Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Están locos estos romanos

Texto Classic Motorcycles  Alumni Chapter Fotografía Archivo CMAC

Todos los caminos llevan a Roma y cualquier medio sirve de transporte. A pie, a caballo, en cuádriga o en carreta. En bicicleta, coche, barco y tren. También en avión. Y por supuesto en moto.


“Sono pazzi questi romani” (SPQR). “Están locos estos romanos”, decía el bonachón Obélix en sus aventuras por el viejo Imperio. 

Algo de esa locura se trasmite a los que visitan Roma, ciudad eterna y caótica. En ocasiones, además, se vuelve de la capital italiana con la locura inoculada. Eso ocurrió con un grupo de graduados cuando decidió hacer el Camino de Santiago en moto… desde Roma. 

Como otras muchas conspiraciones universitarias, todo comenzó en Faustino, refugio de idealistas y escenario de amores. Por ejemplo, el amor a las dos ruedas y el asfalto. “¿Por qué no vamos a Roma en moto?”, interrogó un viejo ex-residente de Belagua, colegio mayor y sin embargo amigo. “¿Roma? ¿A qué?”. “A hacer el Camino de Santiago. Nunca lo hemos hecho desde allí”. Las caras de sorpresa pronto se convirtieron en ideas absurdas y estas en planes fantásticos. Sé realista, vive lo imposible.

Entonces surgieron las diferencias. Unos querían ir por la Costa (Azul) y otros por los Alpes (verdes). Unos apostaban por dormir en saco, otros con sábanas. Unos y otros, en fin, querían llegar a Roma, aunque fuese en barco. ¿En barco? “Sí, hombre”. “Salimos de Barcelona y desembarcamos en Civitavecchia, vamos a San Pedro y volvemos en moto”.
Los 2.400 kilómetros que separan El Vaticano de Pamplona resultaron escasos. Así que al final decidieron ir a Roma en moto para tomar la salida. Pura bilbainada aunque ninguno fuese de Bilbao.

Tras muchos preparativos (alforjas, ruedas nuevas, tiendas de campaña, latas de atún y buen humor) todo comenzó el sábado 3 de agosto. Poco a poco fueron llegando con sus monturas listas pero, la verdad, aquello parecía el ejército de Pancho Villa. Las cilindradas iban de los 300 a los 1.200 cc. Las edades de los moteros de los treinta y muchos a los cincuenta y pocos. Comenzaba una aventura que terminaría nueve días más tarde.

1ª etapa. Pamplona-Andorra-Narbona 

755 kilómetros

La primera etapa demostró que el himno de la expedición era premonitorio: “E’ un mondo difficile / E vita intensa / Felicita’ a momenti / E futuro incerto”. Así cantaba Tonino Carotone su éxito (y eso que Tonino es de Barañáin) y así se oyó muchas veces durante aquellas etapas de sol a sol.

El caos circulatorio fue evidente desde el primer momento: siete samuráis son demasiados incluso para Kurosawa. En Sabiñánigo se perdieron varias unidades, felizmente recuperadas en Boltaña, punto final de la escolta de moteros que no iban a Roma y que despidieron a sus amigos con lágrimas en los ojos.

El primer “momentico” del viaje se vivió con la entrada en Andorra. El asfalto ardía, pero no impidió que algunos hicieran compras y otros buscaran un café, desesperados, misión imposible hasta llegar a la cumbre de Envalira (2.409 metros). El descenso a Francia fue raudo y un poco… digamos… intenso, mitigado en gran parte por la belleza de la carretera a Merens.

Con más desconcierto que orden se llegó a Narbona de noche. Unos durmieron, como habían amenazado, en tienda de campaña y otros, menos románticos, en un Formula1 de un polígono industrial (es decir, en un hotel de la cadena F1).

2ª etapa. Narbona-Mónaco-Génova. 

620 kilómetros

La Costa Azul será muy bonita, que lo es, pero tiene unos atascos que no se los salta un gitano. Además, empezó a apretar el calor y el grupo (¿eran o no eran un grupo?) se perdió en la primera rotonda. Las motos de menor cilindrada hacían la vida por su cuenta y se detenían en los puestos de fruta, heladerías, cafés y otros establecimientos que solazan el alma. De las gasolineras francesas menor no hablar. Son escasas, automáticas y algunas están en venta.

Inesperadamente, el equipo se reencontró en la frontera franco-italiana, justo antes de Ventimiglia. Pero fue una ilusión porque en pocos kilómetros los bandidos de Pancho Villa hicieron honor a su nombre. Triturados pero contentos llegaron a Génova, donde brindaron por algunos genoveses ilustres. Entre otros, Colón, Garibaldi y Alberto Gilardino, que como todo el mundo sabe es un delantero del Genoa.

3ª etapa. Génova-Pisa-Roma. 

531 kilómetros

El trasero humano es resistent y cualquier motero puede confirmarlo. El tercer día de ruta desaparecen los dolores y una sensación de paz y bienestar interior se adueña de los pilotos.  Otra cosa es el infierno mediterráneo. Horroroso es poco, más aún si circulas en medio de la peor ola de calor del verano transalpino. Agosto de plomo con fuego del cielo, apenas aliviado por la sombra en la visita a Pisa, con su baptisterio y su torre-campanario. Inclinada pero menos.

Esta jornada sirvió para estrechar lazos con el Vespa Club Massa, uno de los más famosos de Italia. Y si hablamos de españoles e italianos todo hermanamiento se rubrica con una comida. El recibimiento a los vespistas estuvo encabezado por el capo Massimo Petracci y excedió la mera cortesía. Hasta el extremo que la visita se alargó cuatro horas. 

La siguiente parada fue en el Museo Piaggio, en Pontedera. Allí se conserva la mejor colección de vespas del mundo, incluida “Dulcinea”, una 150 que dio la vuelta al mundo en 1962 con dos albaceteños como pilotos y decoración de Salvador Dalí.

Dirección sur y dejando los Apeninos a la izquierda les esperaba Roma.

4ª etapa. Roma-Roma.

El ecuador de la romería amaneció en Villa Fátima, residencia en Vía Aurelia de unas religiosas Oblatas, amables y hospitalarias tal y como pide el Camino de Santiago. Después de las peripecias por campings y pensiones, llegar a esta casa fue providencial, sensación confirmada por dos moteros muniqueses, ingenieros de BMW, que se unieron a la expedición. 

Algunos aventureros no conocían Roma, por lo que el impacto fue notable. La primera visita, obligada, a San Pedro, punto de partida de la ruta jacobea que comenzaría en veinticuatro horas.

La siguiente parada fue en Villa Tevere, sede central del Opus Dei. En la Iglesia de Santa María de la Paz están los restos de San Josemaría y en una cripta anexa los de su sucesor, monseñor Álvaro del Portillo, que será beatificado en 2014.

 El día pasaba y había que caminar por la vieja Roma. Entre otros destinos Piazza Navona, la Fontana di Trevi, el Panteón y el Foro. Al anochecer, todos se encontraron de nuevo, incluso los espíritus libres que habían abandonado el grupo para visitar Florencia. Era el final del principio.

5ª etapa. Roma-San Marino-Módena. 

548 kilómetros

Tras un desayuno frugal comenzó la preparación de la primera etapa con rumbo norte. Algún previsor ya había revisado y limpiado su moto la noche anterior, así que el resto hizo los deberes por la mañana: aceite, neumáticos, batería del teléfono y GPS… 

La  reparación de una de las motos permitió a algunos conocer el famoso concesionario de Vespa-Moto Guzzi “Chè Roma”. Entre tanto, otros visitaban la iglesia del Gesù y callejeaban por el centro romano. 

Pese a las buenas intenciones el grupo salió a horas distintas, de nuevo con mucho calor. Dos destinos marcaban la jornada, Asís y San Marino, ya que Bolonia se cayó del programa a favor de la siempre avinagrada Módena. 

6ª etapa. Módena-Paso del Stelvio-Como. 

543 kilómetros

Por fin había llegado la primera de las dos etapas alpinas, momento cumbre para cualquier motero que se precie. 

La salida de Módena fue brumosa, pero en Verona se olvidó todo. Breve descanso para visitar la ciudad, que estaba llena de romeos de medio mundo fotografiando a sus julietas. Trento pasó raudo mientras el lago de Garda se adivinaba a los lejos. La última parada antes de afrontar el famoso Stelvio fue en Merano: cielo gris y algunas vueltas hasta encontrar dónde comer y repostar. 

No sin temor (y alguna deserción de última hora), los valientes se encaminaron a una de las cimas moteras más legendarias del mundo: el Paso del Stelvio. La temperatura era buena (32 ºC) y la carretera estaba bien asfaltada, pero el desnivel hasta la cumbre es de 2.200 metros en veinticuatro kilómetros.
Y si encima llueve a mares no es extraño que se sufra algún percance o que en el Stelvio solo hiciera 2ºC. El descenso se hizo sin problemas y el grupo llegó a Como según lo previsto. La siguiente jornada era la entrada en Suiza.

7ª etapa. Como-Chamonix-Albertville. 

431 kilómetros

Amaneció soleado en el lago Como. La ruta era la más esperada porque suponía cruzar los Alpes para entrar en Suiza. El maravilloso valle de Aosta les recibió con una mañana óptima para conducir. Sin embargo, el ascenso al Gran San Bernardo (2.473 metros) amenazaba lluvia, que pronto se convirtió en una espesa niebla. La carretera, construida en 1905, no permitía alegrías, de modo que llegar a la cumbre supuso un alivio, jaleado por unos moteros centroeuropeos que no daban crédito a que tres scooters estuvieran en aquellas alturas.

Tras el descenso a la suiza Martigny la comitiva circuló a los pies del Mont Blanc. La comida fue inolvidable, en especial para los inocentes que pagaron cincuenta euros por barba por un caldo y una hamburguesa (“La mejor del mundo”, aseguraron). Superado Chamonix, un grupo siguió hasta la olímpica Albertville y el otro prefirió pernoctar de camino.

8ª etapa. Albertville-Carcasona. 

548 kilómetros

Etapa de transición recorrida por autopista, donde el atasco fue monumental, y el arcén la única escapatoria. Por una vez, eso sí, se llegó a media tarde, lo que permitió visitar la Cité de Carcasona, magnífica fortaleza llena hoy de hoteles, tiendas y restaurantes. Ya de noche se unió un pequeño grupo de moteros procedente de Pamplona, que al día siguiente acompañarían a los agotados romeros.  

9ª etapa. Carcasona-Pamplona. 

463 kilómetros

Última etapa. Enormes deseos de llegar a casa. Trayecto recorrido a gran velocidad por la carretera paralela a los Pirineos. La entrada en España se hizo por Roncesvalles, como todo Camino de Santiago reglamentario. Y la tarde del domingo 11 de agosto concluyó la primera parte del viaje, pendiente aún de llegar a la tumba de Santiago el Mayor. Sin duda el Apóstol protegió esta expedición de “locos”, que llegaron incólumes a Pamplona. 

Los que no sean como niños no entrarán en el reino de los cielos. Ultreia!