Entrevista Humanismo cristiano Campus Nº 723 Historia y religión
Rafael Domingo: «Una sociedad que no aprende a perdonar se fragmenta y autodestruye»

Entrevista Humanismo cristiano Campus Nº 723 Historia y religión
Hace una década, pocos hubieran imaginado que el cristianismo podría estar renaciendo entre los millennials y la generación Z de las sociedades más secularizadas del planeta. Sin embargo, florecen las conversiones en lugares tan impensables como Inglaterra, Estados Unidos, Francia o Finlandia. En los últimos días de 2024, la prestigiosa revista conservadora británica The Spectator publicó un artículo titulado «La sorprendente verdad sobre el resurgir del cristianismo en Occidente». Su autor, Justin Brierley, argumenta con los datos en la mano cómo en Francia más de siete mil adultos se bautizaron durante la Vigilia Pascual de ese año, lo que significó un aumento del 32 por ciento con respecto a 2023; o cómo en Reino Unido el número de asistentes a los servicios de la Iglesia de Inglaterra aumentó un 5 por ciento: casi un millón de fieles habituales, según el censo de 2023.
Entre los podcasters, los influencers y los personajes mediáticos, el cristianismo tampoco ha dejado de crecer. Los actores Tom Holland y Russell Brand, el cantante y artista de la movida madrileña Fabio McNamara, el actor español Jaime Lorente, el comediante estadounidense Joe Rogan o el novelista Paul Kingsnorth han declarado públicamente su conversión a la fe en estos últimos años. ¿Es el cristianismo la tendencia socioespiritual del siglo XXI?
Este es el contexto en el que el catedrático de Derecho Romano y pensador Rafael Domingo Oslé [Der 85 PhD 87] ha escrito El sentido del cristianismo (Esfera de los Libros, 2025), un ensayo en el que trata de responder a esta y otras preguntas. Rafael Domingo (Logroño, 1963) es un jurista de reconocido prestigio. Después de estudiar Derecho en la Universidad de Navarra, fue becario de la Fundación Alexander von Humboldt en la Universidad de Múnich e investigador visitante en la Columbia Law School de Nueva York. Desde 2012 ha enseñado en el Center for the Study of Law and Religion de la Emory University de Atlanta. La cuestión del cristianismo no le llega de nuevo: es una preocupación que le ha acompañado toda su carrera. Es pionero en el desarrollo del concepto de derecho global, una forma de entender las relaciones entre países basada no en la soberanía estatal, sino en la dignidad de la persona. Es también coeditor de la Journal of Law and Religion en Cambridge University Press y autor de libros como The New Global Law (2010) o God and the Secular Legal System (2016). Fue decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Navarra entre 1996 y 1999, y hoy encabeza la Cátedra Álvaro d’Ors en el Instituto Cultura y Sociedad (ICS). En El sentido del cristianismo ofrece una mirada profunda, actual y provocadora sobre el valor transformador de la fe cristiana.
Detrás de un libro hay una pregunta, ¿cuál fue la suya?
En Nueva York tuve una conversación con un magnate que me hizo reflexionar. Me agradeció todas las contribuciones que el cristianismo ha realizado a la humanidad, sobre todo en el campo del arte, la educación y la salud. Pero también me insistió en que la religión ya no era necesaria en la esfera pública de las sociedades democráticas y pluralistas avanzadas. Su enfoque no fue agresivo, pero sí me habló con fuerza, desde el corazón. Me sentí interpelado por sus palabras y le respondí: «Déjame pensar sobre lo que me has dicho y hablemos en otra ocasión».
Y le contestó con un libro…
Sí, este libro es una respuesta que llega tras una larga reflexión y muchas lecturas. Me hizo gracia una expresión del humorista José Mota que, en lugar de hablar del «loco de remate», dice «cuerdo de remate». Y partí de ahí. En una sociedad fragmentada, desbordada por la tecnología y el aburrimiento, profundamente arrogante y autocomplaciente; en un entorno consumista que, después de saciarse y apagarse, asume la eutanasia por descarte, el cristianismo emerge como ese «cuerdo de remate» al que debemos volver la mirada.
¿Cuál es la idea madre del libro?
Trato de explicar la necesidad y las ventajas de que una sociedad democrática madura se abra a la trascendencia y viva como si Dios existiera, respetando siempre, con la debida consideración y por igual, los derechos de creyentes y no creyentes.
¿Habitamos una sociedad poscristiana?
El prefijo post puede aplicarse a diferentes contextos sociales, como en una sociedad posmoderna, postsecular o posindustrial. Sin embargo, los cristianos no podemos usarlo con relación al cristianismo, ya que creemos que ha llegado para quedarse. Si realmente Dios es amor, como enseña el cristianismo, y se ha encarnado y nos ha redimido y perdonado, su presencia en el mundo es permanente. Estos hechos nos hacen imposible considerar un post, un después, con relación a su existencia.
Usted defiende que el cristianismo no se reduce a lo privado, sino que tiene consecuencias sociales, políticas y culturales. ¿Qué papel cree que debería jugar la jerarquía en el espacio público?
La jerarquía de la Iglesia tiene que iluminar e inspirar la política desde la espiritualidad, o con orientaciones éticas, desde el ámbito moral, pero sin entrar de hecho en el debate político, ni actuar directamente en política. Cuando esto ocurre, el cristianismo se clericaliza y se limita la libertad de los creyentes. Eso produce un fuerte rechazo social. Los ejemplos abundan. Ya lo dijo Jesús: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». La jerarquía debe iluminar con la autoridad de la fe, con la auctoritas, como diría mi maestro, Álvaro d’Ors. Nunca con la potestas de la coacción, porque la potestas eclesiástica no es poder civil.
Ante la afirmación bastante generalizada de «Soy espiritual, pero no religioso», ¿podemos decir que vamos por buen camino teniendo ese anhelo interior?
Sin duda, considero que una de las contribuciones más significativas de la juventud actual es su profundo enfoque espiritual. Se manifiesta en diversas actitudes, como un sincero respeto por la naturaleza, la búsqueda de trascendencia y un anhelo de libertad auténtica. Aunque parezca que se alejan de las tradiciones religiosas, creo que este camino hacia la espiritualidad los conducirá a una conexión más profunda con lo sagrado. La belleza, la verdad, el bien, la unidad, la religión y la espiritualidad están entrelazadas de modo intrínseco; por ello, una lleva a la otra de manera natural.
¿En qué se distingue la espiritualidad de la religión?
En nuestros días la idea de religión se refiere a un sistema organizado de creencias, costumbres morales y prácticas rituales. Las religiones suelen estar institucionalizadas y cuentan con textos sagrados y comunidades de seguidores, así como con un código de normas morales. La espiritualidad, sin embargo, consiste en una búsqueda más personal y subjetiva de sentido, significado, conexión con uno mismo, los demás, el universo, lo divino y Dios, en definitiva. No necesariamente está ligada a una estructura o doctrina formal y puede incluir prácticas como la meditación o la conexión con la naturaleza. Por eso, en nuestros días, se puede ser espiritual pero no religioso, y religioso desde el punto de vista social pero poco espiritual. Sin embargo, en un cristianismo vivido hasta sus últimas consecuencias, espiritualidad y religión se funden, como el jardín y la tierra. Una religión sin una espiritualidad profunda acaba en el fundamentalismo del fanático. Una espiritualidad totalmente desconectada de la religión termina debilitándose, o convirtiéndose ella misma en una nueva religión. Es el caso de la Nueva Era [New Age].
¿Debe espiritualizarse el cristianismo?
Por supuesto. El drama de los abusos sexuales en la Iglesia católica o algunos casos de corrupción se han producido por una falta de espiritualización. Y hay personas que pueden vivir un cristianismo muy poco espiritual, como quienes durante la semana se portan mal con sus compañeros de trabajo, o en sus respectivas familias, y los domingos están en misa. Tenemos que espiritualizarnos más; por eso es bueno ver la religión y la espiritualidad como dos realidades conceptualmente distintas que deben integrarse. Un cristianismo profundamente espiritualizado conduce a la vida contemplativa y, al final, a la santidad, que no es otra cosa que la unión permanente con el Dios-amor.
¿Y cómo podemos los cristianos espiritualizarnos más en medio de un mundo dominado por la imagen y por la inmediatez digital?
Hemos de comprender la multidimensionalidad del ser humano. Somos un espíritu encarnado, como decía el gran genio Leonardo Polo: un puñado de emociones, sentimientos, actuando en un cuerpo físico con mente, entendimiento, voluntad, alma. San Hilario de Poitiers, padre de la Iglesia, dice que Dios Padre es silencio, Dios Hijo es palabra, Dios Espíritu Santo, soplo. Se puede descubrir a Dios desde el silencio y desde la palabra, también desde el soplo; interiorizándome hasta verme como imagen de Dios o descubriendo en los demás esa imagen divina trinitaria.
¿Cuál cree que ha sido el talón de Aquiles de los cristianos?
Que no hemos sido conscientes de nuestro propio tesoro, y a veces lo hemos vendido por un plato de lentejas. Los cristianos debemos redescubrir la belleza del cristianismo, su potencia transformadora para la sociedad y las personas, su esencia netamente divina y al mismo tiempo humana. Debemos ver la revelación como un don maravilloso; la liturgia como un encuentro con lo divino, y la Eucaristía como la cumbre donde se une el cielo y la tierra. Un cristiano consciente del misterio de la Revelación cae de rodillas en acción de gracias y llora, llora como un niño, que es la mejor actitud para acercarse a un Padre que nos ama infinitamente.
¿Por qué afirma en su libro que el cristianismo en el fondo no es una religión?
Desde el punto de vista sociológico, se ha catalogado como religión, y lo es. Pero el cristianismo es más que una religión, es más que un sistema de dogmas, un código ético o una liturgia. Es más que la Biblia. Es un Dios que con amor posesivo (eros) busca al hombre, sale a su encuentro, para endiosarlo eternamente. Por eso lo ha creado a su imagen y semejanza. Para que se pueda unir a Él para siempre. Es un plan de Dios más que un plan humano en busca de Dios. Eso sí, libérrimo, porque sin libertad no hay amor. La libertad es condición necesaria, aunque no suficiente, para la existencia del amor.
Usted sostiene que el cristianismo tiene mucho que ofrecer al mundo contemporáneo. ¿Cuál diría que es hoy su aportación más urgente o necesaria?
Enseñar a perdonar. Una sociedad altamente tecnificada que no aprenda a perdonar está llamada a la autodestrucción. La revolución del cristianismo es la revolución del perdón, la revolución de un Dios que perdona y nos invita a perdonar incluso a nuestros enemigos. Esto no es buenismo, ni claudicación, ni renuncia, sino liberación. No sorprende que los últimos papas hayan hablado con tanta fuerza de la necesidad de instaurar una civilización del amor en el mundo.
¿Qué puede ofrecer el cristianismo que no dé la sociedad hoy en día?
Un verdadero sentido de la pobreza. El cristianismo tiene la importante misión social de implementar el mensaje revolucionario de Jesucristo sobre la pobreza. Este concepto no debe limitarse únicamente a la pobreza material extrema, contraria a la dignidad de la persona, sino que debe expandirse para abarcar todas las dimensiones del ser humano. El capitalismo ha restringido la relación dual de pedir y compartir a la lógica del mercado, donde el beneficio económico predomina. Sin embargo, como advirtió Benedicto XVI, siguiendo a pensadores europeos, existe un marco más amplio y solidario basado en la lógica del don y la gratuidad, que no solo incluye sino que también trasciende la lógica del mercado. La universalización de la lógica del mercado conduce a la mercantilización de lo más genuinamente humano: ponemos precio al cuerpo humano, o sus partes. La universalización de la lógica del don conduce a la dignificación de lo humano. La imagen de Dios no tiene precio. Tampoco nuestra libertad.
Según los últimos datos, los jóvenes de países occidentales están empezando a manifestar interés por el cristianismo. ¿Lo ve usted como una forma auténtica de fe o más bien como una espiritualidad de emergencia?
Una persona que se para profundamente a pensar y a contemplar sin miedos estas realidades acaba encontrándose a Dios, amor personificado. El hombre es imagen de Dios y, cuando el hombre se considera imagen del hombre o una propia creación, sustituye a Dios por el hombre y no se entiende a sí mismo. El hombre solo se entiende desde Dios. El cristianismo muestra a un hombre que es imagen visible de un Dios invisible. Más es imposible. Cuando Dios hizo al hombre, lo más íntimo de la deidad se unió inseparablemente al hombre. Eso significa que somos imagen de Dios.
¿Qué opina de las tentativas recientes de probar la existencia de Dios desde la ciencia?
Dios no es una hipótesis científica porque está por encima de la ciencia. Un dios científico sería una caricatura de Dios. Un Dios que quepa en nuestra mente es tan solo un falso dios, un dios cerebral, tan limitado como nuestro centro nervioso. La mente es una excelente herramienta que ha de usarse para tratar de llegar a Dios, pero no es la única, y probablemente tampoco la más importante. Yo apuesto más por la experiencia de Dios que por la vía argumentativa. Por lo demás, cuando muramos, nuestra experiencia de Dios continuará; pero nuestra mente —entendida en su sentido corpóreo—, desconectada del cerebro, no pervivirá.
¿Puede indicar algún científico que le parezca relevante?
Me inclino por la aportación a este debate de John C. Polkinghorne (1930-2021), con cuyo pensamiento me siento identificado. Explica cómo la física cuántica y la teología se unen en el mismo deseo de comprender la realidad. Polkinghorne afirma que ambas aproximaciones son complementarias: dos modos diferentes de acercarse a la única realidad que se nutren y apoyan mutuamente. En nuestra universidad, Javier Sánchez Cañizares acaba de escribir un excelente libro titulado Cómo actúa el espíritu en el mundo, cuya lectura recomiendo.
¿Puede poner algún ejemplo?
Por supuesto. El entrelazamiento cuántico es un fenómeno en la física cuántica que nos muestra que dos partículas pueden estar conectadas con independencia de la distancia que las separe. El estado de una partícula instantáneamente afecta al estado de la otra. Este hecho desafía nuestras intuiciones sobre la localización y la causalidad. Algo parecido sucede en la teología cristiana cuando nos habla de la interconexión de todos los seres humanos a través de la comunión de los santos, con independencia de la distancia y de la causalidad. Te sientes muy unido a tu hija, por ejemplo, aunque se encuentre en otro continente. Por otra parte, el papel del observador en la mecánica cuántica guarda cierta semejanza con las reflexiones de la teología cristiana sobre la relación del Creador —y del ser humano como imagen suya— con el universo. El universo funciona porque es observado. Y el ser humano vive porque es mirado con eterno amor por Dios.
En el capítulo «Una sociedad secular y libre» dedica un espacio a hablar del debate entre Jürgen Habermas y Joseph Ratzinger, entre las mejores cabezas de la secularidad y la religión. ¿Qué enseñanzas podemos sacar de aquel histórico diálogo intelectual?
Lo primero que destacaría es la capacidad de diálogo sencillo y profundo. Sincero. Ahora vas al Parlamento y nadie escucha a nadie. Cada uno lee su discurso o insulta al otro y se marcha. No se debate, no se busca ni se admira el argumento del otro. En definitiva: no interesan la verdad ni el bien común, sino imponer la voluntad del partido. Que el entonces cardenal Joseph Ratzinger se reuniera en Múnich con Habermas para debatir, en presencia de otros grandes filósofos como Robert Spaemann (doctor honoris causa de nuestra universidad), sobre religión y temas centrales de la existencia humana es una lección para todos. Además de ser un ejemplo de escucha, también quedó de manifiesto la importancia de reconocer las propias limitaciones, como cuando Ratzinger reconoció la complejidad del concepto de derecho natural, porque no tenemos la respuesta a todo. Habermas, por su parte, reconoció que la secularización estaba siendo mal entendida, porque llevaba al desprecio de la religión.
¿Qué mensaje central le gustaría que quedara del cristianismo en el siglo XXI?
Recuperar la idea de contemplación. En esta universidad lo tenemos fácil con el museo que se construyó hace un decenio y la labor que se lleva a cabo en él. Al teólogo alemán Karl Rahner se le atribuye la famosa frase: «En el siglo XXI, los cristianos serán místicos o no existirán». Un cristianismo sin contemplación acaba endureciéndose, convirtiéndose en un manojo de reglas morales y rituales y sucumbiendo ante el racionalismo científico o el materialismo consumista. Y una sociedad que no contempla se encorseta.
¿Cómo afecta la contemplación a la vida ordinaria?
La contemplación cristiana, de la que la contemplación natural es el primer paso, abre la puerta de nuestro corazón a Dios. Por eso la contemplación, poco a poco, nos transforma y diviniza, nos introduce en la vida divina intratrinitaria, y nuestra alma siente el gozo de verse cerca de Dios. Se produce entonces la cristificación, que, con palabras de san Pablo, consiste en que «Ya no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí». Es entonces cuando el ser humano se hace contemplativo allá donde esté y haga lo que haga: subir al monte, escuchar una clase magistral aburridísima, chutar a gol, atender un seminario, tomarse una cerveza en Faustino, correr una maratón. O estar postrado en un quirófano.
Suena al mensaje de san Josemaría.
Así es. En este momento histórico, el mensaje del fundador de la Universidad de Navarra sobre ser contemplativos en medio del mundo resuena con una fuerza singular, casi atronadora. Y en cada rincón de este precioso campus, donde pronunció su famosa homilía Amar al mundo apasionadamente, reverbera un eco de aquel mensaje transformador.
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