Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Dolor y esperanza

Texto: Miguel Ángel Iriarte [Com 97 PhD 16]. Fotografía: Familia Gracia  

El virus afectó al matrimonio Gracia Landa, del que falleció la esposa, y envolvió a la familia en unos días difíciles de olvidar.


José Luis llegó hasta donde pudo. Dejó a Maricarmen en la puerta de Urgencias de la Clínica en manos del personal sanitario. A partir de allí, no estaba permitido el paso a los acompañantes. Su esposa presentaba insuficiencia respiratoria y fiebre pero él no pensó que podía ser la última vez que la viera. Ingresó en la uci y la intubaron a las pocas horas. Esto ocurrió el 20 de marzo, en las semanas iniciales y más duras de la pandemia.

Los análisis confirmaron que Maricarmen tenía covid-19. Durante los días posteriores, la familia abrigaba la esperanza de que la estabilidad de las primeras jornadas implicara una mejora dentro de la gravedad; sin embargo, en la madrugada del 26, la situación empeoró y hacía prever un desenlace inmediato. Avisada la familia, fue Ana, la hija mayor, enfermera en la Clínica, la única que pasó un momento para manifestar a su madre el cariño de todos y la gratitud por los cuidados de toda su vida. Maricarmen abrió los ojos, la reconoció y pudo escuchar a través del móvil de Ana la voz de José Luis, que, esta vez sí, se despedía de ella.

Maricarmen Landa falleció el 26 de marzo con 72 años. Conoció a José Luis Gracia cuando ambos eran adolescentes en Pamplona. Se casó con 21 —él con 25— y se embarcaron en una vida matrimonial muy fecunda, con cinco hijos y tres embarazos que no llegaron a término. José Luis resume con sencillez los 57 años junto a su esposa: «Hemos sido muy felices siempre, aunque ha habido grandes dificultades, de todo tipo: económicas, de salud…». Precisamente las varias dolencias sufridas por Maricarmen han preocupado con frecuencia a sus parientes en las últimas décadas. A pesar de todo, ha sido, según su marido, el pilar fundamental de su hogar. «¿Quién ha sacado adelante nuestra familia? ¡Ella!». José Luis, que trabajó en la Asociación de Amigos de la Universidad (ADA) desde 1968 hasta 2009 —¡41 años, ahí es nada!— ha tenido largas temporadas de viajes, muchas veces de lunes a viernes. Tras su jubilación, su esposa procuró organizar planes para visitar lugares que les ilusionaban a ambos, como Londres, París o Roma, ciudades que no habían podido conocer por la intensa tarea profesional de él.

La despedida familiar en el cementerio fue necesariamente sobria. Pudieron asistir su marido, sus cinco hijos y una nieta. Mientras la enterraban, rezaron el rosario. Al terminar, José Luis dijo: «Creo que lo primero que Dios ha hecho con vuestra madre al llegar al cielo es presentarle a los tres hijos que no ha conocido». El ambiente reflejaba una aceptación serena de la voluntad de Dios. Todos los presentes eran conscientes de que Maricarmen se encontraba preparada para ese paso apoyada en su visión cristiana de la vida y, en particular, tras haber recibido la unción de los enfermos durante sus días de ingreso.

Cuando parecía que la pérdida de Maricarmen, llevada con entereza por sus personas queridas, era el final de ese sufrimiento, José Luis comenzó a experimentar tos, algo de fiebre… Le diagnosticaron el covid-19 y, aunque no tuvo una evolución aguda de la enfermedad, permaneció varios días ingresado en la Clínica. Ahora, ya en casa, se encuentra tranquilo, rehaciéndose y disfrutando de algunas visitas. 

José Luis no ha perdido su buen aspecto y su vitalidad, aunque se da cuenta de que pueden llegar momentos bajos, con emociones de efecto retardado. Se siente arropado por su familia e ilusionado por ver crecer a sus veintidós nietos, que le «dan la vida». Además, estas semanas ha respondido centenares de mensajes y llamadas de personas conocidas por su trabajo en ADA, con los que mantiene una amistad profunda. Está impresionado y agradece el cariño recibido y, a otro nivel, los años junto a su mujer. En una conversación reciente encontró un modo de explicar en pocas palabras cómo era su esposa: «El otro día me dijo un amigo que, en una entrevista en La Vanguardia, Leopoldo Abadía dio un consejo: “Si quieres ser feliz, haz felices a los demás”. Yo inmediatamente pensé: ¡Como Maricarmen!».