Dos veces cuento
Nieve
Posiblemente cualquier pintor sabe que para retratar un paisaje, cuando lo tiene perfilado y está retocado casi, se comienza por colorear el fondo, luego los motivos principales, después hay que diferenciar las zonas claras de las oscuras y luego saber añadir las sombras y la sensación de luz para crear volúmenes.
Hasta el actor más primerizo se sorprendería de que en un rodaje un director filmara antes los primeros planos que los generales. Cuestión de procedimiento. De pasos y de ir creciendo.
A mí esos procesos me recuerdan a las secuencias de la vida. Aunque luego vienen otros asuntos de las biografías, los huecos que se dejan en las paredes de la existencia, las marcas. Difíciles, algunas, como las raíces de la nieve, o felizmente inevitables como perder los dientes de leche, que no se agarran de verdad a las encías… Los procesos y luego los productos. Una cosa es proceder, y otra producir.
Todo esto lo cubre, inmaculada, la narración del guipuzcoano (escribe huequito, no huequecico, como se diría navarramente) Pablo Echart, compañero y amigo. De él puede verse un resumen en http://www.unav.es/fcom/profesores/echart.htm
De la vida, el amor, de esa blancura casi intacta, de preocuparse por los demás, del significado de la nieve, la luz multiplicada… habla esta pantalla de microrrelato suyo, lleno también de vida aunque sin nombres propios. Los nombres al final, como en las pelis.
NIEVE
La mujer se asomó al ventanal para tomarse un descanso. Afuera caía la nieve, llevada de aquí para allá por el viento en una especie de baile plácido y suave.
—¡Mamá, mira!
Su hija, de cinco años, entró corriendo en la sala con un brazo en alto.
—¡Se me ha caído el diente!
La madre se agachó y la niña le dejó en la palma de la mano el diente blanco y diminuto. Sonrió, queriendo estar a la altura de la satisfecha mirada de su hija.
—¡Bueno, bueno, qué mayor te estás haciendo! ¿Pero no te lo habrás quitado tú? Esos dientes tienen que durarte todo lo que sea posible.
—No, se ha caído solo.
La madre cerró la mano y revivió en un instante la emoción que ahora sentía la niña. La pequeña le miraba con esa sonrisa que le desarmaba, y procuró no mirar el huequito que había dejado la caída del diente. La niña se dio la vuelta y salió de la habitación dando pequeños saltos. La mujer se irguió y miró de nuevo por el ventanal. La nieve caía silenciosa sobre las aceras creando mantos inmaculados. Procuró dejarse llevar por la belleza de la estampa, pero no podía apartar de su cabeza la idea de que la nieve pronto acabaría siendo barro. Se fijó con detenimiento en aquella calle irrealmente vacía, en el fluir de los copos a la luz de una farola, en las nubes tan cercanas y plomizas que parecían de acuarela. Suspiró. Se dio la vuelta y caminó hacia la entrada pensando ya en qué regalo le podría traer a su hija el Ratoncito Pérez.
Pablo Echart (Inédito)