Las tradiciones son un camino que viene desde la creación y va hacia la creatividad, así que seguirlas me interesa muchísimo, por si llego a la meta. El proemio, con su captatio benevolentiae y todo lo demás, es una antiquísima tradición literaria que los mejores articulistas adoptan dedicando lo primero que escriben en un medio a presentarse al respetable. Magistralmente lo hizo Julio Camba en su primer artículo publicado en ABC, titulado “Me llamo Camba”. Puesto que el escritor se cuela (metido entre las páginas como en un caballo de Troya) hasta el centro del cuarto de estar o, incluso, hasta la silenciosa mesilla de noche de sus lectores, qué menos que susurrar: “Buenas noches, no quisiera interrumpir, soy Máiquez, estoy encantado de estar aquí, muchas gracias”.
Ahora bien, no me veo presentándome en Nuestro Tiempo, lo siento. Habiendo estudiado en Navarra, me parecería redundante. Es verdad que sólo cinco años de carrera, interrumpidos por un paréntesis en Londres, son casi nada en la historia bien larga de la Universidad. Encima, los profesores y compañeros que se tratan no son, por desgracia, todos, y si hubo y hay maestros y amigos profundos e inolvidables, también hubo muchos otros que fueron, según la taxonomía de Josep Pla, conocidos y saludados, y otros, por desgracia, que conocimos mal o saludamos corriendo, o ni siquiera eso. Para la abrumadora mayoría de lectores, soy, por tanto, un desconocido total, absoluto: o porque no coincidimos en los años de estudios o porque, haciéndolo en la muy distraída juventud, no caímos en la cuenta. Pero eso, esta vez y aquí, importa poco. A la Universidad de Navarra se le puede aplicar la paradoja feliz con que Chesterton describió cualquier casa de cualquier familia de Roma: son más grandes por dentro que por fuera. Los cinco años por fuera son la semilla de todos estos años por dentro, y los que nos quedan. Verdadera alma mater, Navarra ha seguido echando sus raíces en nuestra manera de entender la vida y sus ramas en nuestra forma de vivirla. Por lo tanto, por esas galerías y remansos secretos del espíritu, existe, entre antiguos alumnos, un sustrato común que hace que las presentaciones estén de más. Mientras que el tamaño externo de la Universidad son sus hectáreas en Pamplona y sus metros cuadrados en San Sebastián, Barcelona y Madrid, su curiosidad intelectual abarca el mundo entero…, y más allá, que no en vano la Teología es su estudio más noble. Cada vez que me recito lo de Shakespeare: “Navarre shall be the wonder of the world”, dicho precisamente por su dedicación al saber, pienso en nuestra Universidad y me pregunto si el Bardo no tendría además algo de profeta.
Estos textos míos llevarán el título genérico de “Ahora bien” como homenaje a la conjunción adversativa, porque ese es el tono del columnismo: la conjunción para aunar inteligencias y lo adversativo para echarlas contra tópicos, frases prêt-à-porter, discursos manidos y demás molinos de viento. Pero este “Ahora bien” mío no es sólo por eso. El sentimiento de que vuelvo a mi Universidad y encima escribiendo, que es mi modo de ser y de estar, pesa lo suyo. La literatura permite un trato íntimo y hondo con los lectores, con todos y cada uno. O sea, que ahora sí, y bien. “Los encuentros verdaderos son en los libros”, escribió el poeta José Antonio Muñoz Rojas; y uno, humildemente, quiere pensar lo mismo de los artículos.
Por último me encanta —¿por qué no confesarlo?— el claro eco a aquel Nunc coepi, tan navarrensis en mi recuerdo, y no quiero renunciar tampoco a esa concreta evocación. Las dos alas de la escritura son el amor a las tradiciones y la esperanza por lo que va a comenzar ahora y bien. Muy altos vuelan mis propósitos, como se ve. Me atrevo a lanzarlos así porque, si tropiezo, al menos el tropezón tendrá gracia, como en los cortos de Charlot, y la gracia no es poca cosa en un artículo. Pero sobre todo me atrevo porque cuento con el empuje de todos, compañeros del alma mater, compañeros.
Enrique García-Máiquez [Der 92] es poeta y ensayista