Historias mínimas
Paul Ricoeur en el Elíseo
Un hito en las relaciones entre el Estado francés y la Iglesia católica. Así de contundente. Así de sencillo. De esa forma resumió la prensa el encuentro del pasado abril entre el presidente Emmanuel Macron y el episcopado.
¿Qué dijo Macron? Nada nuevo, pero algo totalmente nuevo. Superando a los escépticos de las dos orillas aseguró que deseaba encauzar la problemática relación Iglesia-Estado y propuso que la «savia católica» contribuyera a la vida de Francia. Los católicos, dijo, deben compartir su inteligencia, su compromiso y su libertad con la sociedad republicana. Bien es cierto que Sarkozy ya lo había apuntado en el libro La República, las religiones, la esperanza, obra que revisaba la relación de los Estados occidentales con las diferentes confesiones. Sin embargo, no se había acercado —ni de lejos— al discurso de Macron, para el que toda lucha política es una batalla cultural.
Entre las principales afirmaciones destacan las siguientes: «Lo mejor de la Iglesia es esto: una voz amiga que responde a quien interpela, a quien duda, a quien vive en la incertidumbre», «De la Iglesia no espero lecciones sino la sabiduría e inteligencia de la humildad» o «La manipulación y la fabricación de la vida humana no puede extenderse hasta el infinito sin poner en cuestión la idea misma del hombre y de la vida».
Al parecer, el propio Macron escribió su discurso. No es la primera vez. En esta ocasión claramente inspirado por el filósofo protestante Paul Ricoeur, con el que trabajó en sus años en la Universidad de Nanterre, escenario de los acontecimientos centrales de Mayo del 68. Un par de días por semana, Macron ayudaba a Ricoeur con la bibliografía y las notas del libro La memoria, la historia, el olvido. Incluso aparece citado en los agradecimientos. Esta obra aboga por una «laicidad abierta» donde la neutralidad religiosa del Estado no impida la vivencia espiritual. En 2003, dos años antes de fallecer, Juan Pablo II le entregó el Premio Internacional Pablo VI por su contribución al diálogo fe-cultura y su compromiso en la defensa de los valores humanos y cristianos.
Una de la primeras influencias intelectuales de Ricoeur había sido Emmanuel Mounier y la revista Esprit, publicación donde creyentes y no creyentes debatían en busca de valores comunes a partir de diferentes puntos de vista. Macron formó parte del consejo editorial de Esprit gracias a una recomendación de Ricoeur, por lo que en cierto sentido el personalismo sobrevive en Macron.
Ante los obispos franceses defendió una concepción liberal de la religión y pidió a los creyentes —cristianos, musulmanes o judíos— que se comprometieran en la contienda política porque «la fe tiene algo que decir en ese debate […]. En un mundo oscilante, la Iglesia católica es una de las referencias que necesita nuestra humanidad, uno de esos puntos fijos que no ceden al talante de las épocas». Afirmó también que el hombre contemporáneo necesita saciar su sed de absoluto, ya que el materialismo no es la solución para un ser espiritual. La Iglesia es una voz entre otras, finalizó, pero «habla de cosas más allá de las temporales sin abdicar de la razón ni de lo real», al servicio «de los más fervientes y de los no bautizados, a los propios y a los excluidos».
En política, Paul Ricoeur asimilaba la izquierda a la confrontación, la derecha a la exclusión y el centro a la negociación. Proponía superar el maximalismo perverso del «o todo o nada» por una lógica de «al mismo tiempo». En ese centro posibilista se ubica Emmanuel Macron, etéreo y maleable pero dispuesto a que el hecho religioso esté presente en el espacio público.
Un debate intelectual de altura impensable en otros países. Entre ellos, ay, el nuestro.
Ignacio Uría [Der 95 PhD His 04], historiador y periodista.
@Ignacio_Uria