia hacia los códigos literarios más respetados». Se han especializado en el uso del coloquialismo, de la oralidad, de «la voz confesional sin depurar», «muy cerca todo ello del registro documental de una edad, voluntaria marginalidad del sistema» y un deseo de huida.
Sin embargo, aunque aparentemente han ido de rompedores y renovadores, «los nombres más jóvenes no han traído una ruptura estética o de poética que permita abrir un tramo de historia literaria distinto, ni tampoco ha existido una respuesta firme o articulada contra los autores en quienes reconocen a maestros en plena madurez».
La literatura del yo
Uno de los rasgos más destacados de la literatura última española es su carácter autobiográfico. Frecuentemente, los narradores exploran su experiencia biográfica, transformándola en ingrediente «sustancial y vertebrador de su mundo novelesco». Esto ha propiciado un buen número de libros de memorias, unos asumiendo esta modalidad y otros utilizando la novela para sus fines memorialísticos. Es el caso, por ejemplo, de Carlos Castilla del Pino, Antonio Martínez Sarrión, Jorge Semprún, Terenci Moix, Haro Tecglen, Fernando Fernán-Gómez, Oriol Bohigas, Caballero Bonald, Miguel García-Posada, Adolfo Marsillach, Albert Boadella, Rafael Conte, Alberto Oliart y un largo etcétera.
Una interesante derivación de la literatura del yo es la práctica del diario o dietario, con escasa tradición en las letras españolas: «El género ha crecido sustancialmente en estas dos últimas décadas», inspirados en modelos más bien contemporáneos: Josep Pla, Umbral, Pere Gimferrer. La muestra es sobresaliente: suelen frecuentar este género Jiménez Lozano, Felipe Benítez, Martínez Sarrión, José Carlos Llop... Aunque los escritores que lo han hecho de una manera más perseverante y con más calidad literaria han sido Miguel Sánchez-Ostiz, que suele publicar sus diarios en la editorial navarra Pamiela (aunque el último tomo, La casa del rojo, lo ha publicado Península), el crítico y poeta José Luis García Martín, que publica en la asturiana Los libros del Pexe, y Andrés Trapiello, abonado a Pre-Textos (y reeditado en Destino). En su caso, el diario no es una actividad marginal, sino que encaja perfectamente dentro de su trayectoria literaria, y se trata, quizá, de lo que más les define como le sucede a Trapiello.
Intimismo y sentimentalismo
Muchos cambios, pues, se han dado en la novela española en los últimos veinticinco años. La irrupción de las estrategias del marketing ha alterado no sólo la tradicional manera de funcionar las editoriales sino que, también, está influyendo hasta en los contenidos de muchas de las novelas que se editan, un buen número de ellas insustanciales y de usar y tirar. Los valores comerciales arrinconan a los estéticos, y en el mundo editorial hay una auténtica obsesión por cazar lectores, lo que provoca que los autores escriban de manera menos exigente y que los editores, no todos, promocionen a aquellos autores con mayor pegada en el mercado.
No hay escuelas, ni tendencias aceptadas, ni maestros reconocidos, pero la variedad de la que se hace gala, y que algunos presentan como una conquista, puede ser también el síntoma de la falta de personalidad del género, la novela que se encuentra siempre al borde del precipicio. Como nota más distintiva de la novela actual destaco el auge del intimismo y del sentimentalismo, con muchas dosis de sociología plana. El yo adopta diferentes poses y disfraces, pero siempre está ahí, dominándolo todo, traspasando con sus obsesiones vitales y sentimentales una realidad esquiva, multiforme y proteica, difícil de apresar. Así están las cosas y no parece que esto vaya a cambiar en el futuro más inmediato, aunque no me gustan las profecías. Lo que sí veo claro es que las editoriales son las que mandan. Y el mercado es el mercado. ■

