Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Soñar es cosa de muchos

Texto: Paola Bernal Hirata [His Com 23]. Fotografía: Archivo Universidad de Navarra y Manuel Castells [Com 87]

Los miles de miembros de la Asociación de Amigos (ADA) —18 000 desde su fundación— hicieron posible, con su colaboración desinteresada, la primera expansión de la Universidad. Según Alfonso Sánchez-Tabernero, presidente de ADA, no son gente que da dinero. «Quien ayuda no es un donante, es un amigo».
No lo dice por decir. José Luis Gracia ha entregado su vida a esta asociación y, después de jubilarse, acompaña a los amigos de la Universidad que tienen que visitar la Clínica por problemas de salud. Al fin y al cabo, es lo que hacen los amigos.



«Los de la maleta»

​​«Los de la maleta» es una serie de reportajes y entrevistas para conocer a los pioneros que levantaron la Universidad de Navarra. En esta penúltima entrega, la decimoquinta, nos asomamos a los apasionantes años en los que se puso en marcha la Asociación de Amigos que hizo posible el crecimiento inicial de la Universidad.

 

 

En el verano de 1959, el rectorado de la Universidad, entonces un incipiente Estudio General de Navarra, recibió una carta con matasellos inglés. El gran canciller, san Josemaría, durante una estancia en Londres, había tenido una idea innovadora que remitió por correo postal a Pamplona: «En primer término hay que crear por toda España —teniendo su sede en Pamplona— la Asociación de Amigos. Estudiad la forma de organizarla, pero bastará que sus miembros se comprometan a rezar al menos un avemaría todos los días, a hacer propaganda del Estudio y a ayudar económicamente lo que puedan, aunque solo sea con unos céntimos cada año». La Universidad se financiaba con las tasas de las matrículas y la ayuda de alguna empresa local. Ciertas entidades privadas también contribuían a un fondo para investigación. El centro académico crecía rápido —más alumnos, más profesores— y eso requería una infraestructura adecuada.

Alfonso Sánchez-Tabernero, anterior rector y actual presidente de la Asociación de Amigos, explica que san Josemaría comprendió que no era una mera cuestión económica. Solos no iban a llegar a ningún sitio; era necesario tener amigos. Fue una buena intuición. En su trabajo Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra. Los orígenes de la Asociación desde 1959, José Manuel Ferrary explica que los años sesenta vivieron el desarrollo del asociacionismo en España. La discusión pública sobre la mejor manera de solucionar algunos problemas y la implicación de la ciudadanía en iniciativas particulares rompió «la sensación de unidad del régimen y mostró los distintos modos de entender la vida social y política en el país. Apareció un nuevo lenguaje cívico que resaltaba los valores de la libertad, la convivencia y el progreso. La Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra puede ser considerada un buen ejemplo de las organizaciones que permitieron la aparición de una sociedad democrática».

 

Pamploneses paseando frente a un cartel de la Universidad durante la Asamblea de 1967. 

 

Sánchez-Tabernero entrevistó en un encuentro Alumni a su predecesor Francisco Ponz, quien le confesó, con motivo de su cumpleaños número cien, que lo que veía en el campus cuatro décadas después de haberlo dirigido era «increíble, pero no sorprendente», porque el fundador de la Universidad les advirtió de que todo aquello iba a suceder. «Se dio gracias a la fe y la magnanimidad de aquellos primeros», le respondió Sánchez-Tabernero.

El 9 de abril de 1960, con la aprobación del Ministerio de Gobernación, nació ADA. Los treinta hombres que integraron aquella primera organización se llamaron «socios de mérito» y se pusieron enseguida a buscar a quienes pudieran comprender y estimar la labor de aquella pequeña universidad desconocida que había nacido en Pamplona. Encabezaba la Junta Directiva el incombustible Antonio Fontán, también fundador y director de Nuestro Tiempo, que desempeñó esa labor once años. Precisamente en estas páginas, en el número 81, de 1961, Fontán respondía así a un lector de Teruel que preguntaba por ADA: «La finalidad de esta Asociación es, exclusivamente, cooperar con las actividades de esta Universidad. Esta cooperación se realiza dando a conocer la labor educativa y científica del Estudio General de Navarra, fomentando su expansión y crecimiento, ofreciéndole el apoyo y la asistencia que necesita y, finalmente, sirviendo de cauce a la ayuda económica que la sociedad española y de otros países puede prestar a la Universidad de Navarra».

La expansión de ADA fue vertiginosa. Fontán y la Junta Directiva planearon una estrategia en dos direcciones. Hacia arriba, nombraron una Junta de Gobierno con personalidades que gozaban de relevancia pública: Carlos Jiménez Díaz, un médico reputado y maestro de Eduardo Ortiz de Landázuri; José Finat y Escrivá de Romaní, alcalde de Madrid; Gregorio Marañón Moya, diplomático, o José Castán Tobeñas, miembro de las Cortes y presidente del Tribunal Supremo. La otra dirección estratégica, quizá con menos relumbrón, era aún más efectiva. Se formaron delegaciones en distintas ciudades para recabar apoyos de particulares. En pocos años había presencia de ADA en Madrid, San Sebastián, Logroño, La Coruña, Sevilla, Jaén, Córdoba, Cádiz, Granada, Málaga, Melilla, Pamplona, Lodosa, Tudela, Vigo, Palma de Mallorca, Valencia, Valladolid y algunos municipios de Cataluña. El estudio de Ferrary da cuenta de las cifras. En 1964, cinco mil miembros aportaban seis millones de pesetas; en 1967, 11.300 amigos y nueve millones de pesetas; al año siguiente, setenta y dos millones de pesetas gracias a los «socios protectores», que hacían una aportación más elevada. Un crecimiento tan rápido requirió también varias reestructuraciones dentro de la asociación. Como curiosidad, los amigos llegaron a producir en 1965 un documental a color para promocionar la Universidad, dirigido por Eugenio Martín. El director quiso mostrar lo que la Universidad podía aportar a Navarra. 

 

UN AMIGO NUEVO

El gran canciller se encontró en dos ocasiones con los amigos de la Universidad, en la primera y la segunda asamblea de ADA, en 1964 y 1967. La primera vez acudieron doce mil personas a la reunión, apenas cuatro años después de que se fundara. La oferta hotelera de Pamplona se agotó rápido y la gente se alojó en casas de particulares, en San Sebastián, en Vitoria y hasta en Jaca. Se fletaron trenes especiales desde Zaragoza e incluso una caravana de autobuses desde Valencia. Coincidió con un acto de investidura de doctores honoris causa. En el pamplonés Teatro Gayarre, san Josemaría les dijo a los amigos: «Llamaros Amigos de la Universidad de Navarra es estupendo. Cuando el Señor, en su Evangelio, quiere decir una palabra de amor, nos llama amigos. Yo os llamo amigos de Jesucristo, porque sois amigos de esta Universidad, donde alienta siempre el espíritu cristiano».

 

El teatro Gayarre de Pamplona, lleno hasta los topes en la primera asamblea de ADA, en 1964.

 

El segundo encuentro marcó un hito. Fue el 8 de octubre de 1967. Esa fecha quedó grabada en la memoria de los más de veinte mil asistentes. Eran las diez de la mañana cuando comenzó la misa en la explanada de la Biblioteca. Había amigos de toda España, así como de Portugal, Italia, Bélgica, Alemania, Francia, Reino Unido y Estados Unidos. San Josemaría pronunció su discurso más famoso, la «homilía del campus». Normalmente apenas llevaba unas notas, pero en esa ocasión leyó con pausa y solemnidad las palabras a las que había dado muchas vueltas, correcciones y relecturas. Mencionó el compromiso de los Amigos de la Universidad con la sociedad y su ejemplo de cómo un centro académico puede nacer y crecer gracias a la colaboración de la gente. También agradeció a quienes la conformaban por comprender el espíritu de la institución y ser parte de su desarrollo: «A todos se debe que la Universidad sea un foco, cada vez más vivo, de libertad cívica, de preparación intelectual, de emulación profesional, y un estímulo para la enseñanza universitaria». Al terminar la celebración, Pamplona se llenó de una fiesta de pancartas y música con amplia cobertura mediática. 

Entre la multitud estaba José Luis Gracia. Llegó al campus el 2 de febrero de 1968 por invitación del entonces administrador, Juan Francisco Montuenga, con el fin de dar a conocer la Universidad y buscar medios económicos. «En aquellos tiempos nos parecía que con los dos colegios mayores ya estaba el proyecto casi culminado, pero la realidad es que la Universidad siguió, sigue y seguirá creciendo». Con un equipo a su cargo se ocupaba de Navarra, el País Vasco y Soria. Si el gobierno universitario decía que necesitaban becas o levantar un edificio nuevo, Gracia y su equipo se ponían manos a la obra. Para él, el futuro tenía rostro: estaba en las personas y en su formación con un sentido cristiano. Sabía que necesitaba amigos que le apoyaran en la tarea: «Nosotros funcionamos siempre a través de la amistad. La generosidad de la gente ha sido el motor». Cuarenta años más tarde, en 2007, ese joven recién llegado se convirtió en el director ejecutivo de la Asociación. 

A los ocho meses de empezar a trabajar hubo una crisis importante. El 26 de octubre, las Cortes franquistas retiraron a la Universidad la ayuda que le otorgaba el Estado, a pesar de los esfuerzos de Ángel González y Vicente Mortes —ambos miembros de ADA y también de las Cortes— por evitarlo. Para cubrir ese agujero, en la campaña de 1969 se creó la figura del «socio de honor», con una contribución más alta que los socios protectores, y se animó a los padres de los alumnos a que, si podían, colaboraran también en la Asociación. El resultado de lo obtenido fue de 128 millones de pesetas, lo que no solo igualaba, sino que superaba el importe de la subvención. Alfonso Sánchez-Tabernero considera que el éxito del proyecto de ADA es que «quien ayuda no es un donante, es un amigo, que merece que su afecto a la Universidad sea correspondido». Crea vínculos estables y profundos que hace que las cifras se traduzcan en personas. La Universidad, que contaba con 873 estudiantes y 92 profesores en 1960, pasó a tener 6.628 estudiantes y 512 docentes a finales de la década. Para 1972, ADA tenía ya 17 230 socios. 

 

El marqués Juan de Contreras, presidente de ADA, con el rector Francisco Ponz, en 1977.

 

Ese año, san Josemaría hizo su penúltima visita a la Universidad. Invistió a tres doctores honoris causa: el jurista francés Paul Ourliac, el médico alemán Erich Letterer y el polifacético Juan de Contreras y López de Ayala, marqués de Lozoya, que fue historiador, crítico de arte, político, literato… y presidente de la Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra. Durante su presidencia, en 1975, se inició un fondo para dar becas de posgrado a investigadores que ya ha concedido 8500 y sigue activo.

 

GIGANTES

José Luis Gracia se siente agradecido con cuantos le han enseñado sobre la amistad: «Los que han sido mis maestros eran personas chapeau». Trabajó codo con codo con Eduardo Ortiz de Landázuri, a quien nombraron presidente de la junta directiva en 1978, hasta su muerte en 1985. Gracia colaboró estrechamente con el «doctor Abrázuri», como le llamaban algunos por su carácter jovial. De él aprendió a poner a la gente en primer lugar. Con frecuencia, Gracia y don Eduardo viajaban a Madrid en un tren nocturno para estar allí a primera hora y poder exprimir la mañana visitando a tantos miembros de ADA como les era posible. El doctor Ortiz de Landázuri no podía dejar su bata en casa; cuando algún socio se quejaba de alguna molestia, él llamaba a su colega José Cañadell para programar una revisión en la Clínica. Gracia bromea con que no daba tiempo ni a tomarse un café a media mañana: «Era el hombre que no tenía pereza para nada, quería a la gente con locura». A don Eduardo le sucedió otro de los incansables pioneros de la Universidad, don Ismael Sánchez Bella, su primer rector. Bajo su dirección surgió la Agrupación de Graduados en 1992, a ejemplo de las universidades estadounidenses, cuyo objetivo era que los alumnos que habían estudiado en Navarra ayudaran, en la medida de sus posibilidades, a que otros disfrutaran de lo mismo. 

 

José Luis Gracia posa junto a los ornamentos que llevó san Josemaría en la «homilía del campus».

 

Alfonso Sánchez-Tabernero remarca que aquellos pioneros eran hombres apasionados por la Universidad cuyo optimismo, fe y valentía los llevó a crear una cultura de la donación en un país donde no existía: «Creyeron que lo imposible podía ser realidad y lo consiguieron». El 25 de septiembre de 1998, la Asociación de Amigos recibió la Medalla de Oro de la Universidad; la única que se ha otorgado a una «no persona», que a su vez representa a miles. José Luis Gracia, sentado en primera fila, rodeado de Amigos, recuerda que el rector, José María Bastero, agradeció a los donantes su apoyo a lo largo de casi cuatro décadas. En su discurso recuperó las palabras que el fundador de la Universidad había pronunciado en aquella homilía. También estaba allí Alfonso Sánchez-Tabernero, entonces decano de la Facultad de Comunicación, y recuerda el acto como «un momento emblemático. Ese día la Universidad les dice a sus amigos que sin ellos no habría llegado tan lejos». 

José Luis Gracia intuye la mano de Dios en el crecimiento de la Universidad desde que llegó a ADA en 1968: «No necesito ver milagros porque aquí los he visto todos», dice. Agradece el sacrificio, el esfuerzo y la generosidad que miles de personas —muchas veces anónimas— han realizado para apoyar al proyecto de la Universidad con la única promesa de una amistad sincera que se mantendrá a lo largo de los años. Él se encarga personalmente de cumplir esa promesa. Aunque se jubiló en 2009, pasa las mañanas en la Clínica, donde acompaña a muchos amigos de la Universidad que afrontan un trance médico, porque el amor con amor se paga. Durante la hora que duró la entrevista para este reportaje, su teléfono sonó tres veces. Las tres veces eran amigos que venían a verle.

 

La semana que viene, más

 

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Categorías: Campus