Ahora bien
El método de pensamiento etimológico (arrancar del origen de la palabra para filosofar sobre el concepto) tiene una honda tradición (véase Platón), una historia de campanillas (véase Isidoro de Sevilla) y un prestigio rutilante (véase Heidegger). Sin embargo, con frecuencia, apenas sirve de ejercicio de esti-ramiento y calentamiento del pensamiento, una conveniente convención para comenzar.
Ahora bien, con la palabra éxito la etimología nos hace mucha falta, una de emergencia. El éxito es la salida, como saben los ingleses (exit). No deberíamos olvidarlo nosotros porque, en nuestras sociedades competitivas y estresadas, el éxito se está convirtiendo en el principio único, en los medios del camino y en el móvil final. A nada se da la misma importancia. Tanta obsesión es síntoma: la salida se confunde con la victoria cuando uno está en medio de un horrible laberinto, que es quizá lo que nos esté pasando. Con la paradoja de que no veo Minotauro más terrible que la obsesión por el éxito.
Siendo la salida, lo suyo es que el éxito nos ocurra tras la muerte, como antaño. Los griegos, aprovechando que sabían bastante de laberintos y Minotauros, nos advierten de que nadie puede considerarse feliz (esto es, el éxito) hasta el día de su muerte. La felicidad a mitad de camino puede torcerse todavía, como vio claramente Edipo. Siendo para después de la muerte, el éxito antes de tiempo puede convertirte en un fantasma, como se dice coloquialmente y pasa con tanta frecuencia.
¿No es un signo inquietante, casi paranormal, que cada vez se admiren más cosas tan fantasmagóricas y aleatorias como el número de ventas, las visitas a un vídeo, los likes a una entrada de Facebook o los seguidores en Twitter? ¡Qué paradoja que ahora que la gloria se abarató tanto la valoremos más que nunca! No importa qué se diga o qué se sostenga. Viendo cómo te deja un virus en la vida real, cuesta trabajo entender que viral sea sinónimo de éxito. ¿O es que la expresión nos está haciendo una advertencia? La fiebre, si uno le pone el termómetro a la sociedad, se expande entre los periódicos más serios, en las editoriales más sólidas y hasta en las universidades más prestigiosas. Los estadistas se han convertido en encuestistas. Los juicios ponderados no entusiasman ni a unos ni a otros y, por tanto, producen menos fervor (a favor y en contra) mediático. La búsqueda del impacto acaba en hooliganismo y escándalo de diseño.
Lo cual nubla el criterio de lo que es verdaderamente hermoso o bueno, sobre todo, pero de paso condena al obseso al fracaso, como una penitencia aparejada al pecado, un contrapasso dantesco. El que admira el éxito imita al exitoso y entra en un bucle frenético. Hace lo que proponía burlonamente Quevedo a uno que quería que le persiguiesen las mujeres: se pone a correr por delante de ellas. Y ya no para, porque el éxito, como la rueda de la Fortuna, va sin solución de continuidad de uno al otro.
En los insólitos casos de éxitos auténticos (los hay) hay, ay, mucho sufrimiento oculto y abnegado por detrás, mucho nadar contracorriente, mucha fe solitaria en una idea insólita. Haría una gran labor social un estudio extenso y fundamentado que demostrase lo que sabemos todos por sentido común: aquellos que han alcanzado el éxito perdurable y meritorio no lo han hecho casi nunca buscándolo y jamás imitando a los que ya lo tenían, sino siguiendo su propio camino —arduo— hasta encontrar una salida personal e intransferible.
Mejor, pues, ni buscar ni soñar el éxito, ni el volátil de las redes sociales ni el verdadero y analógico. Incluso es bueno temerlo un poco, supersticiosamente, porque es mentar a la bicha, en cuanto que el de oro de ley ha de venir, si viene, tras la muerte.
Eso sí, tampoco hay que irse al otro extremo y adorar el fracaso, como también hacen algunos por desintoxicarse o por hastío o por lo de la zorra de las uvas. Ni tanto ni tan calvo. Kipling, en su poema «If», lo dejó claro: ya te encuentres con el Éxito o con el Fracaso, trata a esos dos impostores con idéntica indiferencia. «Nosotros, a lo nuestro» empieza a ser el lema que más necesita una época perdida en un laberinto de espejos mediáticos. El éxito sería, más que salir, no entrar por ahí.
Enrique García-Máiquez [Der 92] es poeta y ensayista.
@EGMaiquez
egmaiquez.blogspot.com.es