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Sueños de 'rock', pesadillas de autotune

Durante las décadas de los sesenta y setenta y en todo el mundo, la juventud de posguerra no tenía dudas de que hacer música implicaba hacer política. 58 años después, la música mainstream se volvió una expresión opulenta y superficial sobre el éxito, el dinero y el descontrol. ¿Qué provocó tal cambio de foco?

16 de marzo de 2025 13 minutos

Paula Dalla Fontana

Fotografía: Oscar Bony / Wikimedia Commons
Emilio del Guercio, Rodolfo García, Edelmiro Molinari y Luis Alberto Spinetta (de arriba a abajo y de izquierda a derecha)

Año 1967, Buenos Aires. Luis Alberto Spinetta, Emilio del Guercio, Edelmiro Molinari y Rodolfo García crearon Almendra, uno de los grupos fundacionales del rock argentino. La banda, hoy reconocida por sus armonías hipercreativas y su poesía elevada, forjó una contracultura alejada de letras panfletarias. Durante las décadas de los sesenta y setenta y en todo el mundo, la juventud de posguerra no tenía dudas de que hacer música implicaba hacer política. 58 años después, la música mainstream se volvió una expresión opulenta y superficial sobre el éxito, el dinero y el descontrol. ¿Qué provocó tal cambio de foco?

Emilia Mernes, símbolo del pop latino en el mundo hispanohablante, perdió la voz cuando escuchó: «Hemos visto que varios artistas de aquí han mostrado su apoyo a la cultura argentina, que en este momento puede sufrir recortes por el nuevo Gobierno de Milei… Entonces, mi pregunta es: como mujer, argentina y artista, ¿cómo estás viviendo esto?». La periodista de Europa Press la sorprendió el verano pasado durante la gira promocional en España de su último disco, Emilia.mp3. Mernes, inexpresiva, ojeó sobre su hombro hacia el lado izquierdo, fuera de cámara, esperando un salvavidas. «No vamos a hablar de política», se oye en el video. La sonrisa volvió al rostro de la cantante.

Mernes fue la artista más escuchada en Spotify Argentina en 2024. Con este logro, se consagró como la primera mujer en alcanzar ese puesto en el país. El .MP3 Tour vendió en Buenos Aires cien mil entradas en menos de diez horas. Pero a veces el público espera algo más que una estética trabajada y canciones pegadizas. Los argentinos empezaron a acusarla de cobarde en las redes sociales ante su falta de posicionamiento político. Su estrategia de defensa consistió en dirigirse a sus fans en la inauguración de su seguidilla de doce conciertos en la capital. «A veces me arrepiento de no haber hablado de ciertos temas y si no lo hice fue porque tenía miedo de que mi voz no sea lo suficientemente importante», dijo con la mirada anclada al suelo del escenario. Frente a ella había quince mil personas. 

Fotografía: Wikimedia Commons
Portada del disco Seremos amigos (1968), de Los Gatos

El cantante más escuchado en Argentina no siempre acumuló tantos millones de reproducciones. Antes se medían las copias vendidas, con cifras mucho más modestas, pero con artistas, en ocasiones, más comprometidos. Entre los grupos ilustres de los setenta, destaca Almendra, conformado por Luis Alberto Spinetta, Emilio del Guercio, Edelmiro Molinari y Rodolfo García, que vendió 10.000 copias de su primer disco en 1970. También triunfaron Sui Generis, Los Gatos, Manal y Sumo. A partir de los sesenta, artistas con peinados raros se zambulleron en el tango y el folclore, símbolos de la cultura nacional, y crearon fórmulas innovadoras. Así surgió un lenguaje propio, enriquecido por nuevas inquietudes e influencias internacionales. Una de ellas fue la contracultura vinculada al desarrollo del rock como vehículo político en Estados Unidos y Gran Bretaña, de la que bebieron estos grupos y algunas figuras históricas del rock argentino, por ejemplo, Luis Alberto Spinetta y Charly García

EL GIRO CONTRACULTURAL DEL ROCK AND ROLL

El rock and roll nació en los años cincuenta en Estados Unidos, a partir de una fusión entre el blues —expresión del lamento afroamericano— y el country, la música tradicional de Norteamérica. En 1955, Rock Around the Clock, de Bill Halley and His Comets, se convirtió en el primer single de este nuevo género en ser el número uno en la lista de canciones más populares de la revista Billboard. Poco tiempo después, una presencia escénica nunca antes vista bautizaba a Elvis Presley como «el rey». En sus principios el rock no era nada sin el roll; una alusión a los movimientos de los bailarines. 

SU MENSAJE TRANSMITÍA ESPERANZA A UN PAÍS QUE DESDE 1930 ENTRABA Y SALÍA DE DICTADURAS MILITARES. ALMENDRA TRANSGREDIÓ LOS LÍMITES DE LA MÚSICA ARGENTINA PORQUE ERA CRÍTICA, CREATIVA Y DELICADA

Pero el cambio de década trajo consigo su ruptura. Una nueva generación, la primera que no había vivido la Segunda Guerra Mundial, relevó a los grandes showmans de los cincuenta. Mientras comenzaba el movimiento hippie, los adultos de los sesenta acogían el pacifismo en las entrañas. «Entonces, por primera vez en la historia, la juventud se dio cuenta de que podía cambiar el mundo», explica Iñaki Llarena, profesor de Música Contemporánea de la Universidad de Navarra y productor autónomo. 

Fotografía: Wikimedia Commons
Portada del disco Vida de Sui Generis (1973).

De ese suelo fértil germinó un gigante: un poeta crítico del folk alimentado a base de blues. Era Bob Dylan, que empezaba a escribir su nombre en la historia de la música popular. En 1965, ecléctico, fusionó la tradición con el rock y la salpimentó con su sello: las letras de denuncia social. Al cambiar lo acústico por lo eléctrico, Dylan parió el folk-rock sin dejar de señalar las injusticias. Almendra aún no había nacido, pero sus integrantes ya formaban parte de bandas prematuras: Los Sbirros (Molinari y Del Guercio) y Los Larkins (R. García). Spinetta se inició en Los Larkins pero, en un punto, tocaba en ambas bandas, lo que impulsó su unión. 

El eco de Dylan fue enorme. Tanto que cruzó el Atlántico. Allí alcanzó a los cuatro pelilargos más exitosos del momento: los Beatles. «Descubrieron que podían componer letras más allá del amor y el desamor; hacer música con un mensaje social y político», dice Llarena. De hecho, el mismo John Lennon, que se describía como un cantautor «camaleónico», admitió este influjo durante una entrevista con Playboy en 1980, mientras hablaba de la canción You’ve Got To Hide Your Love Away: «Ese soy yo en mi fase Dylan». Como Los Beatles movían masas y todas las bandas se inspiraban en ellos, la actitud contracultural en el rock se globalizó. 

En Argentina, este nuevo género que iba en contra de lo establecido llegó en 1963 con Los Gatos, aunque este grupo pionero se inclinaba más hacia el british beat, un subgénero bailable, pegajoso y con letras juveniles. Pero fue disruptivo y contracultural por el simple hecho de cantar rock en castellano. 

«CREO QUE TRANSFORMAMOS ALGO EN LA CONCIENCIA DE LAS PERSONAS. Y EN LA NUESTRA TAMBIÉN. PERO NO SÉ SI HEMOS CONTRIBUIDO A CAMBIAR EL MUNDO EN UN SENTIDO MUCHO MÁS PROFUNDO Y GLOBAL»
Emilio del Guerico

Al cabo de cuatro años, el barrio bonaerense de Bajo Belgrano observó la creación de una banda que luego la cultura popular austral canonizó: Almendra. En 1967, sus integrantes eran un grupo de amigos del instituto que comenzó a componer armonías elegantes con letras poéticas y comprometidas. Su mensaje transmitía esperanza a un país que desde 1930 entraba y salía de dictaduras militares. Almendra transgredió los límites de la música argentina porque era crítica, creativa y delicada. Con una ternura armónica y vocal, intentaba guiar a su público hacia el cuestionamiento social. Plegaria para un niño dormido, una canción de cuna para los niños que sufren, ilustra su esencia: «Que nadie, nadie despierte al niño / déjenlo que siga soñando felicidad / destruyendo trapos de lustrar / alejándose de todo mal…». Almendra representaba el deseo de justicia y alegría de la sociedad de la época. El pobre Fermín, un niño huérfano, lo personaliza: «Hoy, tus sueños, Fermín / saben a aserrín. / Giran y dan vueltas. / Hoy, tu tristeza al Sol / quiere ser real / aunque no lo creas».

Fotografía: Wikimedia Commons
Portada del disco Pappo's Blues volumen 1 (1971).

En las décadas de los setenta y los ochenta, bandas como Sui Generis, Manal, Pescado Rabioso y Pappo’s Blues, entre otras, se subieron al barco del rock subversivo. También destacaron figuras como la de León Gieco. Cada cual con su estilo —algunos inclinados hacia el hard rock y la psicodelia, otros hacia el folk bobdylanesco—, el propósito estaba claro: además de crear música excelente, querían influir en su audiencia de una forma más política. En 1974, Sui Generis (compuesta por Charly García y Nito Mestre) se tatuó esa premisa y grabó un disco que denunciaba la censura y la hipocresía del Estado, la Iglesia y el Ejército. «Si ellos son la patria, yo soy extranjero», corea García en Botas locas, un manifiesto antimilitar, al ritmo de un rock acústico. Durante esos tiempos se había creado un cuerpo especial para censurar cualquier tipo de expresión desestabilizante para el régimen. 

ALMENDRA ENTRA EN EL CANON

Almendra se separó en 1970. Su vida fue corta, pero sus canciones la volvieron inmortal. Cinco décadas después, Nuestro Tiempo mantuvo una conversación con Emilio del Guercio, bajista y corista de la banda, que sentenció: «El rock argentino es el tercero más importante, después del inglés y del norteamericano». El artista también destacó que buscaban despertar una mirada sensible: «Creo que transformamos algo en la conciencia de las personas. Y en la nuestra también. Pero no sé si hemos contribuido a cambiar el mundo en un sentido mucho más profundo y global».

A pesar de que el sonido eléctrico y el propósito social de la nueva música de la juventud sesentera viró el rumbo de la tradición, en algún punto se volvió parte del canon. Hoy Almendra y Bob Dylan están grabados en la memoria colectiva. Pero el rock de protesta nunca tuvo como impulso primario el éxito: «Los artistas de ese momento no perseguían la fama, sino que estaban obsesionados con tener una escalada artística y cultural. Su inquietud —indica Llarena— iba más allá de las ventas. El éxito se entendía como una consecuencia de haber hecho un buen disco».

EL AUGE DE LAS PLATAFORMAS DIGITALES HA DEMOCRATIZADO LA PRODUCCIÓN Y DIFUSIÓN Y LAS GRANDES DISQUERAS SE HAN CONVERTIDO EN MAGNATES DEL MARKETING.

Pero ¿qué ha sucedido medio siglo después para que muchas de las tendencias mainstream pivoten alrededor de asuntos banales y reciclen fórmulas? Lo que tienen en común Emilia Mernes y Duki, el segundo artista más escuchado en Spotify Argentina el año pasado, es que escriben acerca de las mismas cuestiones sobre ritmos planos y repetitivos. El tema La Original.mp3, de Mernes, acumula más de 260 millones de reproducciones. Una colaboración con la cantante argentina Tini que reitera sobre una base de electropop urbano: «Pero, cuando se apaga la TV, eh eh eh eh eh / se siente bien portarse mal, ah ah ah ah ah. / Nos vamo' a desconocer, / hoy vos vas a conocer / la versión original, ah ah ah ah ah».

Mernes ha admitido en varias ocasiones la influencia de iconos del pop dosmilero como Britney Spears y Christina Aguilera. Logró acercarse mucho a ese ideal mediante su estética glamorosa y futurista y sus letras seductoras. Durante una conversación en un espacio de X una modalidad que permite tener conversaciones de audio con los usuarios—, Mernes mostró su frustración ante las críticas que recibe por «expresar sensualidad» en sus canciones. En una entrevista con la revista Hola en 2022, también destacó su intención de empoderar a las mujeres. Estas inquietudes vibran sobre una fusión de reguetón, pop y toques de dancehall. Confianza, poder, diversión y sexo. Esos son los temas que Mernes suele tocar, al igual que muchos artistas contemporáneos del Cono Sur, como Nicki Nicole, María Becerra y Tini.

También Duki, rapero de nacimiento y reguetonero por ambición, canta sobre asuntos similares, y añade la droga como tema y como estética. Su canción más escuchada en Spotify es She Don't Give a Fo: supera los 560.000 millones de reproducciones. «Soy un yonqui loco por su coca», grita saturado de autotune. Duki nació en una familia trabajadora del barrio de Almagro, Buenos Aires. Nunca terminó el instituto y, antes de convertirse en cantante, trabajó en una farmacia y fue repartidor de comida. Empezó a cantar en las competencias de freestyle en El Quinto Escalón, una de las batallas de gallos más importantes de la Argentina. Según explicó el cantante en una rueda de prensa, el propósito de su música es impactar en los sentimientos de su audiencia a partir de sus experiencias personales. Su ejemplo también inspira a aquellos que, como él, empezaron abajo. Además, en una entrevista con La Nación en 2022, Duki manifestó no estar seguro de querer ser mainstream. Pero sí admitió que sabe cómo hacer un hit. 

Sin embargo, el éxito comercial ni siquiera entraba en los planes de Almendra. Llarena eleva el contraste con los músicos de hace cincuenta años, que abogaban por las preocupaciones del pueblo: «Ellos sabían que eran un altavoz y desarrollaban esa capacidad todo lo que podían». Entendían la música como una herramienta para el cambio profundo de la sociedad y eran exigentes con la calidad de su poesía. Del otro lado de la mecha, apunta que la tendencia actual a no arriesgar no se debe a menos inquietudes o menos talento, sino que responde a los mecanismos de la industria discográfica. El auge de las plataformas digitales ha democratizado la producción y difusión y las grandes disqueras se han convertido en magnates del marketing. El productor explica que este contexto hipercompetitivo hace que los artistas estén desesperados por llamar la atención y se ahoguen en estrategias —buscan apadrinamientos de empresas, engagement en redes sociales o contactos dentro de las discográficas— con el objetivo de conseguir más reproducciones. «Poco a poco se tiende a mermar el fin artístico para llegar a ser alguien», sentencia Llarena

«LOS ARTISTAS DE ESE MOMENTO NO PERSEGUÍAN LA FAMA, SINO QUE ESTABAN OBSESIONADOS CON TENER UNA ESCALADA ARTÍSTICA Y CULTURAL. EL ÉXITO SE ENTENDÍA COMO UNA CONSECUENCIA DE HABER HECHO UN BUEN DISCO»
Iñaki Llarena

No toda la escena argentina comulga con el funcionamiento del mercado algorítmico. Luego de saltar a la fama por su aparición en el Tiny Desk el año pasado, Ca7triel y Paco Amoroso —un dúo experimental que fusiona trap, hiphop, electrónica y pop— lanzaron un cortometraje musical llamado Papota. Es una historia hipotética en la que un productor les promete aún más éxito con una condición: que transformen su esencia. Durante dieciséis minutos y cuatro canciones nuevas, crean un aura bailable y una atmósfera moderna para satirizar sobre la industria:  «Si quieres ser alguien, no puedes ser tú», corean

Hace cincuenta años era inimaginable que el éxito fuera la punta de la pirámide. Llarena señala que, en los sesenta, cuando un músico firmaba un contrato, trabajaba con un productor artístico que trasladaba su voz a la radio y a la televisión. Aunque se tratara de un negocio, el concepto era distinto, ya que, según Llarena, hoy rige la lógica de las reproducciones en Spotify. «Nosotros expresábamos todo lo que podíamos con la mayor honestidad posible. No sabíamos que íbamos a tener tanta trascendencia como artistas, pero sí éramos conscientes de que debíamos hacer algo de gran calidad», explica Del Guercio. 

Llarena cree que los músicos en la actualidad no pueden permitirse el riesgo de lanzar algo al mercado y que no funcione. Probablemente, la expresión más radical de la música como negocio sea el k-pop, la música popular coreana. La imagen de sus idols, la estética que adoptan y sus interacciones con el público son resultado de un estudio intensivo de las tendencias globales. Las grandes productoras que los reclutan los entrenan para ser exitosos. Cotizables. Muchos aspectos de su vida tienen ese propósito. 

Abril de 1998, Buenos Aires. Luis Alberto Spinetta se sienta con su guitarra de nuevo en una carpa blanca frente al Congreso de la Nación en el primer aniversario de una huelga de los docentes de la escuela pública que duró 1.003 días. Spinetta y otros trece artistas habían exigido, en diciembre, más fondos para la escuela. Cuatro meses después volvió al mismo escenario. Vestido con guardapolvo blanco, uniforme de la escuela pública argentina, y con un cartel colgando en el cuello que sentenciaba: «Hoy somos todos docentes», entonó Barro tal vez frente a miles de profesores y alumnos. En ese pasado no tan lejano, los artistas no dudaban en representar las inquietudes del pueblo. No era necesario preguntar. Tenían una inquietud visceral. Mernes se hubiera asustado. 

Emilio del Guercio, bajista Y FUNDADOR de Almendra: «Queríamos elevar el nivel de la audiencia. Y el nuestro»

 

¿Almendra representa la contracultura? 

Nuestra propuesta estaba en sintonía con el resto del mundo. El rock argentino inauguró ese modo de rock cantado en castellano. Nuestra inspiración no era solamente Los Beatles, sino que estaba conectada con el folclore argentino, con Astor Piazzolla, con el jazz y con la música clásica. De ese menú nosotros hicimos un lenguaje propio. 

¿Pensaban que sus canciones cambiarían el mundo?

En algún momento jugueteamos con eso. Estábamos en los años sesenta: la juventud del mundo intentaba cambiarlo. Las fórmulas que creímos más acordes para hacerlo eran la música y las canciones. Pero no en un sentido evangelizador; creíamos que podíamos sensibilizar a la sociedad al hacer un aporte con una mirada más humana, más sensible. 

A primera vista sus letras no parecen de protesta. 

Nunca quisimos escribir letras panfletarias. Nuestro cuestionamiento también se combinaba con la literatura de escritores latinoamericanos que leíamos mucho, como Cortázar. Las letras estaban en contacto con el boom, aunque eran más sencillas y estaban aplicadas de una manera más resumida a un segmento de tiempo, a una canción.

¿El doble sentido y el lenguaje poético de las canciones era un recurso estético?

No. Nosotros usábamos el lenguaje poético porque creíamos que era una herramienta poderosa e importante. Tenía el propósito de generar cambios, no solo en nosotros, sino también en la audiencia. El fin era salir de la vulgaridad de la música facilista y de las canciones extremadamente sencillas de esa época. No queríamos subestimar a la gente. Queríamos elevar el nivel de la audiencia. Y el nuestro.

¿Cuál pensás que es el propósito de la música?

Creo que es una gran metáfora del alma humana. Es una alegoría del transcurrir de la vida. La música tiene un principio y un final como lo tiene la vida. Tiene sucesos que son los sonidos o los silencios y en esos sucesos está representada de alguna manera la existencia humana. También representa la idea de que el ser humano es un ser espiritual. A pesar de que vive una vida doméstica y física, sabe que hay algo espiritual en su interior. La música ha surgido por esa necesidad desde hace milenios. 

 

En el programa Cómo hice, Luis Alberto Spinetta te dice: «No te olvides que lo nuestro es decorativo, Emilio». ¿Estás de acuerdo?
De alguna manera Luis tiene razón. No en el sentido decorativo como si te estuvieras colgando una corbata del cuello. Pero tampoco podemos sacralizar nuestra música. Nosotros teníamos ese deseo de cambiar el mundo. Sin embargo, creo que no hay que pasarse de rosca y creer que uno es el ejecutor de alguna señal divina.

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