Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Cuando el cine es un diálogo entre amigos

José Luis Garci y Eduardo Torres-Dulce avivaron un coloquio en el Museo Universidad de Navarra en el que conversaron sobre adaptaciones literarias, rodajes y el futuro del cine.


El cineasta José Luis Garci (Madrid, 1944) y el crítico, fiscal y profesor Eduardo Torres-Dulce (Madrid, 1950) se conocieron a finales de los ochenta en Madrid. Ya habían coincidido en algunas ocasiones, pero no fue hasta que el crítico medió para que un amigo pudiera entrevistar al realizador cuando se hicieron amigos. Aquella cita los reunió en la productora de Garci, en la madrileña calle Barquillo. Una intensa conversación sobre cine marcó el inicio de una amistad que les ha llevado a compartir platós de televisión, tertulias, reuniones familiares, un proyecto editorial bautizado Hatari Books y, el 22 de marzo, un coloquio en el teatro del Museo Universidad de Navarra.

En el encuentro, titulado «¿Por qué maridan tan bien, entre nosotros, la literatura y el cine más castizos?», reflexionaron sobre su pasión por el séptimo arte. «Soy aficionado al cine, más que cinéfilo. Cuando yo era chaval no existía la cinefilia. Mi madre no decía: “Te voy a presentar a mi hijo, que es cinéfilo”», apuntó Garci, ganador de un Óscar por Volver a empezar. La charla, moderada por Rafael Llano, director artístico de Programas Públicos del Museo, se enmarcó dentro del ciclo Cartografías de la Música, que este año ha puesto el acento en el Grupo de los Ocho, especialmente en la figura del compositor navarro Fernando Remacha. Este artista estuvo muy vinculado al cine a través de Luis Buñuel, con quien trabajó en algunas de las primeras bandas sonoras españolas, en los años treinta del siglo pasado. 

Precisamente con Buñuel, que adaptó, al igual que Garci, varias obras de Benito Pérez Galdós, abrieron esta tertulia cómplice y cercana que compartieron con más de doscientos asistentes. Según el realizador, «la literatura es un buen campo para hacer películas, sobre todo el teatro, porque está muy bien construido. La Tristana de Buñuel es un ejemplo magnífico. Lo que tú sientes cuando lees la novela se cuenta perfectamente en imágenes: la ambientación, los cafés que había entonces, el lugar donde dejaban las servilletas o el paraguas, los pisos de techos altos… Tienes la sensación de que estás leyendo a Galdós». Por su parte, Torres-Dulce subrayó el reto que implica llevar una obra literaria a la pantalla y elogió las películas Sangre de mayo y El abuelo de Garci: «Lograste transmitir la calidad del diálogo, el tono, el estilo y el sentido del uso del lenguaje de Galdós para los personajes. Es Galdós y no lo es: es José Luis Garci. Y ahí está la riqueza». 

El crítico apuntó otras dos obras que, pese a su dificultad, alcanzaron un resultado extraordinario en el celuloide: El gatopardo de Giuseppe di Lampedusa, trasladada al cine por Luchino Visconti, y La edad de la inocencia, filme de Martin Scorsese basado en la novela homónima de Edith Wharton. «Son dos novelas muy complejas, enormes en trama y personajes, que fueron capaces de transformar». Y frente a los proyectos sobresalientes, también conversaron sobre los fracasos, cajón en el que metieron la adaptación de Clint Eastwood de la novela de Peter Viertel Corazón negro, corazón blanco. Incluso hubo tiempo para comentar alguna asignatura pendiente de Garci: El hereje de Miguel Delibes y La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón.

 

EN EL RODAJE, COMO EN CASA

 Y de la escritura de guiones adaptados, que para Garci «es como traducir», la charla les introdujo en los de rodajes. «Un guion son los planos de un edificio. Al llegar al rodaje, ya conoces el lugar, qué días se rueda, el vestuario y los peinados de los actores… Entonces puedes improvisar. Si el guion es bueno, encaja todo perfecto. Como decía Billy Wilder, una vez que lo has terminado, ya está la película. Es como contar un chiste con éxito», explicó el cineasta. Sobre esa improvisación, Torres-Dulce recordó el desenlace de uno de sus filmes más celebrados, Con faldas y a lo loco: «Wilder e I. A. L. Diamond buscaban cerrar el guion de una forma brillante. Dejaron de escribir, confiando en que se les ocurriría algo durante el rodaje. Y resulta que es uno de esos finales prodigiosos, como el de Casablanca. En esta película, sí sabían cómo terminaba, pero no cómo resolverlo. De camino al estudio, pararon en un semáforo y surgió su mítico final». En este sentido, Garci señaló que «lo inesperado es el verdadero toque de talento».

Su última película, El crack 3, se estrenará en septiembre, y durante el rodaje Garci ya comenzó a pensar en otro argumento: «A mi edad [75 años] estaban jubilados todos los de Hollywood. Si hay posibilidades, y me sigo encontrando bien físicamente y con entusiasmo, me gustaría hacer otra. Pero, si no, tampoco me voy a disgustar».

Lo que sí está claro es que ambos con-tinuarán disfrutando de las buenas películas, esas que «no puedes dejar de ver», como Lawrence de Arabia, e incluso de algunas series. De hecho, Garci confesó que se enganchó a la primera temporada de True Detective, aunque Juego de tronos le provoca «pereza»; mientras que Torres-Dulce, poco aficionado a las sagas, admitió ser fan de los batman de Tim Burton y Christopher Nolan. Pero en lugar de parapetarse en la nostalgia, miraron hacia delante. Garci no titubeó: «Todos los antes tienen cosas estupendas. Hay que incorporar al futuro, que ya ha llegado, lo bueno del pasado, y guardarlo. Tienen que convivir. El cine acabará en los museos, lugar para el séptimo arte, y también estará en casa, naturalmente».