Mind the Gap
A comienzos de 2022 los medios se hicieron eco de la denuncia en la Universidad de Northampton, en el Reino Unido, de 1984 como un libro ofensivo y perturbador para muchos estudiantes. La institución inglesa advertía a los alumnos acerca de su «material explícito». La escena parece más bien extraída de algún capítulo de la propia novela. Ni al mismísimo George Orwell se le hubiera ocurrido un acto tan redondo para conmemorar el setenta aniversario de la publicación.
La distopía del escritor británico es una de las grandes obras literarias del siglo XX, y su argumento, tan complejo e interesante, se presta a la reflexión y al debate. 1984 presenta un mundo gobernado por el Hermano Mayor, un ente que todo lo ve y todo lo controla. La trama se desarrolla en Oceanía, un país ficticio donde el protagonista, Winston Smith, que trabaja en el Ministerio de la Verdad, comenzará a preguntarse acerca de las mentiras que rigen la vida social. Enfilará un lugar alejado de la mirada inquisidora para poder pensar en libertad y, durante esta búsqueda, conocerá a Julia, una joven perteneciente a la Liga Juvenil Antisexo, quien también actúa al margen de lo permitido.
La inclinación de Winston llevará a la pareja a confabular contra el Hermano Mayor, lo que los volverá indeseables a ojos del Partido. Esta curiosidad parece hoy en día suscitar un recelo, si no idéntico, al menos con ciertas similitudes. El escándalo de Northampton ya es un indicio. Tal vez Orwell no iba muy desencaminado cuando escribió aquel paisaje político ficticio.
¿Cuánto de Oceanía tiene nuestra época posmoderna? En apariencia no hay muchas semejanzas. Aunque, por ejemplo, nos resulte lejana la idea de una ciudadanía subyugada por un partido tiránico, esta obra se ha convertido en un clásico porque anticipa el dominio de la mente como principal aspiración de todo régimen totalitario. Ese es el objetivo fundamental del Partido en 1984. Lo que hace actual la novela de Orwell es que hoy vemos más cerca que nunca el tenebroso peligro del control de las conciencias, de la merma de nuestra privacidad. Paradójicamente, en las sociedades democráticas y libres de nuestro tiempo también está muy presente el problema de la libertad para pensar.
La intimidad —algo que nace en privado y que luego, a través de la comunicación, ponemos en conjunto con los demás— está mutando en una intimidad colectiva, una identidad de grupo, cuyos individuos apenas comparten sus inquietudes, preguntas o deseos, pues eso rompería con la homogeneidad y unidad del pensamiento que configura la tribu. Existe una especie de soledad —igual que en 1984— donde se cede el mundo interior al colectivo al que se pertenece en busca de una victoria en la conversación pública. Esta pérdida del individuo, de los elementos propios que conforman nuestra alma, podemos detectarla en la novela cuando Winston recuerda las palabras de Julia años después: «“No pueden entrar en ti”, le había dicho ella. Pero sí que podían. “Lo que ocurre aquí es para siempre”, le había dicho O’Brien. Esa era la verdad. Había cosas, tus propios actos, de los que nunca podrías recuperarte».
En un contexto en el que el individuo esconde —mejor dicho, reprime— ciertas actitudes y posturas por miedo a posibles represalias o al aislamiento, cobra fuerza el cuestionamiento de la sinceridad de esa apertura íntima. La comunicación plena, estandarte de cualquier progreso social, queda imposibilitada. El diálogo interpersonal desaparece y da paso a un monólogo ausente de matices y de la riqueza de la diversidad. Dentro de esta espiral, la gente tiende a mostrar una proyección falsa de sí misma para alcanzar una imagen deseada y propicia, impostada y ensayada, que acentúa la carencia de espontaneidad. Así se instalan la duda y la sospecha en cuanto establecemos relaciones sociales.
Cuando la comunicación se desvirtúa surge la transacción de la mentira. Si el diálogo consiste en abrirnos al otro y compartir nuestros mundos interiores, se complica la posibilidad de descubrirnos realmente: los interlocutores se limitan a confirmar sus prejuicios; algo que, en el fondo, ya sabían. Una situación preocupante de soledad, que parece ir poco a poco asemejándose a esa Oceanía de 1984. Tal vez estemos en la precuela.
Asier Aldea Esnaola [Com 23] colabora en la sección de Cultura de Diario de Navarra, ha sido alumno interno de los departamentos de Comunicación Pública y Periodismo y ha publicado el poemario Raíces, versos y prosas.
LA PREGUNTA DEL AUTOR ¿Cree que hay algún personaje de 1984 que represente al ciudadano de 2022? |
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