Vagón-bar
IVA libre de impuestos
Hace unas semanas tuve que acompañar a mi padre, que oye poco, a una entrevista con un maderero. Se trataba de cerrar la venta de una partida de eucaliptos que mi padre plantó hace veinte años en un monte heredado. El asunto me preocupaba porque él se toma estas cosas muy a pecho y la última vez que vendió madera tuvo que pasar por el hospital. Encontramos al hombre en un restaurante de carretera. Esperaba ya cuando llegamos. Tenía aspecto de viejo indiano en blanco y negro: cabeza rectangular y pálida, pelo abundante y cano peinado hacia atrás, gafas de pasta negra, ojos pequeños y vivos, camisa blanca, corbata estrecha jaspeada en granates muy apagados y un abrigo gris marengo que no se quitó. Andaría por los setenta. Se levantó para saludarnos, muy amable, lanzó todo tipo de galanterías en un gallego perfecto, pero casi desprovisto de acento, pidió unos cafés y volvió a sentarse. Nos miraba muy sonriente, de un modo que me ponía nervioso. Evidentemente, estaba acostumbrado a tratar a los demás como inferiores, pero de un modo condescendiente, casi paternal.
Tras los prolegómenos obligados, extendió una factura con el importe que había acordado con mi cuñado, también presente. La factura tenía grapado un cheque que no coincidía con el precio fijado. Al examinarla comprobé alguna cosa inquietante y empezamos a discutir de un modo suave, pero firme. Insistió mucho en que el IVA, del que no se había hablado antes, salía gratis. “El IVA es como si te lo encuentras en la calle: libre de impuestos”. Me quedé perplejo ante semejante contradicción: un impuesto libre de impuestos. Empecé a explicarle qué significaba para él aquel IVA y qué significaba para mi padre. El hombre, al ver que por ahí no iba a ningún lado, retiró inmediatamente la oferta con un gesto del brazo y en un tono ofendido. Al final, llegamos a un acuerdo y se marchó en un viejo megane amarillo que no encajaba nada con su figura. Pero quería pararme en esto: en lo del impuesto libre de impuestos, porque me parece buena metáfora.
Mi último trabajo de la semana, los viernes por la tarde, suele consistir en redactar una columna para el periódico del sábado. Casi siempre me siento delante del ordenador sin saber sobre qué escribiré, así que antes de nada hago un repaso de los posibles asuntos. De ordinario, los primeros que se me vienen a la cabeza son los “impuestos libres de impuestos” de esos días. Cosas como el entusiasmo de la ministra de Sanidad por la pequeña bajada del número de abortos en el 2009 que atribuye a la píldora del día después. Basta un vistazo a los números para comprobar que la increíble tasa de abortos de extranjeras ha bajado mucho –aunque sigue siendo una locura– y que la de españolas ha subido un 9 por ciento. Y aunque no fuera así, los datos no dan pie para adjudicar ningún efecto a ninguna causa. O lo de los controladores: cómo hemos preferido saltar por encima de nuestras propias normas jurídicas y de nuestras libertades, para asegurarnos la paz de los aeropuertos en Navidad, pese a que el riesgo era pequeño, después de demonizar para siempre –no sin la ayuda de los propios controladores– a todo un colectivo profesional. Un ejemplo acabado de la dialéctica buenos-malos, tan útil para acallar cualquier amago de verdadera conversación.
Me parece que el viejo maderero, que es muy listo, ha aprendido mucho de las fórmulas brutales de la comunicación política, tan simplificadoras como audaces: “IVA libre de impuestos, oiga”. Esa brutalidad carente de matices, que te encasilla antes de escucharte, que te usa sin la menor intención de ayudar. Comprendo que Benedicto XVI en el libro-entrevista Luz del mundo se queje de que determinados problemas complejos no se puedan explicar en las categorías del discurso público actual. Lo ha padecido con muchas cosas y también con este libro del que tuvimos falsa primera y última noticia a propósito de lo que dice sobre el condón y el sida. Pero el propio libro es una muestra eficaz de que se puede conseguir. Para no perdérselo.