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¿Hacia dónde vamos?
¿Estamos ante el fin del periodismo tradicional? Ni idea. Sinceramente. Lo que sí está claro es que las nuevas formas de comunicarse nos plantean a los profesionales un nuevo reto. Tenemos más medios para poder seguir haciendo lo mismo. Y poder hacerlo mejor. Solo es cuestión de volver al punto de partida, de pararnos a pensar cuál es nuestro papel en la sociedad y qué supone informar cada día a miles de personas. Nuestros receptores tienen otros formatos para consumir esa información, pero siguen necesitando que les informen con veracidad para entender el mundo en el que viven.
Sí, la información seguirá consumiéndose. De forma más exigente y sin corsés formales. Ya no es preciso sentarse a las tres de la tarde frente al televisor para saber qué ha pasado en el mundo. Nuestros espectadores eligen cuándo y cómo informarse. Los periodistas debemos aprovechar esa tecnología para ofrecer un trabajo de mayor calidad. Solo hace falta adaptarse al medio y seguir siendo leales a nuestro oficio: contar del modo más fiel y honesto lo que está ocurriendo. No caer en la tentación de ser los más rápidos, porque eso no garantizará que seamos los mejores.
En mi opinión, este es el principal peligro al que nos enfrentamos. Demasiadas veces en los últimos meses hemos tenido que rectificar informaciones difundidas por las redes sociales. Personajes muy conocidos que hemos dado por muertos. O imágenes del frente de batalla de Siria, que en realidad eran de la guerra de Iraq de 2003. Un fallo que daña el prestigio de cualquier medio, aunque sea tan venerado como la BBC.
Encendidas las alarmas, los nuevos canales, usados de manera inteligente y responsable, también nos ayudan a hacer nuestro trabajo. Hay muchos ejemplos. Las revueltas de la primavera árabe fueron primero contadas en Twitter. La primera imagen del accidente del avión en el río Hudson se vio a través de las redes sociales. Algo muy parecido ocurrió en los atentados de Boston. Contamos con más ojos, más cámaras, reporteros urbanos, ciudadanos, que son el punto de partida de una noticia o no. Esa es nuestra labor: verificarlo. Confirmar que eso que nos están contando es real, averiguar por qué está ocurriendo y adelantar las consecuencias que acarreará ese hecho.
Si como decía el periodista norteamericano Bill Kovach nuestro oficio tiene que servir para que los ciudadanos tomen las decisiones necesarias para cambiar el mundo, nuestro papel es continuar denunciando las injusticias. Abrir los ojos a los espectadores ante atrocidades que se están cometiendo a miles de kilómetros o a las puertas de su casa. A muchos les amargó la comida ver la imagen de un niño muerto en la playa, pero sirvió para que los Gobiernos decidieran actuar. Para que a ninguno se nos olvide jamás el nombre de Aylán.
Una sociedad que no se informa es una sociedad mucho más vulnerable. No lo digo yo, lo dicen periodistas tan acreditados como Paul Steiger, quien concibe el periodismo de investigación como un bien público al servicio de la sociedad. Él defiende que una corrupción que no se denuncia es una corrupción que no se ataja, y si esto ocurre, la sociedad sufre. Steiger dejó su retiro dorado para poner en marcha una página web de reportajes. Sí: un maestro del papel apostó por las nuevas tecnologías para difundir sus historias. Si alguien que creció entre las rotativas de periódicos como The Wall Street Journal o el The Washington Post abraza las nuevas tecnologías, habrá que tenerlo en cuenta. Creo que dar la espalda a las nuevas formas de consumo de información es un error. Y no saber anticiparse a ellas supondría la carta de defunción de esta profesión.
¿Cómo será en un futuro la información en televisión? Probablemente el consumo lineal de la televisión está a punto de morir. Pero hay algo seguro: seguiremos necesitando el periodismo, seguiremos necesitando a periodistas formados.
Helena Resano [Com 96] presenta informativos en La Sexta. Acaba de publicar La trastienda de un informativo.