Ahora bien
Su éxito como articulista lo explicaba Chesterton como el resultado de un sencillo protocolo. Escribía su columna para un periódico liberal y generalista; y luego otra para un semanario católico. Una vez terminadas, en el último instante, las intercambiaba. Así conseguía sorprender a los dos públicos, que se topaban con algo inesperado. Recuerdo este método chestertónico, lleno a partes iguales —como suyo— de sentido común y de genialidad estrafalaria, porque, contra mi constante pretensión de discípulo del inglés, no voy a poder cumplirlo. El artículo de hoy es el más apropiado para una revista universitaria como Nuestro Tiempo, perdónenme.
Tengo que hablar del concepto del hombre hecho a sí mismo, y la universidad es, por esencia, justo lo contrario. Pretende —y más la nuestra— forjar hombres y mujeres de una pieza con la imprescindible asistencia de los maestros y los clásicos. Nada más empezar la Divina comedia, en el Canto I del Inferno, lo proclama Dante cuando confiesa a Virgilio: «Tu se’ lo mio maestro e ‘l mio autore». En cambio, resulta una característica de los hombres hechos a sí mismos su pomposo desdén de la universidad. Su arquetipo podría ser Rex Mottram, aquel personaje de Retorno a Brideshead que, en la cima de su éxito económico, político y social, espeta a los jóvenes protagonistas que él nunca lamentó no haber ido a la universidad porque eso solo significa empezar la vida de verdad tres o cuatro años más tarde. Tampoco es que Evelyn Waugh haga de sus protagonistas unos universitarios muy aplicados que digamos, pero lo son a fondo, y en Oxford se forman o empiezan a hacerlo. De hecho, una universidad muy enfocada a preparar para la vida económica, política y social, como hoy se pretende, no deja de darle la razón a Rex Mottram, sumando, encima, los años perdidos.
Pero ese es otro tema, que nos llevaría muy lejos; y he dicho que tengo que hablar del «hombre hecho a sí mismo». Tengo que hacerlo porque un tuit de @mgore85 me ha levantado la liebre y uno tiene que seguir la llamada de sus temas. Decía: «Casi todo es gratuito además de pequeño. El orgullo del “hombre hecho a sí mismo” es comprensible pero un tanto cómico». No se puede decir más con menos. Conjuga la piedad con la admiración, la crítica con la filosofía correcta. Por otra parte, es perfecto que la perla del texto sea de otro, para que no pueda ni suponerse que este es un artículo hecho a sí mismo ni por mí mismo. Que se vea bien hasta qué punto todos dependemos de todos y debemos todo a todos.
Ante esos casos, lo primero que pienso es: «“Hecho a sí mismo”, qué pretensión». Aunque enseguida doy en la melancolía, pues casi siempre quien presume de eso es porque ha ganado o mucho dinero o mucho poder: «Forrado a sí mismo», sería más exacto.
Y más exacto aún: «Hecho “así” mismo». El escritor Palomino, cuando se encontraba a uno que se enorgullecía de eso, le gritaba: «¡Chapucero!»; pero tampoco hace falta cargar la nota y hay un mérito que reconocer porque uno ha conocido a algunos que se han deshecho a sí mismos, que es peor. Hay que volver, por tanto, al tuit de antes, y comprender ese orgullo, y disculparlo, pero explicando después que casi todo es o gratuito o pequeño.
La clave nos la da otro tuit del que no logro recordar el autor o la autora: «Lo malo es que el hombre, por naturaleza, tiende a adorar a su creador». Ah, eso sí es peligroso y serio. Volvamos a Chesterton, para que no se diga, y a esa idea suya deslumbrante de que el mundo moderno está lleno de verdades que se han vuelto locas. En este caso, la libertad personal, el mérito propio, lo narrativo de nuestras vidas y el poder de nuestra voluntad, al independizarse de la fe y de la reverencia, han devenido en lo estrafalario del «hombre hecho a sí mismo» y su implícita autoidolatría. Parece un leve cambio que va del Made in Myself al Made by Myself, pero no es tan leve, ni mucho menos. Los medievales —que sabían latín— tenían el antídoto: recitarse a cada éxito «Non nobis, Domine, non nobis».
Enrique García-Máiquez [Der 92] es poeta y ensayista.