Después de dos años de silencio y operaciones de garganta, Leiva regresó al Movistar Arena con los nervios a flor de piel para la segunda de las dos noches con todo vendido.

Suena «Rocks» de Primal Scream cuando se apagan las luces del Movistar Arena. Aparecen sobre el escenario siete músicos vestidos con un traje blanco y después él. Pantalón azul celeste, botines blancos, la camisa desabrochada y, por supuesto, sombrero. La primera frase que entona es esta: «Estás en tu mejor momento de largo. Puedes decirlo bien alto». Ha hecho un discazo, Gigante, para muchos el mejor de su carrera, y lo presenta por segunda noche en Madrid frente a 17 000 personas. Pero al llegar al estribillo canta otra cosa: «Tú no funcionas bajo presión».

Leiva llevaba dos años sin salir de gira. Se le notan los nervios en cada gesto. La presión autoimpuesta de un artista obsesivo y perfeccionista que necesita que cada nota salga bien. Durante este tiempo se ha operado de las cuerdas vocales y ha estado de recuperación en una casa perdida en la sierra de Guadarrama, mientras componía su trabajo más confesional. Un disco donde se aleja de asuntos que poblaron sus composiciones anteriores, como las distintas fases del amor, para poner en el centro lo que antes había estado más en los márgenes: la influencia de su barrio, el madrileño Alameda de Osuna; su autoestima, ansiedad y ataques de pánico; la paz de un hombre de 45 años que sigue luchando contra sus propias inseguridades y al que no le asusta reconocerse pequeño e imperfecto, por muy gigante que le perciban sus seguidores. 

Pero frente a él no hay fantasmas, sino un público que celebra cada canción como un gol. Le ocurre a «La lluvia en los zapatos», que salió hace ya nueve años, y a «Gigante», el tema que da título al álbum y al tour, y que culmina con un solo de armónica con aires de folk. «Lobos» y «Terriblemente cruel» explotan después. En muchos momentos toda esa reunión de gargantas acompañan y superan a la suya. Lo empujan hacia adelante, dándole tiempo para terminar de ubicarse sobre las tablas. 

Tras la emotiva «Superpoderes», se dirige por primera vez a los asistentes: «Vengo un pelín desentrenado porque tuve una operación de la voz y he estado mucho tiempo jodido recuperándome». No se nota. Explica que saben del esfuerzo que implica pagar una entrada, y que tanto él como su banda están «súper agradecidos, más aún siendo lunes». Primera ovación. Entonces suelta la dedicatoria que cambia el tono del concierto: «Quiero brindarle este concierto a mi madre, que ha estado muchos días ingresada y no ha podido venir, pero que hoy ya está en casa». Segunda ovación. 

A partir de ahí se quita un peso de encima y se libera. Llegan «Ácido», «Breaking Bad» y «Sincericidio», que se vuelve épica al hacer el público suyos los coros con ecos de wéstern del arranque. La velocidad sigue subiendo con «El polvo de los días raros», quizá la canción del disco que mejor representa lo que ha hecho gigante a Leiva: estribillos memorables que se sienten en el cuerpo, con todo el recinto coreando ese «De repente la ciudad huele demasiado a ti», y solos de guitarra marca de la casa a cargo de su hermano, Juancho, pieza fundamental de la banda y vocalista de Sidecars. 

Con la sabinera «Ángulo muerto» llega una de las confesiones de mayor vulnerabilidad de su último disco. Al encarar el verso que dice «Todo el mundo sabe ya que soy tuerto», en referencia al accidente que sufrió a los 12 años en el que su primo le voló el ojo sin querer con una pistola de perdigones, y que tantos complejos le ha generado, orienta el micrófono y deja que sea la gente quien lo cante mientras él hace el gesto de taparse el ojo como un pirata. Tras «Flecha» y «Cortar por la línea de puntos», se queda solo en el escenario con la guitarra y pide guardar los móviles para que «Vis a vis» se viva nada más que desde las retinas y se quede solo en el recuerdo. 

Después de «La llamada» y la pugna interior que es «No te preocupes por mí», y cuando parecía que no se podía gritar más en el Movistar Arena, sonó Pereza. Una breve visita a los hits de su anterior formación, aquellos que le pusieron sobre el mapa, con «Como lo tienes tú», «Estrella polar» y «Lady Madrid», para la que sube Mateo Sujatovich, el argentino de Conociendo Rusia que había abierto la noche como telonero. Canciones que para una generación entera son un axioma de sensibilidad, una forma de entender el mundo y el amor con la que se está radicalmente de acuerdo o no.


Tras una última parada introspectiva con «Caída libre», un tema sobre la depresión que grabó junto con Robe Iniesta, y que dedicó a la familia allí presente de un amigo que se suicidó, cerró por todo lo alto con «Como si fueras a morir mañana» y «Princesas» para confirmar lo que él ya sabe: está en su mejor momento de largo.

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