El matrimonio no es una institución opresiva y obsoleta. La monogamia —uno y una hasta la muerte— no es antinatural. El crimen es una acción individual, no una consecuencia de factores socioeconómicos. Los rasgos biológicos y personales tienen mucha influencia en el éxito en la vida. El consumo de drogas no es recreativo. Todos los niños necesitan un padre. Algunas culturas son mejores que otras
No son ideas mías, aunque las suscribo. Quien las ha sostenido con más éxito últimamente es el psicólogo Rob Henderson (Seúl, 1990), un estadounidense de origen coreano-mexicano, hijo de una drogadicta y un padre en paradero desconocido, criado en casas de acogida desde los tres años, autor de Troubled: A Memoir of Foster Care, Family and Social Class (Simon & Schuster, 2024). Es un tipo muy leído en el mundo en general y en Estados Unidos en particular, pero lo menciono porque en la hemeroteca de Nuestro Tiempo solo he encontrado una referencia a sus ideas, en una columna de Paco Sánchez de hace dos años. Es interesante seguirle la pista, porque Henderson ha dicho que el cielo es azul y el emperador está desnudo a través de un concepto que ilustra bien la relación de las élites progresistas con la realidad: luxury beliefs, o sea, creencias de lujo.
Henderson argumenta que hay ciertas ideas (las contrarias a las que enumero en el primer párrafo) que, en las clases altas estadounidenses, y en particular entre la élite de la Ivy League, confieren estatus. Uno es más cool si está a favor de legalizar la maría o de despenalizar los delitos menores o si sostiene que la disciplina en las aulas está pasada de moda. La trampa, dice Henderson, está en que defender esas ideas desde urbanizaciones con seguridad privada y un enchufe en la empresa de papá no tiene consecuencias. Los que lo sufren son, sobre todo, los niños de clase trabajadora, que se enganchan al cannabis, fracasan en la escuela y son incapaces de formar una familia estable. Víctimas colaterales de una moda intelectual.
No hay ideas inofensivas; siempre tienen consecuencias, buenas o malas. (Propósito de enmienda preventivo: no convertirme jamás en élite). Aunque en el último medio año muchos han dado por enterrada la cultura woke, yo, que soy un poquito lento, no lo creo. En la carrera de Filosofía aprendí que casi todo lo que hoy aparece como disruptivo lleva cien años pensado y escrito, acechante.
Estos meses he cerrado X muchas veces enfadado o confuso o todo al mismo tiempo. Me abruma la velocidad a la que Ucrania se convierte en el enemigo, a la que Gaza es un proyecto de resort, a la que la guerra se da por descontada. Creo que soy mal periodista. No vibro con la actualización constante, sino que huyo hacia los libros, compañeros generosos que esperan y adonde vuelves y todo sigue igual. Quizá lo que esta semana damos por supuesto no dura dos telediarios. Quizá son, a su modo, modas. Creencias de lujo. Lo que sí que es un lujo es tener tiempo y distancia y paz para pensar las placas tectónicas ideológicas que chocan en este siglo. Lo demás es pirotecnia.