Vagón-bar
Fracasados, perdedores y pringados
La palabra me producía un escozor imperceptible, por contradictorio que parezca, una molestia real, pero todavía subconsciente, hasta que un día tuve que escribirla. La había evitado, también inconscientemente, hasta entonces, pero me veía obligado a reproducirla, porque se trataba de una cita textual: «El porno es para perdedores», decía una actriz muy conocida, aunque no por su recato. La escribí y la borré. Pensé un momento y decidí cambiar «perdedores» por «cobardes», porque en el fondo ella quería decir eso: que los adictos al porno no se atreven con la ternura y sus exigencias reales, prefieren la comodidad de lo irreal controlado con mando a distancia.
Un prurito ético me obligó a recuperar la palabra original, losers, aunque con bastante esfuerzo. Terminé el texto y se lo dejé a alguien antes de enviarlo. Me dijo con tono imperioso: «No pongas “perdedores”». No solo le pasaba lo mismo, sino que sugería también que cambiase a «cobardes». Me excusé en lo de la cita literal a la vez que me daba cuenta de por qué me disgustaba tanto ese término. Fui al diccionario por si estaba exagerando: según la Academia, perdedor es el que pierde y punto. En inglés, sin embargo, hay una segunda acepción que no equivale exactamente a nuestro fracasado, sino que la empeora: perdedor es el que falla constantemente, como si estuviera en su naturaleza fallar. Miré entonces el verbo perder.
En el sentido en que se utiliza en inglés, no encaja, porque el perdedor no pierde cosas ni se pierde. En realidad, esta acepción importada solo puede contraponerse a ganador, y en el sentido de ganar en una disputa de cualquier género: bélico, deportivo, lúdico, judicial, argumentativo, etc. Pero el que pierde una de esas contiendas solo es perdedor cuando pierde, aunque pierda siempre. Quiero decir que perder no se convierte por eso en un rasgo de carácter, en una manera de afrontar la vida o en un atributo moral. Nadie nace perdedor, por muy mal que nazca, ni ganador. Nadie es ganador o perdedor más que a ratos, cuando se disputa algo, aunque se comprenda el uso analógico para indicar cierto tipo de determinación o de falta de ella: «A esta no le gusta perder ni al parchís». Llamar perdedor a alguien, como si perteneciera a una etnia peculiar, me parece desacertado, insolente e injusto. Como desacertada, insolente, injusta y, sobre todo, falsa me parece la idea que ha ido asentando por detrás tal palabreja y que ha terminado universalizándola: la idea de que lo importante en esta vida es ganar.
Cuando solo ganar vale la pena, todo se convierte en una batalla, primero, y en una decepción, después. Incluso para el que gana. Porque la victoria dura un minuto, sabe a poco, y empieza inmediatamente la angustia de retenerla o de repetirla. No es lo peor. Cuando todo se convierte en batalla y solo vale ganar, lo demás y los demás se ven irremediablemente reducidos a meros medios del ganador. Por eso se entiende esa atrocidad inventada en ámbitos tecnológicos donde llaman lusers a los usuarios: no somos para ellos personas a las que sirven o atienden, sino perdedores (loser+user=luser), pringados, gente a su disposición, usables y manipulables. Cuando lo único importante es ganar, la retórica del poder se alza como el discurso dominante, y el mundo termina dividido en dos clases: los ganadores que ganan no importa cómo y los perdedores que pierden siempre, sin remedio.
Seguiré evitando esa palabra, porque usarla, en realidad, sí que me parece de perdedores.
Paco Sánchez [Com 81 PhD 87] es periodista y profesor titular de la Universidade da Coruña.