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El fondo de la realidad
Hay un capítulo de Los miserables que encierra la que quizá sea la clave de la novela. Se titula “El caló” y supone un largo paréntesis en las peripecias de Jean Valjean, pero contiene una aclaración definitiva sobre los dos tipos de historiadores que existen en el mundo: los que se ocupan de los sucesos y los que exploran las costumbres y las ideas. Los primeros –escribe Víctor Hugo– trabajan en “la superficie de la civilización”, allí donde se suceden “las luchas de las coronas, el nacimiento de los príncipes, los casamientos de los reyes, las asambleas, los grandes hombres públicos, las revoluciones a la luz del día”. Los segundos –añade– descienden al fondo de la realidad: a ellos les interesan “el pueblo que trabaja, que padece y espera, la mujer oprimida, el niño que agoniza, las guerras sordas de hombre a hombre, las ferocidades oscuras, las preocupaciones, las alarmas fingidas, los efectos indirectos y subterráneos de las leyes, las evoluciones secretas de las almas, los estremecimientos indistintos de la multitud, los pobres que mueren de hambre, los que andan con los pies desnudos, los desheredados, los huérfanos, los desgraciados y los infames”.
El reportaje que abre este número de Nuestro Tiempo pretende ser un viaje al fondo de la realidad, un recorrido por el subsuelo de los acontecimientos de un día muy concreto: el 10 de marzo de 2011. Aquel jueves estallaron revoluciones a la luz del día en buena parte del mundo árabe, y los grandes hombres públicos de la Unión Europea estudiaron el futuro económico del continente, y hubo luchas y asambleas en la superficie de la civilización, pero ocurrieron además muchas otras cosas. Y ésas son justamente las que nos hemos propuesto contar. No es fácil escribir sobre las evoluciones de las almas o los estremecimientos de la multitud, pero lo hemos intentado a través de la historia de nueve familias repartidas por todo el mundo. Para ellas, el 10 de marzo fue un día más, uno cualquiera, pero la suma de sus rutinas, de sus inquietudes y de sus momentos felices permite acercarse mejor al fondo de la realidad. De algún modo, el reportaje es una aplicación periodística de lo que proponía Víctor Hugo: “Nadie puede ser un buen historiador de la vida patente, visible, alumbrada y pública de los pueblos, si no es al mismo tiempo, y en cierta magnitud, historiador de su vida profunda y oculta”.