Firma invitada
Pocos objetos son tan simbólicos como un anillo. Desde la mitológica joya nibelunga hasta el aro dorado de Frodo —que dentro de unos meses protagonizará una serie de Amazon Prime—, las artes lo representan de manera recurrente y con cierta fascinación. Sin embargo, este pequeño círculo encierra ambigüedad: ¿se trata de una imagen de liberación o de encadenamiento? Todo depende de la visión que se tenga del ser humano.
Con un anillo podemos decir muchas cosas. Por ejemplo, nuestra filiación. Hay países donde, al terminar los estudios universitarios, los graduados lucen en sus manos el sello de su alma mater. Pero el uso que quizá primero viene a la cabeza hace referencia al compromiso matrimonial.
El anillo es redondo, pero no solo para que se ajuste al dedo. Lo circular siempre ha apuntado a lo perfecto: recibo lo dado a cambio de respetarlo sin rupturas. El anillo, una vez entregado y aceptado, es signo de eternidad, pues no tiene ni principio ni fin.
Otros, en cambio, interpretan su forma como una cadena, un grillete. ¿No es eso lo que significa la palabra siempre? Hoy día abundan quienes consideran utópica la posibilidad de comprometerse. ¿Anillos? ¡Esclavitudes!
Se palpa una intensa desconfianza en las posibilidades de lo humano: ¿acaso no somos el peor de los animales posibles, siempre marcados por la violencia, el capricho, el egoísmo o el instinto? Hemos pasado así de la idea del Génesis de que «No es bueno que el hombre esté solo» a vivir como misántropos por el miedo a causar o a llevarnos una decepción.
Para algunos, comprometerse es perder la libertad. Parece que las relaciones tienen un carácter circunstancial, relativo, inestable; mientras dure el sentimiento o lo pasemos bien. Ya nadie remienda los calcetines: se tiran y se cambian por otros.
La cultura del descarte perjudica también a los vínculos entre amigos y parejas. La palabra recomenzar no está de moda. Ante las dificultades, hay quien prefiere empezar de cero, en lugar de esforzarse por volver a ganar el amor, por mejorar. Desde esta visión de gran desesperanza antropológica, el fracaso se vive como un punto final, no como una oportunidad para iniciar un camino de rescate y redención.
Entonces, ¿supone el compromiso una cadena o un modo de reforzar la libertad? El escalador, en su ascenso, podría entender la cuerda con la que se asegura, entre mosquetones y clavijas, como un modo de perder espontaneidad. Pero, si no es un insensato, se dará cuenta de que eso no solo puede salvarle la vida, sino que, en las montañas difíciles, ir encordado es el único modo de llegar a la cima. Y, precisamente, es la cima lo que da sentido a la acción de escalar: el fin y el bien que se anhelan.
Desde este enfoque, un compromiso no constituye una rémora, sino la posibilidad real de alcanzar las grandes metas. ¿Sería mejor una carrera universitaria en la que no hubiera que pasar horas estudiando materias que a menudo resultan áridas? ¿Sería mejor un trabajo en el que no hubiera que esforzarse? Lo primero no conduciría a ningún aprendizaje significativo; lo segundo difícilmente resultaría interesante, no nos interpelaría. El afán de crecer se alimenta de los obstáculos. Lo fácil solo invita a la inercia; lo árido mueve a las personas a dar su mejor versión.
Los compromisos refuerzan la libertad porque le dan un sentido, una orientación, un significado. Y, por eso, el hecho de ponerse un anillo —en la ceremonia académica, en la boda, en la profesión religiosa— tiene lugar en un acto público, ante testigos que pueden ratificar que esa persona ha decidido libérrimamente entenderse a sí misma, y a las acciones de su vida, de una manera que explicará quién es ante el mundo.
El anillo representa así una atadura que libera, una libertad que apuesta, que no está al albur de lo que le acaece a esa persona o de sus caprichos, sino que se enraíza en una decisión autónoma que permite que la propia vida se entienda como obra de arte.
Javier Aranguren [PhD Fia 01] es filósofo y profesor del Instituto Razón Abierta de la Universidad Francisco Vitoria en Madrid. En octubre de 2015 fundó la ONG Karibu Sana para promover la educación en los suburbios de Nairobi (Kenia). Autor de trece libros, su último relato corto se titula Mi Nadir. 36 días en la uci con el coronavirus.
La pregunta del autor ¿Tendría sentido o más bien sería banal una libertad exenta de compromisos? Opine sobre este asunto en Twitter. Los mejores tuits se publicarán en el siguiente número. |