Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

En busca de la aurora boreal

Jan Erik Braune [Med 22]

Cuando se graduó, Jan Erik Braune [Med 22] se lanzó a cruzar Europa en coche con su padre con destino a Lærdal, un pequeño pueblo escandinavo donde esperaba cumplir tres sueños: ejercer la medicina, vivir en la Noruega de sus abuelos y ver, por fin, una aurora boreal.


Lærdal [Noruega]. Al poco de nacer en Bilbao, de donde procede mi madre, ella y mi padre, que es noruego, me llevaron a Pamplona, donde he vivido hasta hace pocos meses. Si bien mis aspiraciones profesionales variaron un poco durante mi infancia y adolescencia —de médico pasé a querer ser policía, de policía a psicólogo, de psicólogo a cocinero, y de cocinero otra vez a médico—, mi deseo de vivir en Noruega siempre fue una constante. Hoy celebro que se ha cumplido. 

Como médico recién salido de la facultad me parecía una misión imposible. Por miedo al fracaso, o al menos a las dificultades, fui posponiendo la decisión. A pesar de que dos meses después de graduarme ya tenía mi título homologado y la licencia para ejercer en Noruega, me preparé para el MIR, la prueba que han de superar los médicos que quieren especializarse en España, porque pensaba que no sería capaz de adaptarme a un cambio tan grande. 

No fue hasta diciembre de 2022, a mes y medio del examen, cuando decidí que mi futuro estaba en Escandinavia. Dejé de lado el MIR y comencé a explorar ofertas de trabajo y a hacer cursos sobre la práctica médica en Noruega. Me ilusionó ver que quizás no fuera un sistema sanitario tan distinto al nuestro. Con sus cosas mejores y peores, descubrí que me podía sentir cómodo en él porque también se basa en la atención primaria. Por eso me lancé a la aventura y mandé el currículum a un par de sitios. 

 

En Suecia con su padre, pocos kilómetros antes de llegar a su destino final.
 

 

Para mi sorpresa, al cabo de unas semanas recibí un correo de la directora del departamento de Medicina y Cirugía Ortopédica del hospital de Lærdal. Nos reunimos a través de Teams la mañana del 10 de enero. Puede sonar a broma, pero mi mayor temor durante la conversación era tener que pronunciar su nombre: Hrafnhildur. Ella es islandesa, y esa combinación de consonantes se le hace extraña hasta a un noruego. La cita salió rodada y presentí que el puesto sería para mí. 

Aunque mis viajes al norte habían sido numerosos, nunca puse rumbo a Noruega sin un plan de regreso. Desde pequeño fui como mínimo tres veces al año a visitar a mi familia, por lo general en Navidad, Semana Santa y julio y agosto. Desde los trece estuve trabajando allá durante los veranos, y en la vuelta al instituto siempre se comentaba lo poco moreno que me había puesto. 

El 17 de febrero, con mi vida apretujada en el coche, me despedí de mi familia y conduje hacia la Estrella Polar, con mi padre de copiloto. Tras rodar por las amplias carreteras francesas, por las veloces autobahn alemanas y cruzar el puente de Øresund, que une Dinamarca con Suecia, dos días después puse pie en territorio noruego. 

Pero no podía cantar victoria aún. Siete horas de asfalto y puertos de montaña helados me separaban de Lærdal, un valle inmerso entre fiordos con algo más de dos mil habitantes. Al parecer, es uno de los municipios más secos de Noruega, con índices de precipitación anual similares a los de Alicante o Palma de Mallorca. Sin duda, un buen reclamo para atraer a un pamplonica. Al final, las ruedas de nieve que le había colocado al coche justo antes de partir cumplieron su función. 

El lunes 20 de febrero recogí las llaves de mi nueva casa. Al poco de instalarme, me acerqué al hospital y me reuní con Hrafnhildur. Me quedé como un pasmarote cuando me dijo que el 22 comenzaba con tres días de formación en Førde, ciudad en la que se encuentra el hospital de referencia del que depende el de Lærdal, a tres horas en coche. A mitad de camino entre Lærdal y Førde dejé a mi padre en el aeropuerto de Sogndal. Fin a la aventura de padre e hijo sobre ruedas. 

En el trabajo me sentí como en el primer día de universidad: veintiún pollitos que no se conocen entre ellos, perdidos por su nuevo corral, que siguen al dedillo las indicaciones de los más veteranos. A pesar de tantas novedades —idioma, personas, costumbres—, jamás me hubiese imaginado que tendría un aterrizaje tan suave. Mi recelo a enfrentarme a la práctica médica se pasó casi sin haber empezado. La cantidad de seminarios y talleres recibidos, y que me permitieran rotar unos días con otros compañeros en las guardias, me dieron seguridad. En uno de los primeros talleres, sobre simulación de un paciente crítico, no me presenté voluntario por miedo a no saber expresarme, y ahora soy yo el que promueve las simulaciones en el hospital. 

Es un centro comarcal pequeño, con menos de cuarenta camas. Nos hacemos cargo de Urgencias, de Medicina Interna y de Traumatología. Por las mañanas, entre dos médicos adjuntos y dos residentes, llevamos la planta de Medicina Interna. Por las tardes, noches y fines de semana, el residente de guardia se queda solo para atender las emergencias. El médico especialista, que está de guardia localizada, nos supervisa y ayuda por teléfono, y acude si es necesario. Según dicen, este es uno de los centros del país en el que los residentes contamos con mayor autonomía.

Da respeto pensar que eres el único médico presente. Sin embargo, conforme te habitúas, te das cuenta de que la preparación recibida en la Universidad de Navarra da sus frutos. Las habilidades de comunicación y trabajo en equipo, indispensables para coordinarse con las enfermeras, y los cientos de horas de simulación para enfrentarnos a situaciones críticas son algunas de las destrezas que más agradezco. Además, mi experiencia como técnico de ambulancias en Cruz Roja y en Ambulancias Baztán Bidasoa me ha ayudado a adaptarme. La medicina prehospitalaria requiere tomar decisiones de manera rápida y autónoma, y por suerte pude entrenar esta capacidad durante varios años en la Cruz Roja, institución a la que he dedicado mucho tiempo y una gran pasión. Antes de que pasara una semana de mi llegada a Lærdal ya me había hecho voluntario. ¡Me ha tocado evacuar a un paciente en moto de nieve y prepararme para búsquedas en avalanchas!

 

Ver las luces danzarinas era un sueño que Jan Erik ha podido cumplir.

 

UN EQUIPO DE TRIVIAL

Fuera del trabajo, los noruegos son muy de tradiciones. Por ejemplo, en Navidad se reproducen las mismas películas año tras año. En Pascua todo el mundo va a su cabaña —no eres cien por cien noruego si no tienes una cabaña— y ven películas y series sobre crímenes y leen novela negra

Otro clásico acontecimiento social son los quiz, que vienen a ser como los trivial que conocemos en España. Múltiples locales hosteleros en todo el país organizan cada semana su quiz. En mi pueblo, el evento se desarrolla en el Lærdal Motor Hotel, cuya temática es la automoción y cuyo atrezzo incluye desde pósters con pilotos de Fórmula 1, hasta mesas sobre piezas de motor. Como buen terreno rural, las preguntas varían desde el nombre de la oveja que parió en determinada granja la semana pasada hasta cuestiones de actualidad o acontecimientos históricos. Mi equipo lo formamos Dagur —islandés—, Marlon —neozelandés—, Timeea —rumana— y yo. Quedamos los últimos, pero el buen rato de risas no nos lo quita nadie. 

Una espina que tenía clavada era la de no haber visto nunca  auroras boreales. Hasta subí en una ocasión a Tromsø, «la París del norte», en plena temporada de auroras… y durante toda mi estancia las nubes ocultaron este fenómeno mágico. Pero en mi tercera noche en Lærdal, Aurora vino a visitarme y me dejó marcado con su belleza. Había leído que las predicciones eran favorables, por lo que conduje hasta un punto cerca del río con oscuridad plena. A las ocho de la tarde los termómetros marcaban quince grados bajo cero. Al cabo de un rato, comenzó a intuirse una neblina verde sobre el cielo, que se iba haciendo más grande. Nada comparable con las fotos de internet, pero estuve observando dos horas. Cuando mi cuerpo ya no aguantaba más la hipotermia, decidí volver a casa. Después de aparcar, miré al cielo. Una danza de luces bailaba por encima de mi cabeza.  

 

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Categorías: Internacional, Salud, Alumni