Mind the Gap
En esta década algunos países latinoamericanos, como Brasil, México o Perú, conmemoran dos siglos de independencia, sea de Portugal o de España. Curiosamente, la efeméride coincide con una pandemia que ha hecho patente una profunda interdependencia entre las naciones de todo el planeta para poder vencer al virus. Y eso con implicaciones a nivel político, económico, social, cultural, sanitario... Si no fue una mera casualidad que esos países se emanciparan casi a la vez en su momento, tampoco lo es que hoy en día deban juntarse para contener un enemigo supranacional. Entonces, ¿qué tipo de independencia celebramos en la actualidad los nuevomundistas?
El 16 de septiembre de 2021 el papa Francisco envió una carta al presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano diciendo, entre otras cosas, que «celebrar la independencia es afirmar la libertad, y la libertad es un don y una conquista permanente». De manera que —pienso— si uno deja de luchar por conquistarla, estará aceptando perderla gradualmente. Por eso el papa sugiere «fortalecer las raíces y reafirmar los valores», ya que no se trata de cortar cualquier tipo de relación con el pasado a fin de construir el futuro sobre una base imaginaria. Independizarse —continuaría yo— significa valorar lo propio, no comenzar de cero. Es como lo que hace un hijo cuando sale de la casa de sus padres: está llamado a emprender su propio camino llevando consigo todo aquello que recibió en el hogar paterno.
Las civilizaciones precolombinas, que habían echado raíces más o menos sólidas en las tierras americanas, sufrieron fuertes cambios a causa del contacto con el mundo europeo. Como sostiene el catedrático Javier de Navascués en el artículo «Las dos leyendas sobre la conquista de América», publicado en el número 701 de Nuestro Tiempo, en la esfera cultural se puede reconocer que «el imperio español en América no tuvo el menor interés en destruir las lenguas indígenas, que, de hecho, se mantuvieron vivas en su mayoría durante todo el periodo colonial». La lengua, en particular, es el eje de la cultura, porque delimita un universo comunicativo donde los conocimientos circulan sin necesidad de intérpretes o traducciones. Y poder acceder a una comunidad lingüística más amplia y desarrollada conlleva ventajas innegables.
En torno a 1820 los países latinoamericanos ya tenían sociedades autóctono-ibéricas, fruto de la mezcla de ambas tradiciones. De modo retórico y fuerte dice el periodista y escritor argentino Martín Caparrós en Ñamérica: «Lo cierto es que durante trescientos años la América Hispana fue parte del mismo estado, la misma religión, la misma cultura. Su territorio pasó más tiempo en aquella unidad que en esta dispersión de veinte países. Algo debe quedar de eso. Nos acostumbraron a pensar esa unidad como un corsé que nos aplicaron hasta que pudimos sacárnoslo de encima gracias a las independencias nacionales: es una construcción mítica como cualquier otra».
Prosiguiendo con la metáfora anterior, podemos decir que incluso después de la independencia el corsé siguió ahí, porque uno no se puede emancipar del conjunto de condicionamientos políticos, económicos, sociales y culturales comunes a todos los pueblos. Después de tres siglos, lo que se independizó en el caso de Guatemala, por ejemplo, no fue parte del imperio maya, porque ya no existía. Lo propio era algo nuevo. La historia no tiene marcha atrás.
Las independencias latinoamericanas fueron, pues, relativas, y es eso lo que se conmemora al inicio del siglo XXI. En efecto, ninguna cultura se encuentra en una burbuja, aislada del entorno, sino que entabla relaciones de mayor o menor entidad con lo cercano. Aún más en la actualidad, con el avión e internet: todo está cada vez más cerca. Por eso, a distintas medidas y velocidades, las civilizaciones actuales se van tornando autóctono-cosmopolitas, con perdón por el oxímoron. Todos sabemos algo o mucho de inglés, y todos ahora usamos mascarillas y hemos sido vacunados. En los últimos dos siglos las interdependencias entre los países —no solo entre las exmetrópolis europeas y sus excolonias latinoamericanas— han alcanzado magnitudes inauditas. En este contexto, el auténtico anhelo por más independencia habría de abrirse su espacio.
Gustavo Milano es alumno de la licenciatura en Teología Bíblica en la Universidad de Navarra. Anteriormente ha estudiado Comunicación Social en la Universidad de São Paulo (Brasil) y Teología en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma).
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