Vagón-bar
Galleguidades
La gente maneja estereotipos ridículos sobre qué significa ser gallego, porque no conoce a mi madre. Y claro, entonces se quedan en el cliché de la escalera: el del tipo que está en medio de la escalera y no se sabe, no puede saberse, si sube o baja; o en el tópico, manoseado como todos los tópicos, de que el gallego responde las preguntas con preguntas —es decir, no responde— o con evasivas. Más certero parece el comentario sobre los ourensanos, ese de que lo malo que tienen es que, para cuando te das cuenta de que alguien es ourensano, ya resulta demasiado tarde. De todos modos, tampoco eso es verdad. Lo que verdaderamente caracteriza a los gallegos y desconcierta a los demás son otras cosas: una precisión absoluta en las respuestas, tan exagerada que podría parecer burla o evidencia excesiva; una no respuesta que parece una respuesta; la capacidad de componer afirmaciones que esconden en realidad preguntas delicadísimas y, por fin, las preguntas que funcionan como órdenes. Seguramente a estas alturas pensará que me he liado, pero no. Ejemplificaré con casos reales de mi madre, sin adaptaciones. Omitiré, eso sí, algunos muy espectaculares, para que nadie la tome por meiga. Y también porque los he contado mucho, quizá incluso aquí.
Empecemos por el final: preguntas que en realidad son órdenes inmisericordes. Escena: estoy comiendo en su casa después de mucho tiempo. Ahora voy todas las semanas. Me dice que coma más, que estoy muy flaco. Le digo que ya he repetido. Pregunta: «¿Ya no te gusta?». Para que mi madre no se quede con la pena infundada de que «ya no me gusta» su comida, repito plato por tercera vez. (Algún tiempo después me di cuenta de que siempre me lo hacía, le dije que era chantaje y se rio, pero nunca más volvió a someterme a esa jugarreta).
Caso segundo hacia atrás: afirmaciones que son preguntas delicadísimas. Por ejemplo: «No sé cómo le estará yendo a tu hermana en el trabajo». En todo lo relacionado con sus hijos maneja una intuición acerada, así que me asusto. Le digo que no tengo noticia alguna, cosa que ella ya imaginaba, y en cuanto termino la conversación llamo a mi hermana, porque estoy seguro de que algo le está pasando. Le pregunto, me entero e intento tranquilizar a mi madre, que entonces, implacable, exige todos los detalles.
Caso de la no respuesta que parece una respuesta: «Mamá, ¿tendría que ducharse el chaval?». Respuesta falsa: «No sé si querrá». Pero es preferible no insistir con algo del tipo «¿Pero debería?», porque no entenderá la insistencia.
Y, por último, ejemplo de precisión tan exagerada en la respuesta que la hace parecer una tomadura de pelo, una sobreabundancia descarada de evidencia: una señora nos saluda al salir juntos de Misa y me dice unas cosas sobre los artículos que escribo para La Voz de Galicia. Cuando la señora nos deja, le pregunto a mi madre quién es. Respuesta: «Una señora que viene aquí a Misa». Aguanto la risa. «¿Pero de qué la conoces?». La conoce de Misa y no sabe su nombre. Pregunto si es de nuestra zona: dice que no, que es de Ourense.
Me río sin poder evitarlo. Se para y me mira intentando poner cara seria: «De qué rís?». «De ti», le digo. «Ah, moi ben, home, parecerache bonito —y se le va abriendo la sonrisa— rirte dunha vella?» («Ah, muy bien, hombre, ¿te parecerá bonito reírte de una anciana?»). Y rompemos a reír juntos.
Paco Sánchez [Com 81 PhD 87] es periodista y profesor titularde la Universidade da Coruña.
@pacosanchez