Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Una pasión hecha profesión

Texto y fotografía Tomás Trigo [Pedg 13 Mag 14] y Ana Eva Fraile [Com 99]

En agosto de 2014 Tomás Trigo González [Pedg 13 Mag 14] aterrizó en Manila para aprender inglés. En la maleta llevaba dos pares de guantes de portero para practicar su gran afición: el fútbol. Dos meses después debutó con la selección absoluta de Filipinas.


The Fort [Filipinas]. Siempre he imaginado mi futuro profesional como un gran portón con tres candados: en mi mano tengo las dos primeras llaves —los títulos en Pedagogía y Magisterio—, pero me faltaba conseguir la última, la que abre todas las puertas: el inglés. Creo que, en el ámbito educativo, se exagera el peso de este idioma, pero quiero obtener el título C1 para estar lo mejor preparado posible. He conocido a profesores que, a pesar de haber estudiado varias carreras y másteres, lo hubieran cambiado todo por el inglés. Por eso, cuando el verano de 2014 me vi en la encrucijada de aceptar un contrato en un colegio de Pamplona o irme al extranjero para mejorar mi inglés pensé «ahora o nunca». 

El destino lo tenía claro: Manila. Mi madre nació en Filipinas y conocía la ciudad porque pasamos algunos veranos allí. La familia De Lange, primos de mi madre, me acogió en su casa durante casi un año y les estoy muy agradecido. Ellos me pusieron en contacto con el centro PAREF Southridge School, donde empecé a colaborar como profesor asistente de Educación Primaria. Además, participé en el programa de mentoring para estudiantes y docentes. Me llamó la atención, por ejemplo, que me designaran como mentor de un profesor con siete años de experiencia.

Mi plan inicial era aprender inglés y trabajar, pero no tardó en añadirse un nuevo ingrediente: el fútbol. Desde pequeño he disfrutado practicando cualquier deporte, pero mi lugar preferido estaba entre los tres palos. En la Universidad fui el portero del equipo de Regional Preferente, así que cuando mi amigo Pablo Argüelles [Com 13], que también vive en Filipinas, me invitó a hacer una prueba en el Socceroo —un equipo profesional filipino—, no lo dudé.

Lo que nunca podía esperar es lo que sucedió después de que me ficharan. Apenas habían pasado dos meses cuando recibí la llamada de Thomas Dooley, seleccionador de Filipinas. «Me han dicho que no eres malo, encima eres filipino y quiero verte jugar», me comentó. Me pidió que preparara el equipaje porque me esperaba en Doha (Qatar), donde iban a celebrarse unos partidos amistosos. Esa sería mi prueba. La idea de dedicarme de manera profesional a este deporte me ilusionó y trabajé muy duro durante toda la concentración. Al finalizar, el entrenador me confesó que no sabía qué hacer. Recuerdo sus palabras: «Solo hace unos días que te conozco, pero nos gustas y te vas a quedar». Me convocaron para disputar la Copa Suzuki, y cada vez que vuelven a confiar en mí es un regalo. Compartir vestuario con jugadores de la Segunda División inglesa o alemana es una experiencia única. Estoy aprendiendo muchísimo. De fútbol y también de inglés, porque es un grupo multicultural —británicos, alemanes, italianos...— y me viene bien para «entrenar» el oído.

Tras debutar con la absoluta de Filipinas, una de las estrellas de la selección me propuso jugar en su equipo, el Loyola Meralco Sparks. Antes de decidirme, conté con la opinión que más me importaba: la de mi padre. Siguiendo su consejo, me lancé a aprovechar esta nueva oportunidad. Así, pasé detener un contrato amateur a formar parte de un equipo de Primera División. Desde ese momento, mi vida cambió por completo: perfeccionar el inglés aún era mi objetivo prioritario, pero el fútbol se convirtió en mi profesión. 

Antes de que amanezca

Enrolarme en el Loyola Meralco Sparks supuso una mudanza. Dejé atrás la polución y el agobiante tráfico de Manila para trasladarme a The Fort, una localidad tranquila y con un estilo europeo. El nivel de vida aquí no es muy caro; lo que yo pago por una casa solo para mí es lo que le cobran a una persona por una habitación en un piso de estudiantes en España.

Mi rutina diaria es bastante exigente. Me levanto a las cuatro y media de la mañana para llegar con puntualidad al entrenamiento, que comienza a las seis. Al terminar, sobre las ocho, vuelvo a casa para desayunar y reponer fuerzas. Luego dedico dos horas a una sesión de gimnasio. De una a ocho de la tarde voy a una academia donde estudio inglés e imparto clases de español.

Es un ritmo de trabajo intenso, pero estoy muy contento porque mis compañeros son estupendos. Nos llevamos muy bien. Sobre el terreno de juego, hay competitividad sana, un espíritu puramente deportivo. Y fuera del campo hacemos planes juntos: somos como una pequeña familia. Juan Luis Guirado, hispanofilipino nacido en Málaga, con quien coincido en la selección, es uno de mis mejores amigos. Me ha ayudado mucho. 

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