
Fue el presidente del banco más rentable del mundo, y sin embargo creía que las entidades financieras tienen la obligación de apoyar proyectos de escasa o nula rentabilidad. Entendía que las circunstancias hacen que alguien tenga más dinero del que necesita mientras que a otro le falta, y para eso creó una red de fundaciones que prestaban «créditos blandos», una idea gracias a la que estudiantes —entre otros, 1.780 de la Universidad de Navarra—, emprendedores e iniciativas sociales de apariencia inviable pudieron salir adelante. Dieciocho años después de su muerte, su figura ha vuelto a ocupar titulares. El catedrático Pablo Pérez López, estudioso de la vida de Valls, se pregunta en este perfil quién fue en realidad este atípico banquero.
Luis Valls Taberner, nacido en Barcelona en 1926, creció en una familia burguesa catalana marcada por el emprendimiento, el interés intelectual y los valores católicos. Su padre, Fernando Valls i Taberner, fue un destacado historiador del derecho y político regionalista, además de catedrático. La familia vivió momentos difíciles durante la Guerra Civil, cuando se exilió en Roma, donde Fernando enseñó Historia al príncipe don Juan de Borbón. Tras regresar a España y sufrir la muerte de su padre en 1942, el hermano mayor, Félix, asumió el papel de cabeza de familia.
Luis decidió estudiar Derecho, como su padre, en la Universidad de Barcelona. Mientras cursaba la carrera, a través de amigos comunes —uno de ellos propietario de una motocicleta BMW admirada por toda la pandilla— conoció a un grupo de jóvenes que se reunían para rezar. Allí descubrió el Opus Dei y, al poco tiempo, comprendió que Dios le llamaba a entregarle su vida en ese camino. Lo hizo a los veintiún años, en 1946.
Terminada la carrera, en 1949, fue profesor ayudante de Economía Política y, algo más tarde, se embarcó en una tesis doctoral. Se trasladó a Madrid, donde trabajó en el servicio de publicaciones del recientemente creado Consejo Superior de Investigaciones Científicas, del que su padre había sido cabeza en Barcelona. Todo parecía indicar que seguía sus pasos.
Sin embargo, hubo una circunstancia que contribuyó a que reconsiderara sus planes. En enero de 1950 viajó a Roma. Es fácil imaginar la variedad de recuerdos y sensaciones que le traería a la cabeza ese viaje. Se alojó allí en Villa Tevere, sede central del Opus Dei, y entonces apenas un edificio en obras donde vivían el fundador, Josemaría Escrivá de Balaguer, y algunos jóvenes que estudiaban Teología. De ese grupo saldrían buena parte de los sacerdotes de la institución. A Luis Valls le impresionó el apuro económico en que vivían el fundador y sus colaboradores, sobre todo Álvaro del Portillo. Del Portillo se encargaba de forma más directa y ordinaria de conseguir los créditos para pagar las obras. Los pagos eran semanales… y los agobios también. Valls se rebeló interiormente ante esa circunstancia: no le parecía lógico que «el padre» —como familiarmente llamaban a Escrivá— viviera agobiado por la búsqueda de fondos para reformar aquellos edificios y sufragar los estudios de esos jóvenes licenciados. Decidió que, en lo que él pudiera, quitaría de los hombros de Escrivá esa carga. Es una decisión sobre la que volvió frecuentemente en su correspondencia, y que influyó mucho en su vida. El 16 de julio de 1955, por ejemplo, escribía a Álvaro del Portillo: «No se olvide de decirle algo a Mariano [Josemaría Escrivá]. Que vivo con la ilusión de poder quitarle un peso de encima».
Una de las primeras consecuencias de aquella resolución fue su cambio de rumbo profesional. En 1951, una vez que hubo defendido la tesis doctoral, abandonó su intento de convertirse en profesor universitario y comenzó a buscar la forma de dedicarse al negocio del dinero. Cuando alguna vez evocó esa divisoria de su vida, como en una entrevista en Televisión Española en 1977, lo resumía diciendo que ponderó qué era más decisivo para impulsar cambios en el mundo: el dinero o el saber; la banca o la universidad. Decidió que eran las finanzas, por ser el soporte más básico e inevitable de cualquier proyecto humano. Y optó por ellas como su profesión para «aplicar los conocimientos teóricos de Economía Política».
Los datos que tenemos en su archivo personal y su correspondencia nos permiten decir algo más. A partir de aquel encuentro romano, Luis Valls dedicó tiempo y esfuerzo abundantes para reunir fondos que sostuvieran la formación de sacerdotes del Opus Dei que se desarrollaba en Villa Tevere junto al fundador y otras necesidades de la institución como levantar residencias de estudiantes o nuevas casas en las que se desarrollaban actividades de formación. Pidió dinero a la familia, a conocidos y amigos y a entidades financieras y organismos públicos. Obtuvo algunos éxitos, pero principalmente fracasos. Aprendió a través de esa experiencia qué significa tener buenos proyectos y no disponer de los medios económicos para sacarlos adelante. Además de su trabajo profesional en el CSIC y su empeño en buscar dinero para las necesidades del Opus Dei, Valls tenía otras obligaciones dentro de la prelatura. Desde 1951 formaba parte del Consejo General del Opus Dei —su órgano de gobierno—, donde se encargaba de organizar la formación cristiana de hombres casados que ofrece esta institución de la Iglesia.
En medio de esta intensa actividad, tomó una iniciativa cuanto menos audaz teniendo en cuenta sus incipientes veinticinco años: quiso comprar un banco. Él no tenía ahorros, por supuesto, pero pidió ayuda a su adinerada familia, que quiso apoyar el impulso emprendedor del joven. Reunió un crédito familiar de once millones de pesetas con el que intentó adquirir sin éxito algunas cajas de ahorros —eran instituciones con marcada vocación social que le parecían atractivas— y también un banco, el Atlántico, por el que le pedían catorce millones. Después de unas negociaciones infructuosas, no se cerró ningún trato.
En la familia había contactos con el mundo de las finanzas, ya que dos de sus tíos eran relevantes banqueros. Uno de ellos, Félix Millet i Maristany, presidente del Banco Popular Español —entonces una entidad mediana tirando a pequeña—, a la vista del poco éxito de ese sobrino suyo del que tenía muy buena opinión, le ofreció en 1953 quedarse con su participación en el banco. Él se dedicaría al negocio de los seguros, que le atraía más. De este modo, Luis Valls entró en el Popular por la puerta grande, como accionista y miembro del consejo de administración. Fue el comienzo de una carrera que daría que hablar. Valls trabajó en el banco, se ganó la confianza de su consejo de administración y procuró que se integraran en él personas de su confianza. Su hermano Javier llegó a ser copresidente junto a él, y otros dos hermanos, Pedro y Félix, trabajaron allí. Su propósito era doble: primero, conseguir que la entidad fuera un negocio cada vez mejor —lo que significa mejor gestionado y más rentable— y, segundo, conseguir un órgano decisorio que, en lo esencial, se alineara con su forma de entender la banca.
EL BANCO MÁS RENTABLE DEL MUNDO
Durante estos primeros años en el Popular, Valls seguía buscando fondos para sostener las actividades del Opus Dei. Pronto se convenció de que pedir donativos tenía un límite. Había que ofrecer algo más a los que simpatizaban con esos proyectos. Nació de ahí la idea de pasar a ofrecer inversiones. Se conseguían fondos y se ofrecía una rentabilidad. No era la más competitiva del mercado, pero tampoco desdeñable. Un caso señalado fue el de Esfina (Sociedad Española Anónima de Estudios Financieros), «un holding de fondos de inversión que poseía la mayoría de las acciones de diversas empresas mercantiles abiertas con fines esencialmente apostólicos», tal y como la describen John F. Coverdale y J. L. González Gullón en su Historia del Opus Dei. Luis Valls fue vicepresidente de ese holding junto con otros miembros de la Obra, Andrés Rueda y Alberto Ullastres, quien la presidía. Esfina hizo posible la financiación, entre otras empresas, de la editora SARPE, que publicaba Nuestro Tiempo, La Actualidad Española, Telva y otras cabeceras. Desde luego, era algo mejor que pedir una donación: se pasaba de donantes a inversores. Esa línea de trabajo le ayudó a conseguir su objetivo de aliviar los apuros económicos de Escrivá y del Opus Dei en general: se terminaron las obras en Roma y Valls colaboró también en la financiación de residencias de estudiantes en varios países —Netherhall Hose, en Londres, y otras en España—, y en la del Colegio Romano de la Santa Cruz. Al tiempo que adquiría esa experiencia, se iban consolidando en él los criterios que configurarían su forma peculiar de ejercer su oficio.
Luis Valls pensaba que el trabajo de las entidades de crédito era un servicio social de primera línea, el cimiento inexcusable para sacar adelante proyectos empresariales o personales que precisaban de una base financiera sólida. De ahí que entendiera que el banco era responsable del servicio que prestaba a sus clientes —ahorradores e inversores—, a sus empleados y a sus accionistas. Desde que Valls asumió la vicepresidencia del Popular en 1957, a los 31 años, el banco creció poco a poco, de forma sostenida y estable, con un estilo propio que lo llevó a centrarse en la banca comercial y el apoyo a pequeñas y medianas empresas.
Después de quince años de trabajo intenso, que en ocasiones le afectó a la salud, el consejo de administración convirtió a Valls en 1972 en presidente del Banco Popular. Por esas fechas, el crecimiento de la entidad se hizo más fuerte y llegó a ser uno de los siete grandes del sistema financiero español, junto al Banco Español de Crédito, el Hispanoamericano, el Central, el de Bilbao, el de Vizcaya y el Santander. El más pequeño de ellos, pero no el menos solvente, sino lo contrario. Su rentabilidad se multiplicó por 166, según explican Gabriell Tortella y otros en Historia del Banco Popular, y, a la altura de 1989, la mayor agencia internacional de calificación de entidades financieras, la IBCA, lo consideró el banco más rentable del mundo, y volvió a hacerlo así hasta 1992. Después continuó en los puestos más altos de ese ranking cuatro años más. Lo importante para Luis Valls, no obstante, seguía siendo el servicio que prestaba a sus clientes, sus empleados y sus accionistas, que desde los ochenta alcanzaban los ocho millones de personas.
LUIS VALLS PENSABA QUE EL TRABAJO DE LAS ENTIDADES DE CRÉDITO ERA UN SERVICIO SOCIAL DE PRIMERA LÍNEA, EL CIMIENTO INEXCUSABLE PARA SACAR ADELANTE PROYECTOS EMPRESARIALES O PERSONALES QUE PRECISABAN DE UNA BASE FINANCIERA SÓLIDA.
Pero, en opinión de Valls, el banco no debía implicarse solo en proyectos que prometían rentabilidad con un riesgo razonable, sino que había proyectos muy interesantes que no podían asegurar rentabilidad, y a esos también había que apoyarlos. Sabía de esa necesidad por experiencia e ideó un método para conseguir su objetivo: pidió a los miembros del consejo de administración que renunciaran a las atenciones estatutarias, es decir, a recibir una retribución por su labor de consejeros. No se trataba de una suma desdeñable: lo habitual era que ascendieran al 5 por ciento del beneficio bruto total a repartir entre los consejeros, previo al reparto de dividendos. Todos los miembros del consejo, excepto uno, aceptaron, lo que no deja de ser una señal del tipo de personas que Valls había procurado que se incorporaran a ese órgano de gestión del banco. Con el dinero que los directivos rehusaban se abrió un depósito cuyos beneficios irían al sostenimiento de proyectos que no fueran negocio. El dinero necesitaba, según Luis Valls, un empujón más para llegar donde debía con su servicio a la sociedad. Fue el punto de partida de los fondos que desde 1970 empezaron a constituir la Fundación Hispánica, primero, y después Patronato Universitario y Fomento de Fundaciones, creadas en 1987. Las tres, ligadas al Banco Popular por su origen y buena parte de su músculo financiero, eran independientes de él en su gestión.
LAS FUNDACIONES DE LUIS VALLS
¿A qué se dedicaban esas fundaciones? ¿Cuál era su razón de ser? El primero de los criterios que estableció Luis Valls fue que aquellas instituciones no daban dinero. Prefería prestarlo en condiciones muy favorables: los conocidos como «créditos blandos», con vencimientos a muy largo plazo y un bajo tipo de interés. La razón era que consideraba que la donación era humillante. Colocaba al receptor en una posición de clara inferioridad respecto al donante. Valls no pensaba que las cosas fueran así. Entendía que las circunstancias hacen que alguien tenga más dinero del que necesita mientras que a otro le falta. El que pasa estrechez tiene una dignidad igual al que abunda. Esa dignidad tenía su reconocimiento, precisamente, en la confianza que se depositaba en él para demostrar que era capaz de sacar rendimiento al capital que se le entregaba en préstamo y devolverlo. Su sentido cristiano del trabajo le llevaba a entender el dinero como algo más que un elemento de transacción económica: lo era también de reconocimiento de la dignidad personal.
LO IMPORTANTE PARA LUIS VALLS ERA EL SERVICIO QUE PRESTABA A SUS CLIENTES, SUS EMPLEADOS Y SUS ACCIONISTAS, QUE DESDE LOS OCHENTA ALCANZABAN LOS OCHO MILLONES DE PERSONAS.
El segundo criterio que inspiró en Fundación Hispánica, el Patronato Universitario y Fomento de Fundaciones fue que los proyectos que impulsaban no podían ser negocios. Para eso ya estaba la banca. Aquí se trataba de ocuparse de otras necesidades, las de aquellos que no podían, o no querían, ni soñar con que su actividad se hiciera lucrativa. Un ejemplo puede ayudar a entenderlo. Valls tuvo noticia de que un hombre que cumplía condena en prisión precisaba ayuda para comprar una motocicleta. Su finalidad era, en cuanto tuviera permiso para salir de la cárcel al menos durante el día, poner en marcha un pequeño negocio de mensajería y paquetería. Sus antecedentes y la falta de aval le excluían de la posibilidad de acudir a un banco. Desde las fundaciones no se le compró la moto: se le facilitó un crédito blando para que la comprara y, con los beneficios de su actividad, cancelara el crédito. El penado tuvo éxito en su propósito y subió un escalón una vez libre: hizo saber su deseo de adquirir una furgoneta para ampliar su actividad. Se le facilitó otro crédito. De nuevo lo devolvió y demostró que su capacidad de gestionar su propia empresa lejos de actividades delictivas había tenido éxito. Ese era el ámbito al que le gustaba llegar a Luis Valls apoyado en su éxito en el negocio, pero más allá del negocio.
Esas tres fundaciones han ayudado a financiar —y todavía lo hacen— multitud de iniciativas, muchas de ellas relacionadas con la labor apostólica del Opus Dei, como residencias universitarias, casas para mantener encuentros culturales o celebrar retiros, o la formación de bibliotecas. Una muy destacada fueron los Créditos a la Excelencia Académica de la Universidad de Navarra. Entre 2009 y 2017, 1.780 alumnos con buenos expedientes en Bachillerato recibieron un crédito blando muy particular para pagar sus estudios en la Universidad. Si obtenían notas superiores a ciertos parámetros, el banco les condonaba el 50% o el 75% de su deuda. Además, los proyectos de Luis Valls financiaron a 283 estudiantes con el Programa de Becas Alumni, y a una media anual de 170 sacerdotes que se formaban en las Facultades Eclesiásticas, a través del Programa Internacional de Estudios Eclesiásticos. Sin embargo, las fundaciones de Valls han colaborado también con otras muchas instituciones, desde el Partido Comunista —el Banco Popular fue el único que le dio crédito para las elecciones de 1979— hasta los conventos de clarisas de Hellín (Albacete) y Murcia, o de las monjas de Iesu Communio. Otras iniciativas notables son la Ciudad Escuela Muchachos de Leganés —una institución para jóvenes en riesgo de exclusión—, el Eastlands College of Technology de Nairobi (Kenia), el Programa de dotación de bibliotecas para escuelas y centros culturales en África o el CITE Technical Institute de Filipinas.
SU SENTIDO CRISTIANO DEL TRABAJO LE LLEVABA A ENTENDER EL DINERO COMO ALGO MÁS QUE UN ELEMENTO DE TRANSACCIÓN ECONÓMICA: LO ERA TAMBIÉN DE RECONOCIMIENTO DE LA DIGNIDAD PERSONAL.
Cuando se trataba de ayudas para labores del Opus Dei, Valls insistía en que debían ser devueltas, como las demás. Si se examinan las cuentas de las fundaciones que promovió, se constata que las actividades vinculadas al Opus Dei tenían una tasa de devolución superior al 80 por ciento, frente a poco más del 50 por ciento en el caso de las otras ayudas.
Llegados a esta altura de este apresurado recorrido por la vida y ejecutoria de Luis Valls, sería extraño que alguien no se hubiera formulado la pregunta acerca del motor de estas ideas y comportamientos. A poco que se haya vivido, es fácil entender que no actuaba por pura filantropía o por la necesidad de sentirse cómodo con su propia holgura económica. Todavía es más interesante esta pregunta si se considera que Luis Valls llevó una vida muy austera, que no usó nunca de lujos para sí. Al contrario, su colaborador Francisco Aparicio, secretario del Consejo, se admiraba de que con seis trajes le habían visto elegantemente vestido toda la vida.
Entonces, ¿por qué entendía así el mundo y las finanzas? La respuesta está a la vista: intentó vivir su fe como le enseñó san Josemaría, tratando de santificar todas las facetas de su vida, en particular su trabajo profesional. Quiso hacer banca como pensaba que lo hubiera hecho Jesucristo. Luis Valls mostró que se puede ser contemplativo mirando el dinero. Quienes no puedan admitir una motivación así quizá busquen explicaciones retorcidas para estos hechos. Son libres de hacerlo, pero me temo que no conseguirán por ese camino acercarse a la verdad sobre una vida muy digna de ser estudiada.