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Aún braceábamos contra las secuelas de una pandemia que pasará a la historia cuando la guerra en Ucrania nos ha sumergido en un nuevo abismo de incertidumbre. La invasión rusa no representa solo el mayor ataque contra la estabilidad de Europa y el orden internacional desde la Segunda Guerra Mundial, sino que abre una reformulación de los equilibrios geopolíticos, comerciales y económicos tejidos a raíz de la caída del Muro de Berlín.
El principal impacto de esta crisis —además, por supuesto, de las dramáticas consecuencias humanitarias— son las tensiones inflacionistas, derivadas de los cuellos de botella en las cadenas de aprovisionamiento, la fuerte sequía y la subida de los precios del transporte de mercancías y de las materias primas, la mayor desde la crisis del petróleo en la década de los setenta. Esta combinación de factores se ha visto agravada por la tremenda crisis energética. Sobre todo, en Europa, por el encarecimiento de los derechos de emisión de CO2 y del gas natural ante el repunte de la demanda.
En 2022, la inflación ha alcanzado un protagonismo insólito y se ha convertido en el punto clave de la agenda económica. Con el objetivo de frenarla, los principales bancos centrales han respondido con aumentos progresivos de los tipos de interés. En octubre de 2022, el Banco Central Europeo optó por elevar los tipos en 75 puntos básicos, dejándolos en el 2%, pese al riesgo de recesión. Una decisión que reduce las expectativas sobre el consumo, la inversión y el empleo.
Desbocada, la inflación devora el poder adquisitivo de los ciudadanos. De hecho, se la conoce como «el impuesto de los pobres», porque las familias más desfavorecidas destinan la mayor parte de sus ingresos al consumo. Afortunadamente, en el caso de España, la inflación está por debajo de la media de los países de la zona euro. El dato publicado en octubre de 2022 situaba la inflación anual en el 7,3%, mientras que en Europa era del 10,6. Esto se traduce, entre otras consecuencias, en una mejora de competitividad para las empresas, porque los productos españoles se vuelven más baratos que los de sus socios europeos.
Pero la inflación sigue estando muy alta. ¿Qué se puede hacer para estabilizar los precios? Además de controlar el gasto público y de planificar una transición energética segura, la solución reclama programas monetarios y fiscales que contraigan la demanda, acompañados de mejoras estructurales que ensanchen el tejido empresarial. En este sentido, parece necesario adoptar políticas de oferta que eleven la productividad de las compañías y estimulen el empleo. Por ejemplo, a través de inversiones en infraestructuras I+D+i y la aplicación de nuevas tecnologías como la inteligencia artificial.
Para fortalecer el músculo productivo, las organizaciones también deberían atraer y retener a trabajadores con talento. Sin duda, mejorar la orientación laboral del sistema educativo, promover la formación profesional dual —en la que los estudiantes, al tiempo que reciben enseñanza, ponen en práctica en una empresa lo aprendido—, aumentar la eficacia de las políticas activas de empleo y crear incentivos para reconvertir el capital humano son algunas iniciativas que remarían a favor.
La inflación derrotó a Jimmy Carter en las elecciones que le enfrentaron a Reagan en 1980. Se vivía un momento histórico —marcado además por el desempleo, la Guerra Fría y la salida de Vietnam—, en el que la confianza en las instituciones tocaba fondo. Durante la campaña, mientras Carter se cuestionaba incluso el futuro del país, el optimismo de Reagan conectó con la sociedad, que buscaba la grandeza perdida.
En buena medida, Reagan también ganó las elecciones por su lucha decidida contra la inflación. La consideraba tan violenta como un asaltante, tan intimidatoria como un hombre armado y tan mortal como un asesino a sueldo. De ahí que combatirla sin tregua resulte decisivo a largo plazo para el crecimiento y el empleo. No se debe olvidar que un marco económico estable impulsaría la creación de empresas, reforzaría la competitividad nacional y aumentaría las exportaciones. Lo que ahora está en juego es la prosperidad inmediata y futura de España. Con la aplastante victoria de Reagan en 1980, los estadounidenses no mostraron solo su voluntad de cambio, sino también que habían comprendido que su enemigo era la inflación.
LA PREGUNTA DEL AUTOR ¿Conseguirá la subida de tipos de interés del BCE reducir la inflación? |
Rafael Pampillón Olmedo es catedrático de la Universidad CEU-San Pablo y de IE University. Este año ha publicado el libro Cuando los votantes pierden la paciencia. Casos radicales de política económica.