Fotografía: Ahmed Ibrahim / Zuma Press / ContactoPhoto

La foto está tomada desde la ventana de una panadería de Gaza el 22 de mayo, después de doce semanas de bloqueo. Las manos buscan el pan con desesperación.

Uno puede ponderar tecnicismos —por ejemplo, si el término genocidio se ajusta con precisión jurídica a la matanza perpetrada por Netanyahu— o ponerse maquiavélico y explicar que es la única manera de acabar con Hamás. Frente a las disquisiciones bizantinas se levanta, como un cíclope, el hambre. El cuerpo no entiende de geopolítica. Matar de hambre es el asesinato más cruel. 122 personas habían muerto así al cierre de esta edición, cuando Israel anunció una «pausa táctica» diaria para la distribución de ayuda humanitaria. Antes de utilizar la inanición como arma de guerra, los otros números ya mostraban el horror. La ONU admite la cifra de muertos del Ministerio de Salud de Gaza: 59 800, de entre un día y 97 años de edad. Han acabado con al menos 94 académicos y 408 trabajadores humanitarios de la ONU hasta abril, y 186 periodistas hasta el mes de julio. La OMS ha contado 735 ataques contra centros de salud, con un saldo de 917 muertos y más de 1400 heridos. El 90 por ciento de la población ha sufrido desplazamientos forzados. Pero eso son tecnicismos. El hambre no miente.

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