Mind the gap
Admitámoslo. Toda promoción universitaria, de un tiempo a esta parte, ha venido marcada por lo ordinario, los lugares comunes y algunas peroratas sobre la brillantez o el carácter inolvidable de aquel u otro curso. La mía, la promoción corona, no ha sido inmune a estas gaitas fatuas, pero creo que algunos hemos aprendido a orillarlas.
Una pandemia lo trastoca todo y puede convertirnos en pollos descabezados que corretean sin rumbo o en personas serenas con la cabeza en su sitio. La universidad cerró en marzo. Las reuniones del trabajo de fin de grado dieron paso a las videollamadas múltiples y las clases desde la tarima, a algún valiente youtuber improvisado, pese a las carencias lógicas del método y a cierto anacronismo en las formas. Todos supimos adaptarnos, en definitiva, a la excepcionalidad de la situación. Con mayor o menor brío. Gracias a una madurez adelantada o a una tradición creativa.
El confinamiento trajo días de luto, desánimo, aislamiento…, pero también de sosiego, iniciativa y reflexión. Es lo que tiene la pausa, aunque se vista de domingo eterno: enseña a reparar en lo importante y a apreciar la belleza de lo trivial. Yo pensé más que nunca en lo aprendido estos cinco años y creo comprender, por fin, en qué consiste eso de ser universitario.
La universidad puede equivaler a una escuela de vida, un pasar el tiempo, un ramillete de amores o un diploma; un campo de labranza o un túnel de cristal. Dejar poso o humedecer una esponja. Despertar la sensibilidad y la conciencia; o esconderlas.
Ser universitario, como la felicidad, supone ante todo una actitud de vida; un aprecio por la alma mater como caja de saberes, academia de humanidad y último eslabón del menos común de los sentidos. Consiste en comprender la importancia del cultivo de las letras, la riqueza espiritual de la conversación y el poder de la palabra, forjadora de mundos mejores de los que cabe esperar de la mercadocracia.
En mis cinco años en la Universidad de Navarra, he conocido distintos tipos de pseudouniversitarios. Alumnos fantasma a los que acabo de descubrir en la orla, mentes brillantes poco amigas del despertador, mucho skater por la explanada de FCOM y procrastinadores que, en mi opinión, debieron dedicarse al fútbol. Entre otros.
He visto cosas que vosotros no creeríais, que diría el replicante de Blade Runner. Alumnos de Medicina costeándose el viaje de fin de curso a base de vender bizcochos; matrículas de honor en Redacción Periodística; compañeros de clase que terminan casándose... He presenciado, incluso, cómo un tuno rechazaba unas copas en un piso de Yamaguchi.
Ser universitario también implica aprender de los maestros. En ese sentido, quizá lo haya conseguido. De José María Torralba he recibido la lección de que la ética es enemiga de la indiferencia; Alberto Nahum García me ha enseñado que el más alto grado de valentía consiste en llevarle la contraria en clase; Enrique Alarcón, que no se puede odiar a alguien mirándole a los ojos; y Fernando López Pan me hizo comprender que la columna lo permite todo: un poema, un anhelo, una crítica, una broma y hasta una felicitación de cumpleaños.
A quienes no cito, ruego que no se enfaden, que el periodismo trata de informar, pero también de adaptarse al límite de caracteres.
De la universidad sé que, si se aprovecha, uno sale con más preguntas que respuestas, que la sabiduría es estar siempre dispuesto a cambiar de opinión, y que la eternidad y la gloria se comprueban en que la camarera de tu facultad sepa tu nombre.
La universidad, como toda etapa moderadamente feliz, se va demasiado pronto. En la vida, todo lo bueno se esfuma con premura y, por eso, miro con nostalgia contenida una foto de primero de carrera en la que no aparezco. Supongo que aún no era universitario...
Marcos Ondarra [Fia Com 20] trabaja actualmente en la sección nacional de El Español.
Mind the gap es una sección de opinión en la que Nuestro Tiempo abre sus páginas a los estudiantes. Es una oportunidad para mostrar una voz joven sobre los grandes temas que laten en el mundo contemporáneo. Puedes enviar tus colaboraciones a nuestrot@unav.es para que la redacción las valore. |