Título original: Severance
Año de emisión: 2024
Cadena original: Apple TV (10 episodios de 40 minutos)
Dónde ver: Apple TV y Movistar Plus
Creador: Dan Erickson
El título original de esta joya de Apple TV que regresa estos días con su segunda temporada [estreno el 17 de enero] nos permite ampliar el campo de batalla: severance significa separación, sí, pero también ruptura e, incluso, indemnización por despido. Esta polisemia le viene como anillo al dedo a un relato que, desde los títulos de crédito, juega al despiste y viste antifaz. Lo que el espectador contempla puede significar algo muy distinto a lo evidente. No en vano, los protagonistas transitan un entorno laboral cuya blancura cartesiana parece emboscar algo oscuro, la cacareada multinacional bienhechora quizá esconda un rostro muy corrupto y las tragedias del yo puede que vengan prestadas. ¿Quién es quién? ¿Qué demonios es este lugar? ¿Por qué estamos aquí?
A pesar de tanto interrogante, la premisa de Severance comienza desgrasada: Mark trabaja en Lumon, una empresa biotecnológica puntera que permite vivir una existencia laboral completamente aislada. La mente se resetea al entrar en sus instalaciones, de modo que el yo externo y el interno conforman, a efectos prácticos, dos personas distintas y desconocidas. Pero, ¿qué ocurre cuando una pequeña grieta abre la sospecha entre ambos entornos?
Ese es el fuelle que va avivando conflictos y enrevesando la trama bajo la eterna búsqueda de sentido que caracteriza al ser humano. El improbable grupo de personajes que coinciden en la oficina de la impoluta empresa empieza a realizar y realizarse preguntas, pero las respuestas les dejan hambrientos, cada vez más deseosos de saber. Así, un relato que comienza desplegando una extravagante sátira sobre el trabajo (sus condiciones, su finalidad, su burocracia) va evolucionando hacia un thriller de oficina con aires de conspiración corporativa. En ese progresivo viraje la estética de la serie –cool, higiénica, minimalista– adquiere un aroma siniestro, en el sentido de la relectura freudiana que trazaba Jon Juaristi: «Lo siniestro aparece cuando lo que nos es cercano y familiar adquiere matices extraños y abominables». La oficina como cárcel y tal.
Por eso, si lo prefieren, ya que nos estamos poniendo estupendos con los adjetivos y las etiquetas, Severance podría sintetizarse como un drama laboral con toques de ciencia ficción y enigmas existenciales que imprime un crescendo de infarto (el episodio que clausura la primera temporada es antológico). Todo esto ya se apunta en los inquietantes títulos de crédito, elaborados a base de plastilina, líquidos surrealistas, duplicidades del yo y una melodía falsamente placentera.
En un momento dado, Mark, encarnando su yo del exterior en una fallida cita amorosa, se pone categórico sobre los recuerdos y la aceptación, sobre las oportunidades que se esfumaron, sobre lo que pudo ser y no fue: «Esta es la vida que te han dado. Y esa es otra vida y esa no la tendrás. Así que haz algo con esta». ¡Quia! Ahí se condensa la gracia y la genialidad de Severance: en que su mecanismo resulta tan endiablado que hasta los protagonistas pueden sabotearse sin saberlo. Porque Lumon les ha convencido de que puede hacerles olvidar, de que el trauma es opcional. Pero no. No es tan simple. Ya lo advirtió Borges: «Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos». Y queremos darles sentido; va en nuestra naturaleza.