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¿Son elitistas las instituciones culturales y, más concretamente, los museos? Sin duda, lo han sido en el pasado, y ese cariz los ha acompañado hasta la actualidad. Así lo corrobora el informe Conociendo a todos los públicos. ¿Qué imágenes se asocian a los Museos?, editado en 2012 por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, en el que los no visitantes de museos consideran pobladores naturales de estos espacios a personas algo grises, solitarias y con gafas, con un nivel educativo muy alto.
No obstante, cada vez más estudios ratifican un fenómeno de progresiva ampliación de los destinatarios y de las funciones tradicionales de los museos. Frente a la instrumentalización económica de la cultura que se viene realizando de manera más o menos evidente desde los años ochenta del pasado siglo, resulta imperativo incidir en que la institución museística puede contribuir de manera excepcional a su entorno por medio de un desarrollo más profundo de su función social, más aún en tiempos difíciles como los que se han vivido en nuestro país en la última década.
El museo ha de estar al servicio de toda la ciudadanía, y consigue ampliar el círculo cuando mejora su accesibilidad para quienes encuentran barreras físicas, sensitivas, cognitivas o psicológicas; cuando fomenta la interculturalidad o favorece la inserción de determinados colectivos en riesgo o en situación de exclusión social: inmigrantes, desempleados, enfermos, mayores, presos, personas con drogadicciones, sin hogar… Se trata de grupos particularmente vulnerables, desfavorecidos o con necesidades especiales, atípicos visitantes de los museos hasta hace relativamente poco.
Contamos con un ejemplo muy cercano. El Museo Universidad de Navarra, junto con otros colaboradores, ha puesto en marcha iniciativas como los campamentos intergeneracionales de niños y mayores, ha acogido mesas redondas en torno a temas como la inmigración o los refugiados. Y, con motivo del Día Internacional de los Museos 2017, ofreció, en cooperación con la Asociación de Esclerosis Múltiple de Navarra, la Fundación Ilundáin y la Asociación Eunate, visitas guiadas y talleres a personas con discapacidad y en riesgo de exclusión social.
La crisis económica dejó al descubierto una crisis de valores caracterizada por el individualismo, el utilitarismo, el consumismo ilimitado, la irresponsabilidad o la codicia que se han asociado al mundo occidental en las últimas décadas. Los museos, con la labor social aquí mencionada, pueden afrontar la situación y, de hecho, adoptan un compromiso con determinados principios que tratan de proyectar: la integración, la solidaridad, la sostenibilidad, el bienestar o la cohesión de la ciudadanía.
Sin embargo, y para el éxito de estas iniciativas, son necesarios más medios humanos y económicos. También que los propios equipos de los museos se encuentren sensibilizados e implicados colaborando con expertos de otras disciplinas para el diseño, el desarrollo y, de manera muy importante, la evaluación de las correspondientes acciones. Resultará fundamental, por lo tanto, la concurrencia de trabajadores sociales, pedagogos, profesionales de las ciencias de la salud o asociaciones, fundaciones u organizaciones especializadas.
Existe otra cuestión clave: estas actividades, en muchas ocasiones auténticos proyectos de I+D+i, precisan de una adecuada labor de promoción y difusión. Esta difusión visibiliza a los colectivos y sus problemáticas, pero, además, da a conocer a la sociedad unas programaciones que, en numerosas ocasiones, son desconocidas para el gran público. Urge mostrar su valor a la ciudadanía, a gestores, mecenas, patrocinadores y profesionales de museos incluidos, para que las buenas prácticas sean replicadas en otras instituciones, alcancen su máximo grado de proyección y los museos puedan contrarrestar, con mayor rotundidad, esa etiqueta elitista que todavía se les atribuye.
Teresa Barrio Fernández [PhD 17], experta en Museología, ha sido investigadora del Departamento de Historia, Historia del Arte y Geografía de la Universidad de Navarra.
@mbarrio3