Vagón-bar
700
Han pasado casi doce mil páginas y más de catorce años desde que publiqué aquí un artículo titulado «600». Acabo de releerlo y, como siempre, no me ha gustado ni un poco: solo ha servido para quitarme un miedo, el de repetirme, y ponerme otro: el de que me salga este tan dulzón como aquel. Porque me resulta difícil no ponerme algo tonto si tengo que hablar de Nuestro Tiempo y festejar que la revista haya llegado tan lozana a los setecientos números.
Conocí Nuestro Tiempo hace 42 años. Lo sé con esa precisión porque andaba por primero de carrera. Un día, el profesor Esteban López-Escobar, que impartía una asignatura que se llamaba Teoría General de la Información, llegó especialmente contento a clase. Digo especialmente, porque contento venía siempre. Pero esa mañana se paró enfrente de nosotros y nos dijo con una sonrisa que tenía un mucho de provocación: «Supongo que quieren ustedes felicitarme». Estábamos dispuestos a todo, también a felicitarlo, porque éramos muy nuevos y tiernos, pero nos quedamos callados porque no sabíamos a qué se refería. Entonces él, casi riéndose, nos dijo que teníamos que felicitarlo porque Nuestro Tiempo le había ganado un pleito a la revista Time, un litigio que, si no recuerdo mal, tenía que ver con el nombre. Supe entonces que existía Nuestro Tiempo y que Esteban López-Escobar la dirigía. Poco más tarde la leí por primera vez, pero solo un artículo que se titulaba «La libertad posible» y de cuya autoría respondía otro de nuestros profesores de primer curso: el filósofo Leonardo Polo, que nos deslumbraba incluso cuando no le entendíamos o quizá precisamente por eso. El ensayo me gustó y lo releí tanto que prácticamente llegué a sabérmelo de memoria.
En aquella época NT respondía bien al concepto de revista sesuda que quiso para ella Antonio Fontán cuando la fundó: diseño severo, sin ilustraciones, artículos largos y densos. Tenía la sede en un piso de la ciudad, en Pamplona, fuera del campus. Estuve alguna vez allí, no sé si llevado por el único compañero de clase que frecuentaba aquella redacción pequeña y selecta: Eduardo Terrasa.
Después asistí con ilusión, pero desde lejos, a los cambios que se produjeron en la revista, hasta que trece o catorce años después, abruptamente, como un paracaidista que salta sobre una tierra que conoce solo por los mapas, me encontré sentado en la mesa del director. Y aunque, por fortuna para todos, duré poco en el puesto, un par de años me parece, en Nuestro Tiempo me quedé hasta hoy: más de veinticinco años acodado en esta última página desde un día en el que Ricardo Hernández me preguntó si podía escribir el «No va más» —así se llamaba esta sección— porque su titular, Rafa Guijarro, estaba fuera o indispuesto. Luego, en una conversación con Beatriz Gómez, se nos ocurrió un nuevo nombre para la columna y en este «Vagón-bar» sigo envejeciendo. Y desde él he visto cómo NT iba cambiando, siempre a mejor: cambió de formato, de periodicidad y de público.
Comprenderán que me resulte tan difícil hablar, sin caer en la bobería, sobre una historia ya muy larga que me trae a la cabeza un revuelo de profesores y alumnos ilusionados. Sin embargo, cuando me piden que mande otro artículo, me entra una pereza paralizante, pienso invariablemente que no se me ocurrirá nada y, de hecho, así sucede: salvo raras excepciones como esta, no se me ocurre nada hasta el último día del plazo, hasta que no queda más remedio que escribir algo y mandarlo. Al final llega la revista a casa, la dejo en la sala de estar y escapo, con miedo de que alguien caiga en la cuenta de que la última página, en realidad, contiene un fraude.
Paco Sánchez [Com 81 PhD 87] es periodista y profesor titularde la Universidade da Coruña.
@pacosanchez