Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Bajo el cielo de Valdebebas

Texto Redacción NT, Fotografía Santi G. Barros [Com 13] y Oficina de Información Opus Dei

Álvaro del Portillo nació en Madrid en 1914. Tercero de siete hermanos, conoció a san Josemaría en el verano de 1935. Álvaro era entonces un universitario, pero ese encuentro cambió su vida. El pasado 27 de septiembre, también en Madrid, la Iglesia lo declaró beato.


El 5 de julio de 2013, el Santo Padre Francisco aprobó el decreto de beatificación de Álvaro del Portillo. La fecha y lugar se supieron unos meses más tarde: Madrid, 27 de septiembre de 2014. Entonces parecía una fecha lejana, pero «el tiempo huye»... a la velocidad del rayo.

Así que llegó el día: sábado, 27 de septiembre. Miles de personas pusieron el despertador para acudir a la cita. Desayunos generosos para afrontar una larga jornada. Lanzaderas. Autobuses. Metro. Incluso alguna moto... Bienvenidos a Valdebebas. Una gran plataforma, blanco y albero, surge del asfalto. Al fondo, el altar, donde la caligrafía del nuevo beato recoge en tamaño xxl un deseo: Regnare Christum volumus! «Queremos que Cristo reine». Se trataba del lema episcopal de Álvaro del Portillo, prelado del Opus Dei desde 1982 hasta su fallecimiento en 1994.

Los que lo conocieron coinciden en recordarlo como un hombre amable y humilde. Durante cuatro décadas acompañó al fundador del Opus Dei, siempre en segundo plano, alejado de cualquier protagonismo.

Una anécdota de 1975 resume su carácter y su visión sobrenatural. Sucedió en Roma el 15 de septiembre, día en el que había sido elegido primer sucesor de Josemaría Escrivá de Balaguer.

Poco antes de la una de la tarde, don Álvaro bajó a la cripta de Santa María de la Paz para visitar, por primera vez desde su elección, la tumba de san Josemaría. Al entrar, los que allí estaban se pusieron de pie, respetuosamente. Álvaro del Portillo les señaló la sepultura con un gesto tímido, se arrodilló, besó la losa, y añadió sonriendo con los ojos: «Donde hay patrón, no manda marinero. Y el patrón está ahí. Pedidle que sea él quien dirija la Obra desde el Cielo, y que sus sucesores sean solamente instrumentos suyos, y nada más».

 

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