Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

La estela imborrable de don Álvaro

Texto Yolanda Cagigas [PhD Hist 04] - Fotografía Manuel Castells [Com 87], Santi G. Barros [Com 13] y Archivo Universidad de Navarra 

Monseñor Álvaro del Portillo, gran canciller entre 1975 y 1994, será beatificado el sábado 27 de septiembre en Madrid, ciudad en donde nació hace cien años. Como agradecimiento a una vida que dejó una huella de alegría, de cambio, de esperanza y de cariño en miles de personas en los cinco continentes, la Universidad ha acogido y ampliado la exposición «Un santo en datos», organizada por la Asociación Memoria de Álvaro del Portillo.


¿Se puede pesar el amor, medir el servicio, contar la entrega a los demás?, ¿puede el corazón de un hombre encerrarse en un número?, ¿acotarse una existencia en una cronología? Al hombre moderno —acostumbrado a pesar, medir y contar— la santidad le resulta un concepto lejano porque ni el amor, ni el servicio, ni la entrega se pueden computar en simples cifras. Sin embargo, el santo deja siempre un rastro tangible, que tiene un impacto en las personas y que ayuda al mundo a progresar. 

Conocedora de esa huella, y con motivo de su beatificación el 27 de septiembre en Madrid, la Asociación Memoria Álvaro del Portillo ha reunido a profesionales del mundo de la arquitectura, la fotografía, la infografía y el diseño gráfico para proporcionar algunas pistas sobre la vida y las obras de Álvaro del Portillo que ayuden a comprender por qué es un hombre santo.

Una historia en la historia

 Siglo XX. El siglo de las dos guerras mundiales y de la llegada del hombre a la Luna. El siglo del Concilio Vaticano ii, de los papas Juan xxiii y Juan Pablo ii. De la fundación del Opus Dei. El siglo de los Beatles y los balbuceos de la red de redes. También el siglo de Álvaro, un joven ingeniero de Caminos, tercero de ocho hermanos, que responde a la llamada de Dios y se convierte en el apoyo insustituible de otro santo —Josemaría Escrivá— durante casi cuarenta años.

Radiografía de un servicio

 De san Josemaría aprendió que uno puede santificarse a través de las circunstancias ordinarias de la vida: del estudio, del trato con la familia, de las aficiones... Y sobre todo del trabajo. Desde que conoció el Opus Dei —al que se incorporó en 1935, siete años después de su fundación—, y especialmente desde que se ordenó sacerdote el 25 de junio de 1944, ese trabajo se tradujo en servicio a la Iglesia. Una labor muchas veces oculta, pequeña, silenciosa pero eficaz. 

En 1946 Álvaro del Portillo fijó su residencia en Roma, donde continuó al lado de san Josemaría hasta el fallecimiento de este el 26 de junio de 1975. Su servicio infatigable a la Iglesia se manifestó, además, en la dedicación a las tareas que le confirió la Santa Sede como miembro o consultor de trece organismos y, especialmente, mediante su activa participación en los trabajos del Concilio Vaticano ii.

Preocupado por el papel del sacerdocio en el mundo actual, alentó dos facultades eclesiásticas, colegios y residencias sacerdotales para contribuir a su formación en todo el mundo. La Universidad Pontificia de la Santa Cruz —que comenzó su andadura en 1985 después de ir germinando como diversas secciones de las facultades de Teología y Derecho Canónico de la Universidad de Navarra— y el seminario internacional Sedes Sapientiae (desde 1990), ambos en Roma, así como el Colegio Eclesiástico Internacional Bidasoa (1988), en Pamplona, han formado para las diócesis a miles de candidatos al sacerdocio.

Su trabajo suma muchas horas, cientos de cartas y muchos kilómetros. En sus 198 viajes pastorales a cuarenta y dos países diferentes, don Álvaro recorrió en total 408 082 kilómetros, el equivalente a dar diez veces la vuelta al mundo. Solo en 1987, con setenta y tres años, el prelado del Opus Dei cubrió 61 077 kilómetros.

La apertura al otro

 Desde niño, Álvaro era consciente de que la clave del cristianismo es la caridad. Quienes lo conocieron hablan de su bondad, su afán de concordia, de unir, de saltar barreras. Su sonrisa —casi imborrable— era solo una manifestación de esa apertura al otro. En su corazón ocupaba un lugar preferente el más pobre, el más necesitado, el que está solo o enfermo. 

Durante sus diecinueve años al frente del Opus Dei, impulsó numerosas iniciativas sociales y educativas de las que se benefician cientos de miles de personas. Sobre el mapamundi destacan Monkole, un centro hospitalario en la República Democrática del Congo, donde se ha atendido a más de un millón de pacientes; la Fundación de Ayuda Familiar y Comunitaria, en Ecuador, donde asisten a veinticuatro mil personas al año; y los programas educativos del Development Advocacy for Women Volunteerism en Metro Manila (Filipinas), donde gracias a la ayuda de mil quinientas voluntarias se llega a cincuenta mil personas. 

El agradecimiento de la universidad

 Primero como fiel colaborador de san Josemaría, y después como gran canciller, Álvaro del Portillo promovió un gran desarrollo de la Universidad. En el periodo comprendido entre 1975 y 1994 se pusieron en marcha cinco facultades, dos institutos, dos licenciaturas y siete másteres. Además, se construyeron ocho edificios y se incrementó en un 48 por ciento el número de alumnos extranjeros.

La investigación interdisciplinar se potenció considerablemente, como lo atestigua el nacimiento en 1981 de la División interdisciplinar para la Familia —futuro Instituto de Ciencias de la Familia—, la constitución en 1985 del Centro de Investigaciones Biomédicas —futuro CIMA— y el Instituto Científico y Tecnológico (ICT), la creación en 1986 del Centro de Investigaciones en Farmacología Aplicada (CIFA) y del Grupo de Investigación sobre Historia Reciente de España un año después, así como el lanzamiento de los Planes de Investigación de la Universidad (PIUNA) en 1993.

También dieron sus primeros pasos seis escuelas de negocio asociadas al IESE: en Perú, Guatemala, Ecuador, Uruguay, Colombia y Nigeria; además de las emprendidas en Argentina, Portugal y China. 

Al respecto, en el acto académico en memoria de Álvaro del Portillo, celebrado el 28 de enero de 1995, monseñor Javier Echevarría afirmó: «Bajo su impulso directo y al hilo del espíritu del beato Josemaría, la Universidad ha crecido mucho en centros académicos, en número de profesores y alumnos, en edificios, en instalaciones y en recursos técnicos. Pero sobre todo ha seguido creciendo en la calidad de su vida intelectual y en la internacionalidad de su influjo, en su madurez científica y en eficacia al servicio de la Iglesia y la sociedad».

Esa sensibilidad por las necesidades de todas las personas, le llevó también a impulsar en el campus la asociación de voluntariado Universitarios por la Ayuda Social (UAS), y a que la Universidad buscara más recursos para facilitar un mayor número de becas. De este modo, de las 44 329 personas distintas que estuvieron matriculadas durante esos años, el 45,6 por ciento lo hicieron con algún tipo de ayuda económica procedente de la propia Universidad, además de quienes lo hicieron con otro tipo de becas.

A través de estas iniciativas, don Álvaro —un universitario con cuatro licenciaturas y tres doctorados— dio un paso más en dos directrices fundacionales: que se formase a los alumnos en la responsabilidad social y que nadie dejara de estudiar en la Universidad por carecer de recursos económicos. Así lo declaró en 1985 en el Aula Magna: «Mis esfuerzos tienden a un solo objetivo: fortalecer, impulsar, hacer que se sigan llevando a la práctica todos los ideales que monseñor Escrivá fomentaba entre vosotros. No tengo otro mensaje que ofreceros, sino el de nuestro queridísimo Fundador».

Con todas estas pinceladas se puede dibujar la medida del justo agradecimiento que la Universidad debe a su segundo gran canciller. El actual rector, Alfonso Sánchez-Tabernero, lo resumió en sus intervención en la apertura de la exposición: «Lo más importante que hizo por la Universidad no es tanto lo que dijo o las iniciativas que animó, sino ser como era. Cuando tuve la oportunidad de estar con don Álvaro, descubrí a una persona con un coraje increíble, con una magnanimidad sorprendente, con serenidad en medio de las dificultades, con sentido sobrenatural, con espíritu de servicio, con cariño a los demás. Como vino mucho a Pamplona, nos dejó el tesoro de su ejemplo. Por ser como era actuó como actuó, y de eso nos hemos beneficiado todos».

Alejandro Llano, rector entre 1991 y 1996, aseguró en el transcurso de la presentación de la muestra: «la Universidad de Navarra es una universidad con suerte porque su fundador y su segundo gran canciller han sido dos sabios y dos santos».

El secreto de lo intangible

Álvaro del Portillo nació el 11 de marzo de 1914 en Madrid y murió en Roma en la madrugada del 23 de marzo de 1994, pocas horas después de regresar de una peregrinación a Tierra Santa. Su vida estuvo inspirada por el mensaje de san Josemaría, de quien fue su primer sucesor; parafraseando el primer punto de Camino —libro espiritual de san Josemaría que aborda diferentes aspectos de la vida cristiana— don Álvaro tuvo la Gracia para que su vida no fuera estéril. Fue útil. Dejó poso.

Los datos de una vida dicen mucho, pero necesitamos conocer su origen para alcanzar su verdadero sentido. ¿De dónde procede la fuerza de Álvaro? El poder de los santos viene de Dios. De la oración, de los sacramentos, del Amor. Ese es el único dato importante, y que nunca puede encerrarse en un número.