La primera
Escuela de humanidad
En las biografías de Gregorio Marañón se señala que sufría problemas para la relación por su timidez y una enfermedad nerviosa —la dislalia— que dificultaba su capacidad para hablar. En una carta a su entonces novia, Lolita Moya, señalaba: «Me expreso con mucha más facilidad escribiendo que hablando». Su padre y el doctor Menéndez Pelayo le ayudaron a superar el examen oral de fin de bachillerato. Poco a poco ganó confianza, recibió premios extraordinarios en Medicina y acabó siendo uno de los intelectuales españoles más destacados del siglo XX.
De la confianza en uno mismo pasamos a la confianza en los demás, de la que se habla en el ensayo de este número. El profesor Juan Narbona analiza las causas de la pérdida de crédito de muchas instituciones desde los ochenta y explica cómo recuperarlo. Resultan cruciales la integridad y la coherencia. Nos fiamos de las personas y organizaciones que son fieles a las ideas en las que dicen creer y que asumen como guía y límite.
En un ámbito más personal, confianza es ese intangible, a la vez tan palpable, del que he disfrutado en los casi tres años como editor de esta revista: todo un privilegio. Aprovecho la oportunidad para agradecer a lectores, suscriptores, donantes, alumni y toda la comunidad universitaria el seguimiento tan cercano de la publicación.
Asume el puesto de editor una persona joven y de gran talento, Teo Peñarroja, hasta ahora redactor. Forma parte de un equipo experimentado, lleno de pasión por el buen periodismo y de ilusión por responder a las necesidades informativas de los lectores en el formato impreso y en el desafiante ámbito digital. Agradezco lo mucho que he aprendido profesional y personalmente de los miembros de la redacción: Ana Eva Fraile, Lucía Martínez Alcalde y el propio Teo, como redactores, y Palmira Velázquez, como secretaria. Recordaré siempre la calidad de un trabajo bien hecho y el cuidado de los detalles que he percibido en todos. He visto Nuestro Tiempo como una escuela de humanidad.
Asimismo, doy las gracias a los columnistas y a todos los colaboradores, entre ellos Miguel Ángel Iriarte, anterior editor que continúa escribiendo y ayudando en la búsqueda de nuevos temas. Gracias, cómo no, al apoyo constante de Alumni y al equipo de Errea Comunicación.
Quisiera agradecer también la libertad —otra forma de confianza— con la que he trabajado en NT. Refleja bien esa característica de la publicación la siguiente frase de su primer número, en 1954: «Aspira a ser una revista que recoja los latidos de la vida contemporánea, que informe y oriente acerca de los hechos, las ideas y los hombres que definen nuestra época, constituyen el presente y están creando el mundo de mañana».
Por supuesto, quedo a disposición de NT en lo que pueda necesitar de mí desde la Dirección de Comunicación de la Universidad de Navarra, tarea en la que continúo. El empeño merece la pena.