Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

Posdoc en tiempos de pandemia

Texto: Pedro de la Rosa Fernández-Pacheco [Med 11 PhD 20]

Tras un año de teletrabajo desde Pamplona, Pedro de la Rosa completa en Harvard sus estudios posdoctorales sobre salud mental en adolescentes.


CAMBRIDGE [EE. UU.]. Según un dicho inglés, «las primeras impresiones importan mucho». Pues, si tuviera que resumir en pocas palabras mi estancia en Harvard hasta ahora, escogería tres: frío, ómicron y amigos.

Hay fríos… y fríos. Aunque nací y viví en Ciudad Real y estudié la carrera en Pamplona, he tenido que llegar a Cambridge para aprender a defenderme de varias semanas con nieve por todos los lados y temperaturas medias de -6 ºC. Pero lo mejor es que nadie se inmuta; hay mucha experiencia y la vida no se detiene en absoluto. Basta con abrigarse, forrarse de arriba abajo, y practicar un verbo que yo desconocía: palear, dar paladas. Cada vecino se responsabiliza de su casa, y las autoridades de las calles y avenidas. Por eso, y porque vivo en una residencia al lado del campus, durante las nevadas he podido caminar hasta mi laboratorio y no interrumpir mi investigación sobre la relación entre salud pública y felicidad.


—El invierno estaba llegando.  En el campus de Harvard, antes de que la nieve cubriera todo, frente a la Widener Library.

El que sí es capaz de bloquear las rutinas de Harvard es el covid. De hecho, durante el curso 2020-21 no hubo clases presenciales y eso hizo que la primera parte de mi etapa americana fuera «en remoto» desde Pamplona, con reuniones semanales por Zoom hasta el 29 de septiembre de 2021, cuando llegué al campus. Reconozco que me ha llamado mucho la atención lo tajantes que han sido en Harvard respecto al virus, con medidas que no me imagino en España: todos los alumnos y trabajadores deben estar vacunados y, semanalmente, tenemos que hacernos pruebas PCR; cada uno recoge su propia muestra, la introduce en un tubo con su nombre y, al día siguiente, conoce el resultado. Además, en enero, ante la escalada de ómicron, se cerró la universidad. En España todo esto sería más polémico; pero aquí nadie se plantea otra opción aunque, por supuesto, sabemos que hay miles de personas antivacunas en el país.

Ante tantas complicaciones la solución han sido los amigos. Gracias a ellos he ampliado algo mis gustos. Quienes me conocen desde siempre me dicen que soy un poco friki. Yo creo que todos somos algo frikis, aunque es verdad que me gustan los juegos de mesa y en línea, las películas anime y manga y otros hobbies similares.

Pero me he sorprendido a mí mismo haciendo dos actividades que no conocía. A través de una lista de correo electrónico que se llama Iberian he contactado con varios españoles que viven en la zona y ahí me tenéis con mi amigo Gerard jugando al ultimate frisbee, una especie de fútbol que no usa balón sino uno de esos discos de plástico que se pasan en las playas. Y también me he aficionado a observar pájaros después de mi visita al Arboretum, un museo de árboles que este año celebra su 150 aniversario y que cuenta con una cantidad y variedad de aves impresionante. Además, los Reyes (o, en su nombre, Santa Claus) me trajeron una cámara de fotos, así que me puse en marcha. Ahora soy capaz de distinguir las distintas especies propias de New England por sus colores característicos: cardenales rojos, charas azules o zorzales americanos naranjas, por ejemplo.

Cuando le conté esto a mi hermano Javier [Bqm 10 PhD 16], que vive en Nueva York mientras hace un posdoc en inmunoterapia en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center y se acercó a verme en noviembre, no me creyó a la primera. Javier y yo somos gemelos y, aunque suene a tópico, coincidimos mucho en nuestros gustos. No es que tengamos telepatía, como algunos dicen sobre los gemelos, pero es verdad que estamos muy en contacto y acabamos teniendo la cabeza en proyectos o ideas parecidas; intercambiamos libros, títulos de series, juegos... Con mis nuevas aficiones logré sorprenderle.


—Quién es quién.  Javier, el gemelo de Pedro, realiza un posdoc en Nueva York. En la foto, en una excursión en los alrededores de Boston el pasado otoño.

LA TIERRA PROMETIDA

Llegar a Cambridge costó lo suyo. Desde los últimos meses de mi tesis, que realicé en el Instituto Cultura y Sociedad (ICS) y defendí en junio de 2020, mi director, Jokin de Irala, me ayudó a contactar con el que después ha sido el jefe de mi departamento en Harvard: Tyler Vanderweele. La aceptación en el departamento no resultaba fácil; lo he comprobado ahora que estoy aquí y me consta que se han convocado dos plazas para quinientos solicitantes. Una vez dado ese paso, necesitaba conseguir una beca, que llegó del Colegio de Médicos de Navarra y de la Fundación Ciudadanía y Valores.

El equipo de Tyler se llama The Human Flourishing Program. Está compuesto por investigadores de distintas áreas —epidemiología, sociología, psicología, filosofía, historia, teología, etcétera— y estudia y promueve el human flourishing (florecimiento o prosperidad humanos). El flourishing es el estado de una persona con un nivel pleno de felicidad. El enfoque de Tyler no se limita a la dimensión física o mental sino que abarca también el sentido de la vida, los vínculos interpersonales o el carácter. Como todos esos aspectos se relacionan con la salud en cierto modo, siento que juego en casa cuando trabajo con ellos porque yo provenía de la investigación de los efectos de las adicciones de adolescentes: principalmente consumo de sustancias tóxicas. Lo que más me emociona es participar en el inicio del proyecto  Global Flourising Study. Para este trabajo, mi departamento se ha asociado con la Universidad de Baylor (Texas) y la consultora Gallup con el objetivo de analizar los determinantes del flourishing y sus efectos en veintidós países de los cinco continentes, España incluida. En pocos años, esta iniciativa dará mucho de lo que hablar.


—El Human Flourishing Program. En la oficina, con casi todos los miembros del departamento. El director, Tyler Vanderweele, es el primero por la izquierda.

Tyler es una referencia mundial en el ámbito de la epidemiología y resulta estimulante emplear la estadística para investigar aspectos tan abstractos para un científico como el amor o la felicidad y demostrar asociaciones causales sin la necesidad de un ensayo clínico. Por eso el sistema desarrollado por Tyler tiene potencial para dar un vuelco a la investigación en nuestro campo. En mi caso, estoy analizando las consecuencias del uso de internet en la salud mental y física, las relaciones sociales y el carácter de las personas.

Asistir a las reuniones como un investigador más y ver cómo nace una iniciativa de tal magnitud es una ocasión única. Se respira entusiasmo, algo que me perdía durante el año en que mi contacto con el grupo solo era digital.


—Multiusos. La sala de conferencias sirve para reuniones de grupo, tomar el lunch o recibir ponencias de invitados de alto nivel académico.

Por lo demás, varios detalles de la vida en Harvard que me recuerdan a mi alma mater: sobre todo, el buen ambiente de equipo y los lunches del departamento. Trabajamos catorce personas de procedencias muy distintas —incluidos países como Turquía, China y Australia— y nos entendemos muy bien. También se nota que nos apoyamos ante los horarios exigentes y los temidos deadlines, como ahora que ando cerrando cinco o seis artículos.

El campus está lleno de lugares de encuentro con sillas de colores al aire libre, como en Navarra, y es frecuente ver alumnos sentados trabajando con sus portátiles o charlando cuando el clima lo permite. Creo que son sobre todo de primeros cursos, que tienen obligación de vivir en las houses de la universidad. Lo de la edad llama la atención, porque de los 22 000 alumnos de Harvard, 15 000 somos de posgrado.

Estoy muy contento de estar aquí. Esta universidad se fundó en 1625 y tiene entre sus antiguos alumnos y profesores 161 premios Nobel, ocho presidentes de Estados Unidos y un centenar de medallistas olímpicos. Me costó llegar, pero sé que piso un lugar extraordinario, que espero exprimir a fondo hasta mi regreso.  


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