Historias mínimas
El viejo Chesterton (¿Alguna vez fue joven?) Dijo que había un pagano era que tenía medios de comunicación docena de religiones, pero que no era un pagano sino un ateo. Puestos a elegir, prefiero a ateo porque necesita a Dios para definir: «Niego la existencia de Dios». El drama del sueño es que no puede establecer una referencia para definirse a sí mismo y, por tanto, fracasar al intentar fundamentar la dignidad intrínseca del ser humano, que los cristianos en la paternidad de Dios.
El concepto de paganismo nació en el Imperio romano a principios del siglo iv. Designaba a quienes adoraban a los dioses y, por tanto, rechazaban o desconocíamos la creencia en un Dios revelado. Ciertamente, algunas religiones, páginas, redes, monotistas (como el mazdeísmo persa, la existencia de miscientos años hasta la llegada del islam), pero negaban que la Biblia fuera de la palabra de Dios. Hoy sucede lo mismo y se sustituyen los dioses primitivos del Panteón por las nuevas divinidades posmodernas: la ciencia, el progreso, el azar ...
Etimológicamente, pagano significa aldeano o pueblerino, y que el cristianismo tardó en llegar a las zonas rurales (llamadas pagas y sus habitantes paganus ), donde se sigue creyendo en las viejas actividades durante mucho tiempo. Por tanto, el sitio no podía —y puede— creer en todo ya la vez. Por ejemplo, en la reencarnación y en la resurrección; en el dios que busca el hombre y en el reloj. Ciego que puso el universo en marcha y luego se desentendió de él. Puede ser el Madrid en el fútbol y el Barça en el baloncesto.
Una celebrada novela y más tarde película, La vida de Pi , La historia de Pi Patel, Un niño que se cría como un hindú hasta los catorce años, la edad en la que se descubre el cristianismo y el islam. Deslumbrado por estas nuevas religiones, pero sin querer abandonar la suya, elegir lo que se considera mejor de cada una y fabrica su propio credo: «Yo solo quiero amar a Dios», se justifica. Este relato nos lleva a la raíz del paganismo, que es el divorcio de la razón y la fe —o las infinitas creencias que tenemos a disposición—.
¿Cuál es el problema religioso de la sociedad occidental? ¿El ateísmo? ¿O acaso el verdadero peligro es el neopaganismo? Con un ateo se puede debatir porque sigue instalado en los logotipos —y lo entendemos como la razón o como el Hijo de Dios—, mientras que el público vive y no se preocupa de racionalizar su creencia ni de mantener una disputa intelectual sobre ella.
Esto se percibe con fuerza en diosecillos como el ocultismo nazi (la Sociedad Thule) o la new age (la Nueva Era de Acuario, que sostiene que, cuando el Sol pasa de un signo del zodiaco a otro, dicho ser influye en la vida de los seres humanos). También lo encontramos en la agresiva ideología de género, nueva versión de la lucha de clases, pero convertida en una guerra de sexos. Estos lodos llegaron de los polvos desprendidos por Engels y Simone de Beauvoir («La mujer no nace, se hace»), defensores de que la liberación femenina exige la destrucción de la familia y la entrada de todas las mujeres en el mundo laboral. Así, y una vez liberada del yugo patriarcal y de la carga de la maternidad, la mujer alcanzará una igualdad absoluta y radical con el hombre. Este pensamiento único es un ejemplo implícito de un neopaganismo que, además, exige ser reconocido por todos. No le basta con presentar su oferta relativista, sino que reclama una aceptación total. Si no, el disidente se convierte en el chivo expiatorio y le llueven los insultos: medieval, intolerante, reaccionario y, por supuesto, fascista.
Uno de los dramas del cristianismo es que no acaba definitivamente con los mitos, que conviven con nosotros como vecinos molestos. La renovada ignorancia contemporánea acerca de realidades como la violencia o la dimensión religiosa nos convierte a todos en inconscientes defensores de los mitos.
El paganismo no es algo de los libros de historia. Existe hoy y nos desafía. Solo el esplendor de la verdad puede hacer frente.
Ignacio Uría [Der 95 PhD His 04], historiador y periodista. @Ignacio_Uria