Historias mínimas
Etapas, ciclos, cambios
Las etapas de la vida tienen algo de ciclismo, donde se corre individualmente pero se necesita un equipo para alcanzar la meta. Quizá por eso también se llaman ciclos. Ciclos que debemos llenar de vida a pesar de que, a veces, viene tan malintencionada que parece ella misma.
El libro del Eclesiastés —al que me gusta volver porque es un bálsamo para el alma— afirma con sabiduría oriental:
Todo tiene su momento;
todo lo que sucede bajo el cielo
ocurre de acuerdo a un plan.
hay un tiempo para llorar,
y un tiempo para reír;
un tiempo para estar de luto,
y un tiempo para saltar de alegría;
un tiempo para abrazarse,
y un tiempo para despedirse [...]
Mercedes Sosa también era muy sabia y cantaba con unos ojos negros y profundos que parecían mirar desde el comienzo de los tiempos. Por eso sabía que todo cambia: «Cambia el clima con los años / cambia el pastor su rebaño / Y así como todo cambia / que yo cambie no es extraño». Algunos cambios producen un dolor incurable, como la muerte de una madre; otros, sin embargo, nos descubren vidas que llevábamos con nosotros sin saberlo.
Quizá en esto —perdón por el símil— seamos un poco centollos, crustáceo que en Galicia llaman centollas por aquello de la confusión. Sean machos o hembras, estos cangrejos poseen un caparazón grueso, rojo y cubierto de pinchos que les protege, pero que les impide crecer. Por eso tienen que cambiarlo según maduran. Difícil lección. El nuevo lo llevan dentro, pero no aparece hasta el momento oportuno. Entonces, el delicioso centollo se esconde entre algas y arena a un centenar de metros de profundidad: necesita un nuevo escudo para seguir con vida. Superado el cambio, el animal comienza una existencia para la que está mejor preparado.
Los cambios nos desconciertan. Son incómodos e inciertos. Desafiantes. Los percibimos como una amenaza sin tener en cuenta que, si algo pasa, conviene. «Todo lo que sucede bajo el cielo ocurre de acuerdo a un plan»