Tiempo de ciencia
El undécimo elemento sintético de la tabla periódica, un cráter lunar localizado en el Mar Oriental, el asteroide 6032 y el galardón más prestigioso en Medicina. Todos ellos llevan el nombre del ingeniero y químico sueco que inventó la dinamita, Alfred Bernhard Nobel. Desde 1901, el Instituto Karolinska de Suecia entrega cada 10 de diciembre —fecha en que murió Nobel— el Premio Nobel a científicos que sobresalen por sus contribuciones en Fisiología o Medicina. Los laureados en 2015 han dedicado sus vidas a la lucha contra varias de las enfermedades parasitarias más devastadoras: el irlandés William C. Campbell y el japonés Satoshi mura, la filariasis; y la china Youyou Tu, la malaria, el mayor de los asesinos africanos.
Las enfermedades infecciosas han sido un azote para la Humanidad desde la Edad de Piedra, y aún hoy constituyen una temible amenaza a escala mundial. En el siglo en que estamos a punto de viajar a Marte, las infecciones parasitarias castigan a las poblaciones más desfavorecidas del planeta, y además son enormemente limitadas las opciones disponibles para tratarlas. De los más de doscientos galardonados con el Nobel de Medicina y Fisiología, apenas un 15 por ciento lo han sido por sus aportaciones al diagnóstico, tratamiento y control de las enfermedades infecciosas. Ronald Ross —un naturalista, médico, matemático, zoólogo y entomólogo escocés— recibió el Nobel en 1902 por demostrar que la malaria la transmitían mosquitos infectados. Desde entonces se ha avanzado mucho en el control de esta enfermedad, aunque todavía estamos lejos de su erradicación. Actualmente, la mitad de la población mundial vive en zonas de riesgo malárico, y no tiene acceso a medidas preventivas como las mosquiteras tratadas con insecticidas, las pruebas de diagnóstico o los tratamientos combinados basados en la artemisina. En consecuencia, se diagnostican anualmente entre 124 y 283 millones de casos, y se producen entre 367 000 y 755 000 muertes. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, el 90 por ciento de las muertes por esta enfermedad en 2013 se produjo en África. El descubrimiento de la ivermectina y de la artemisina por parte de los Nobel de este año ha cambiado las perspectivas en el tratamiento de la malaria y de otras muchas enfermedades parasitarias, lo que permite la salvación de más de cien mil vidas en el continente africano al año.
Para pequeños grupos de investigación como el del Instituto de Salud Tropical de la Universidad de Navarra, la concesión de este Nobel ha supuesto una inyección de ilusión. Ilusión para continuar encarando unas enfermedades que deberían ocupar los primeros puestos en la lista de problemas globales, y para las que resulta tan difícil conseguir financiación.
Imaginemos un fármaco capaz de convertir nuestra sangre en un veneno para los mosquitos que se alimenten de ella sin que cause daño a las personas. Imaginemos que podemos implantar debajo de la piel un pequeño dispositivo capaz de liberar este fármaco a la sangre durante meses. Esta estrategia no libra de sufrir malaria si a una persona le pica un mosquito infectado, pero consigue que ese mosquito muera y no sea capaz de transmitir la enfermedad a nadie más. En el Instituto de Salud Tropical de la Universidad de Navarra hemos diseñado y desarrollado un prototipo de dispositivo de liberación sostenida de ivermectina, que ahora esperamos poder utilizar sobre el terreno en África. Este dispositivo es el paradigma del altruismo: la persona que se lo coloca no se protege a sí misma, sino que está protegiendo al resto de la población de la malaria.
El impacto sobre la salud mundial de los descubrimientos de William C. Campbell, Satoshi mura, Youyou Tu, y de todos aquellos que ponen la ciencia al servicio de los más desfavorecidos, es imprescindible a pesar de las barreras que nos encontramos en un mundo en el que la mayor parte de los recursos en investigación se destinan a las enfermedades de los más ricos, como patologías cardiovasculares, neurodegenerativas o cáncer.
José Luis del Pozo es investigador del Instituto de Salud Tropical y profesor titular de Medicina de la Universidad de Navarra. Además, es consultor del área de Enfermedades Infecciosas y Microbiología de la Clínica Universidad de Navarra.